Artículo enciclopédico: historia de la caridad
Historia de la caridad
La historia de la caridad se remonta a la antigüedad, donde se evidencia la importancia de cuidar a los más vulnerables, como ancianos, huérfanos y viudas, así como de ayudar a los necesitados.
Tanto en la antigua Grecia como en Roma, se implementaron diversos sistemas de asistencia pública y privada para apoyar a los pobres, que incluían desde la remisión de impuestos y la redistribución de bienes hasta la distribución gratuita de alimentos.
Estas prácticas sentaron las bases para el desarrollo de la caridad a lo largo de la historia, marcando un compromiso con la solidaridad y el apoyo mutuo en las sociedades.
historia de la caridad
Autor: Leandro Alegsa
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Tanto en la antigua Grecia como en Roma, se implementaron diversos sistemas de asistencia pública y privada para apoyar a los pobres, que incluían desde la remisión de impuestos y la redistribución de bienes hasta la distribución gratuita de alimentos.
Estas prácticas sentaron las bases para el desarrollo de la caridad a lo largo de la historia, marcando un compromiso con la solidaridad y el apoyo mutuo en las sociedades.
- Los escritos antiguos abundan en referencias a la responsabilidad de cuidar de la ancianidad, orfandad y viudez y al deber de socorrer a los extraños.
La antigua Grecia probó varios sistemas de asistencia pública a los pobres, como la remisión de impuestos, la anulación de deudas, la confiscación y redistribución de tierras y bienes y los donativos en metálico y alimentos.
Roma aplicó programas públicos y privados de alivio a los pobres, que culminaron con la distribución gratuita de trigo a los plebeyos y el reparto privado de donativos a servidores y clientes por parte de los potentados patricios.
La caridad constituyó el pilar fundamental de la primitiva iglesia cristiana, que ya antes del siglo ii creó organizaciones y fundaciones benéficas. Si bien es verdad que el Cristianismo, al acentuar los valores eternos y supeditar los bienes de esta vida a los bienes inmortales de la vida imperecedera, pareció menospreciar las necesidades físicas y sociales inmediatas, con su alto concepto de la dignidad y el valor de todo ser humano estimuló la caridad privada.
El desarrollo práctico de la caridad en la historia de la Iglesia corre parejas con el desarrollo de los grandes monasterios a todo lo largo de la Edad Media, convertidos en bancos de limosnas destinadas a sostener el creciente ejército de pobres.
En el siglo xvi, la Reforma, la confiscación de los bienes de la Iglesia por los monarcas en los países protestantes (Enrique VIII entre otros), el derrumbamiento del sistema feudal y el desarrollo de los gremios artesanos, de las ciudades, del comercio y de la industria, todo ello contribuyó a volcar sobre el Estado la responsabilidad de la caridad pública.
En los distintos países la evolución de la Caridad ha seguido trayectorias más o menos parecidas. En Inglaterra, aunque de manera embrionaria, se conoce el primer plan de regulación de la beneficencia en 1601 con la ley de los Pobres («Poor Law»), dictada por Isabel. Muy posteriormente aparece la «Charity Organization Society» (1869), como entidad coordinadora de caridad y beneficencia.
Fines parecidos cumple en Alemania la organización «Eberfield», de últimos del mismo siglo. El movimiento se extiende allende el Atlántico. En 1863 se crea en Massachusetts la primera junta de Caridad («Board of State Charities») y en 1877, en Buffalo, la primera «Charity Organization Society» norteamericana. V. Protección de menores; Pensiones; Vejez; Cottolengo.
Grandes rasgos de la evolución del ejercicio de la caridad en España
En realidad, el interés oficial por la beneficencia se manifiesta en España desde los primeros tiempos. Así, cuando el ejercicio de la caridad se halla prácticamente en manos de la Iglesia, que sigue la regla de los Concilios: quod superest, date eleemosynam, el Fuero Juzgo concede a los pobres el derecho a querellarse contra los fallos de los obispos que consideren injustos.
Por su parte, las Partidas insisten en que, después de vivir mesuradamente los eclesiásticos de sus rentas, inviertan lo sobrante en «dar a comer e a vestir a los pobres, e criar las huérfanas e casar las vírgenes pobres para desviarlas que con la pobreza non hayan de ser malas mujeres...».
