Historia de Castilla (España)

1. Antiguo es el poblamiento de la región castellana. Sin considerar los antecedente prehistóricos deducidos de ciertos hallazgos que los remontan a la Edad de la Piedra, los primeros pobladores conocidos de estas tierras fueron los iberos, celtas y figures, por entonces divididos en numerosas tribus. Ni la expansión colonizadora de fenicios y griegos ni el avance bélico de cartagineses por la Península afectaron a esta región, que, sin embargo, al sucumbir ante el incontenible avance de las legiones romanas, quedó pronto romanizada y vinculada como provincia al Imperio. Su resistenca a las invasiones y posterior dominación de los bárbaros no impidió que, en tiempos visigóticos, asumiera gran importancia una de sus ciudades, Toledo. Con la irrupción y conquista por los árabes de la Península, la región quedó sometida totalmente a los invasores, que la islamizaron y, más tarde, fortificaron.
   
   Durante buena parte de la Reconquista fue escenario de frecuentes expediciones militares efectuadas por moros y cristianos y en tal condición permaneció casi despoblada y desértica. Su posterior configuración política encuentra sus orígenes en el alto valle del Pisuerga, entre los Montes Cantábricos, el Sistema Ibérico y la cordillera Central. Por entonces, recibía el nombre de Bardulia o Vardulia (tierra de los várdulos), pero, reinando ya Alfonso III el Magno (866-909), se ampliaron las conquistas hasta el Duero y comenzaron a asomar en cumbres y llanos los primeros castillos, que iban a impartir a la región su nuevo nombre: Castiella. Su repoblación arranca del siglo ix, en que Ordoño I encomendó la colonización de Amaya, a pocas leguas del actual Burgos, a un tal don Rodrigo, primer conde que fue del territorio. Este, dependiente del reino de León, siguió siendo gobernado por condes vasallos del monarca leonés. En el 943 el conde Fernán González se alzó en armas contra su señor, Ramiro II de León, y pese a su derrota y subsiguiente cautiverio logró que su dignidad condal fuese aceptada con carácter hereditario. Así nació hacia el 950 el gran Condado de Castilla, si bien los sucesores de Fernán González continuaron reconociendo la soberanía del monarca leonés. En 1029, al caer asesinado García Sánchez, último conde castellano, el condado pasó a manos del monarca de Navarra, Sancho III el Mayor, y, muerto éste, a las de su hijo Fernando I, primer rey castellano. Con él nace el nuevo reino de Castilla y se inicia la expansión y preponderancia de ésta en el ámbito peninsular; Fernando incorporó León al nuevo reino, una vez que hubo derrotado a su cuñado Bermudo III, arrebató al musulmán nuevas tierras, tomó Coimbra y derrotó en Atapuerca a su hermano García de Navarra. A su muerte, empero, el reino se desmembró al heredar sus hijos Sancho y Alfonso Castilla y León respectivamente. En 1072, ambos reinos volvieron a unirse por obra de Alfonso VI, iniciador de una nueva etapa de la expansión castellana, que culmina en 1085 con la toma de Toledo. En 1157 se produjo una nueva escisión del reino con la muerte de Alfonso VII el Emperador. En tiempos de Alfonso VIII el de las Navas se efectuó la tercera expansión castellana con la toma de Cuenca y la gloriosa batalla de las Navas de Tolosa (1212), donde los almohades sufrieron una terrible derrota. La unión definitiva de Castilla y León tuvo lugar en 1230 con Fernando III el Santo, que ensanchó y consolidó el reino con las conquistas de Córdoba, Sevilla y Cádiz. Durante el siglo xv, Castilla quedó sumida en una caótica situación originada por las luchas intestinas y las ambiciones de los nobles. Tan calamitosa época finalizó al ascender al trono la hermana de Enrique IV de Castilla y esposa de Fernando de Aragón, Isabel la Católica (v. Reyes Católicos) . Este trascendental acontecimiento histórico marca no sólo la unidad de los reinos de Castilla y Aragón, sino también la gestación de la nacionalidad española. A la muerte de Isabel, ambos reinos quedaron separados hasta la exaltación al trono español de Carlos I. Felipe II —y posteriormente Felipe III, coñ carácter definitivo— trasladó la capitalidad del país a Madrid, enclavada en los mismos lindes de las dos Castillas. Véase Aragón; Reyes Católicos; España; España, Lengua y Literatura; Fernán González; Fernando I.
   
   
   Castillos.
   
   Castilla, como su nombre indica, tierra de castillos, presenta tan numerosas como notables edificaciones castrenses de este tipo, que no por remontarse a épocas pasadas dejan de estar menos presentes en el recuerdo histórico. Los castillos, eje medieval de la vida española tanto cristiana como musulmana, jalonan la epopeya de la Reconquista y salpican la faz castellana, los unos con su silueta gótica o mudéjar, los otros con la puramente árabe, pero todos y cada uno con su peculiar sello de reciedumbre que los hace inconfundibles con sus semejantes extranjeros. Los que mejor se conservan y más hermoso aspecto ofrecen son los de Segovia, el Alcázar, Castinolvo (siglos xii-xv), Coca (de ladrillo, 1400), Cuéllar (reconstruido en el siglo xv), Turégano (xiii, restaurado en el xv), Sepúlveda, etc. Otros son los de Berlanga de Duero, Gormaz, Monteagudo, Calatañazor (en Soria), Mombeltrán (xv), Arenas de San Pedro (en Ávila) y (todos ellos en Castilla la Nueva) Buitrago, Chinchón, Alcalá de Henares, Guardamur, Oropesa, Atienza, Molina de Aragón, Calatrava, Montiel, Peñafiel, La Mota y Simancas. Véase Castillo.
   
   Para más información ver: Castilla.

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