Artículo enciclopédico: éxito alcanzado por el Cantar del Mio Cid
Éxito alcanzado por el Cantar del Mio Cid
El éxito del "Cantar del Mio Cid" se manifiesta en su rápida difusión y en su capacidad para trascender el localismo de sus poetas, quienes, aunque arraigados en sus tierras, lograron dar a su obra un eco universal.
Desde su creación, el poema fue reconocido en la corte del Emperador Alfonso VII, donde se exaltaba la figura del héroe Cid como un gran guerrero.
Su legado perdura, reflejando la riqueza de la literatura medieval española.
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Desde su creación, el poema fue reconocido en la corte del Emperador Alfonso VII, donde se exaltaba la figura del héroe Cid como un gran guerrero.
Su legado perdura, reflejando la riqueza de la literatura medieval española.
- El éxito de esta obra fue rápido. Los dos poetas dialectales, que escribían fuera de la Vieja Castilla en las fronteras de las recientes conquistas de Toledo y de Zaragoza, aunque muy encariñados con los recuerdos nativos de Gormaz y de Medinaceli, supieron elevar su localismo, poniendo en él notas esenciales de amplia resonancia. Su cantar tuvo larga vida, a través de los tiempos. Antes de mediar el siglo xii la refundición de Medinaceli, u otra muy semejante, era famosa en la corte del Emperador Alfonso VII, pues en el Poema de la conquista de Almería (1147) se recuerda un Cantar de Mio Cid que exaltaba al héroe como domeñador de los moros y de «los condes nuestros», y ese Cid tenía a Alvar Fáñez como su segundo. Este poeta latino emplea la frase Mio Cid saepe vocatus, aludiendo sin duda al poema hoy conservado, pues no sabemos que antes se llamase Cid al que los textos latinos, lo mismo que los árabes, nunca le llaman así, sino Rodericus o Campidoctor. Pero la vida de las obras tradicionales es vida fecunda, a fuerza de nuevas refundiciones que hacen olvidar la obra original, y el Mio Cid corrió la misma suerte que la Chanson de Roland, cuya versión más vieja hoy conocida y muy superior, la del códice de Oxford, quedó relegada ante la difusión de sus refundiciones. De igual modo, las varias refundiciones del Mio Cid fueron las que se divulgaron y perpetuaron, prosificadas muy por extenso en todas las Crónicas Generales de Éspaña del siglo xiii al xv; la fama de Mio Cid hizo que en esas Crónicas la biografía del Campeador ocupase mayor espacio que la de Alfonso VI. Por otra parte, en esos siglos xiii y xiv escenas varias del Mio Cid fueron imitadas por otros cantares de gesta, como el de Fernán González y el del Abad Juan de Montemayor, y aun fuera de España, nos dicen doctos germanistas, que el margrave Rüdiger de Los Nibelungos está inventado a imitación del nombre y del tipo moral del campeador Rodrigo.
En el siglo del Renacimiento y posteriores, los romances tradicionales siguieron cantando fragmentariamente algunas escenas del Mio Cid, y tanto el romancero docto como el teatro clásico español continuaron tratando otras. El siglo xviii fue de mucho olvido, pero al ser descubierto y publicado en 1779 por Tomás Antonio Sánchez el texto viejo del Mio Cid, comenzó a gozar de estimación moderna, aunque muy escasa entonces.
Sólo cuando con el romanticismo la Edad Media llegó a ser comprendida y estudiada con amor, los ingleses Robert Southey, 1813, y Henry Hallam, 1818, lo mismo que después el norteamericano M. G. Ticknor, 1848, exaltaron él antiguo texto del Mio Cid, coincidiendo sorprendentemente unos y otros en considerarlo como el poema superior escrito en Europa antes de Dante. Él venezolano Andrés Bello, buen conocedor de las chansons de geste, hacía un muy valioso estudio del Mio Cid (hacia 1830), estimando en él la grandeza homérica de algunos personajes. Después, la publicación de la Chanson de Roland en 1837, lejos de perjudicar al Mio Cid ante la crítica extranjera, suscitó una serie de comparaciones favorables para él muy extremosamente, como la que hace en 1858 Damas Hinard, primer traductor francés del poema español, o la que hace en 1887 L. de Monge, erudito belga, historiador de los poemas caballerescos medievales, juzgando el poema español más elevado, más eficaz, más comprensible, más humano y más moderno que el francés.
Como principales estudios, al acabar el siglo xix, deben citarse el de Milá Fontanals, 1874, y el de Menéndez Pelayo, 1903. A sugestión de éste, sin duda, se debe el que los poetas saboreasen el primitivo cantar, siendo entonces cuando Manuel Machado, 1907, se inspira en la súplica de la niña burgalesa y en el heroísmo de Alvar Fáñez, y cuando Eduardo Marquina siente la más fuerte emoción dramática de su vida, leyendo en el viejo texto la escena del robledo de Corpes, lectura que le llevó a escribir Las hijas del Cid, 1908. Lástima que aquella honda emoción no fue acompañada de una profunda comprensión del alma del Campeador. Pero la inspiración de estos dos poetas, y otros que les siguieron, representa una sorprendente reviviscencia del Cantar de Mio Cid en su más genuina forma del siglo xii. Olvidada ésta ante el mayor brillo novelesco de las redacciones hechas en los siglos sucesivos, vuelve a tener calor de vida y fecundidad literaria en el siglo xx.
Y si nos limitamos al mero disfrute actual de la obra de arte antiguo, debemos notar el caso bien elocuente de las muy repetidas versiones al español moderno para satisfacer el pedido de los lectores actuales, desde la primera, debida al egregio escritor mejicano Alfonso Reyes, en 1918, a la cual siguieron la del gran poeta Pedro Salinas, 1926, 1934, la de Luis Guarner, 1940, la de Fray Justo Pérez de Urbel, 1955, hasta la del insigne novelista Camilo José Cela, 1959, total una docena. En cuanto a la moderna crítica. estética, claro es que ha evolucionado mucho y que no se puede pensar ahora sobre el valor del Cantar de Mio Cid como pensaban, por ejemplo, los románticos ingleses. La comparación con la Chanson de Roland queda como algo inexcusable, pero queda sin la precisa graduación de superioridad en favor del Cantar español, y puede decirse que la opinión general la expresa un coetáneo del susodicho L. Monge, el erudito belga J. Horrent, buen conocedor de las dos poesías épicas románicas, cuando considera como iguales en valor artístico los dos grandes poemas con que se inician las dos literaturas, española y francesa.
El arte colectivo y anónimo, forma inicial del arte en los primordios de un pueblo, ha producido en España, durante el último periodo de su desarrollo, un poema de supremo valor. El pueblo hispano, cultivador ferviente de su historia cantada, creó su héroe epónimo, buscando en él un alto modelo de vida nacional; creó en el campo de la poesía su primera obra maestra, sublime canto auroral de una literatura que surge vigorosa y emprende su camino en esperanza de espléndida jornada.
Para más información ver: cantar de mio cid.
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