Artículo enciclopédico: Concepto Cristiano Del Alma
Concepto Cristiano Del Alma
El concepto cristiano del alma se refiere a la substancia espiritual que da vida y movimiento al cuerpo, formando un principio único que define al ser humano.
A pesar de las críticas de diversas escuelas, como el paralelismo psico-físico, la noción de substancialidad es esencial para comprender la experiencia humana y el lenguaje.
El yo, como entidad independiente, se mantiene constante a lo largo del tiempo, a pesar de los cambios en sentimientos y pensamientos.
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A pesar de las críticas de diversas escuelas, como el paralelismo psico-físico, la noción de substancialidad es esencial para comprender la experiencia humana y el lenguaje.
El yo, como entidad independiente, se mantiene constante a lo largo del tiempo, a pesar de los cambios en sentimientos y pensamientos.
- En su concepto cristiano es la substancia espiritual que vivifica y anima el cuerpo y constituye con él un principio único de actividad que es el hombre.
La substancialidad del alma ha sido combatida por varias escuelas, entre ellas la del paralelismo psico-físico. Pero la admisión de la noción de substancia en su sentido elemental es absolutamente necesaria para dar razón del mismo pensar humano y del lenguaje. Ni siquiera se puede hablar en sentido neutro, como los paralelistas. Son inevitables el yo y el tú, como substancias independientes en el diálogo humano.
La realidad del yo, subsistente en sí mismo sin apoyarse en otra entidad ulterior y en la que se apoyan innumerables entidades, es una de esas verdades que se nos imponen con la fuerza de la evidencia. Ese yo permanece a través de todas las vicisitudes, a lo largo de los años y las mutaciones que traen éstos consigo. Los sentimientos, los pensamientos, las sensaciones, todo ese mundo vivencial cambiante queda en la permanencia del yo que los ha tenido.
El «yo» es una realidad permanente, contrapuesta y percibida en contraposición al tú y a las demás realidades mudables que le rodean. Lo percibo contrapuesto a mi mismo cuerpo, que en pocos años varía totalmente. El yo permanece y tiene en sí mismo su consistencia, no en otro en que se apoye. Y eso es precisamente, por definición, una substancia.
Este yo que permanece independientemente de la fluencia de mi cuerpo y de mis sentimientos no es extenso ni compuesto. El yo percibe las realidades de modo inextenso, en su totalidad y unidad. Si el yo fuese extenso cada percepción sensible estaría en una sola parte del yo y entonces sería imposible el razonamiento y la unidad que la conciencia nos atestigua.
Las imágenes del color están en la retina, las del sonido en los oídos, el tacto en la superficie del cuerpo todo. El yo tiene unificadas todas las sensaciones, el yo oye y ve y siente la resistencia de los cuerpos. El yo centrounificador que percibe sin correspondencia a partes ni objetos es inextenso.
El yo es inmaterial. Percibe ideas que están despojadas totalmente de toda adherencia espacio-temporal y de representaciones imaginadas.
El triángulo no es ni figura concreta ni una imagen en particular; no es ni isósceles ni escaleno. No entra en su concepto componente corpóreo o material alguno, que el tal siempre es individual, siempre está lastrado de materia. La verdad, la justicia, la honradez, la sabiduría son asimismo conceptos inmateriales. Para adquirirlos, el yo se ha apoyado en la materia, ésta le condiciona. La materia es la pista de despegue necesaria, pero tal que el yo la abandona en absoluto al remontar el vuelo a los conceptos universales. No depende en su consistencia de la materia, por eso se desprende de ella y elabora sin ella estos conceptos universales.
La actividad sigue al ser: tal es el ser cual es su actividad. Actividad material supone ser material; actividad inmaterial, independiente intrínsecamente de la materia, implica un ser inmaterial.
A ese ser simple, no compuesto de partes, inmaterial, independiente en su íntima consistencia de la materia, lo llamamos espíritu.
La inmortalidad es una consecuencia de estas premisas. No cabe la muerte, que es descomposición, desintegración de las partes. Independiente de la materia, el yo, el alma, el espíritu, no tiene principio de muerte.
El aniquilamiento sólo puede provenir de una realidad o de una energía exterior. Ésa sólo puede ser Dios. Los que no creen en Él, como los materialistas, no tienen derecho a apelar a Él. Los creyentes sabemos por la palabra del mismo Dios que no aniquilará el alma. Dios ratifica en el orden sobrenatural la consistencia del alma que él mismo hizo inmortal, es decir, simple, sin partes, inmaterial, independiente de la materia en su interna constitución y por eso inmortal.
Para más información ver: alma.
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