Bien es verdad que la recomendación parece ociosa, pues todos los cabildos y comunidades han rivalizado siempre en abrir hospederías y casas-hospitales donde encontraron comida y cuidados cuantos indigentes llamaron a sus puertas.
Aparecen órdenes religiosas consagradas expresamente al ejercicio de la caridad: las mendicantes reparten con los pobres las limosnas que consiguen; la de San Juan de Dios se dedica a dar hospitalidad a los pobres; la de San José de Calasanz, a instruirlos, la de los mercedarios a rescatar cautivos.
No faltan los ejemplos patéticos de caridad individual: Santo Tomás de Villanueva llega a ser reconvenido por fomentar la vagancia con sus grandes limosnas; el arzobispo Carranza vende hasta sus libros para socorrer a los pobres; el obispo de Sevilla, Fernando Contreras, empeña con el mismo fin el báculo que luego ha de rescatar el cabildo...
Las cortes de Valladolid (1555) abogan por que en todos los pueblos se nombre un «padre de los pobres», que les ayude a buscar trabajo y los atienda en caso de enfermedad, con lo que se adelantan en tres siglos a la iniciativa del inglés Buret, que en 1834 propuso la creación de un cargo semejante.
Felipe II lleva en parte a la práctica el proyecto al disponer que se nombren en cada parroquia dos diputados que indaguen las necesidades de los pobres y al encargar a los justicias y ayuntamientos que designen personas que pidan en beneficio de los necesitados.
La acción del Estado en la esfera de la beneficencia se manifiesta, pues, cada vez más resueltamente en competencia con la de la propia Iglesia. En la controversia subsiguiente unos apoyan el ejercicio tradicional de la caridad espontánea y otros abogan por la caridad reglamentada. Soto, en su In Causa Pauperum Deliberatio (1545), defiende la «libertad natural del necesitado para buscar socorro», mientras Pérez de Herrera, en su Del amparo de los legítimos pobres y reducción de los mendigos (1595), aboga por la recogida de éstos. Luis Vives sostiene decididamente en su De Subventione Pauperum que la beneficencia debe correr a cargo del Estado.
Por cierto que sus doctrinas son recogidas por Weitz y dan lugar a que el municipio de Brujas tome medidas prácticas en consonancia con ellas (1564).
Con Felipe V comienza a intervenir el Estado en el régimen de los establecimientos benéficos. Por primera vez se crean hospicios permanentes con cargo a los arbitrios provinciales y municipales.
En esta época llegan los lazaristas de San Vicente de Paul (Barcelona, 1702). Fernando VI toma bajo su patronato directo los hospitales de Madrid, manda a los corregidores que recojan a los vagabundos (1749) y dispone la extensión de la beneficencia domiciliaria a las parroquias que no la tuvieran organizada (1754).
Es de notar que ésta había comenzado a funcionar en el siglo xvi en la parroquia de San Ginés de Madrid. Pero la verdadera reglamentación de la beneficencia pública puede decirse que no se produce hasta el reinado de Carlos III.
Entre las numerosas medidas dictadas por este monarca señalaremos: la revisión de todas las ordenanzas de las instituciones existentes y la exigencia de autorización legal para la creación de las sucesivas; la disposición según la cual de todos los bienes de los fallecidos había de destinarse un 5 % a los Hospicios de Madrid y San Fernando (1770); la aplicación de parte de los frutos de los beneficios eclesiásticos que vacasen al mantenimiento de casas de misericordia (1783); la creación de una especie de banco de beneficencia al que afluyen los fondos de todos los establecimientos benéficos; la constitución de «diputaciones de beneficencia», integradas por el alcalde, un cura y tres vecinos, en todos los barrios de Madrid (1778) y todas las capitales y villas donde hubiera juntas de caridad (1785); la creación de una Junta General de Caridad, encargada de supervisar la labor de las diputaciones de beneficencia (1778) y prestar asistencia a domicilio (1787). En 1787 funcionan 938 establecimientos benéficos: 773 hospitales, 88 hospicios, 51 casas-cuna y 26 casas de reclusión. Por su parte Carlos IV fomenta la orden de las Hijas de la Caridad, que, no bien llegadas de París seis novicias españolas, abren casas en Barcelona (1790), Madrid (1800) y Pamplona (1802).
En el siglo xix se multiplican las asociaciones de caridad: Sociedad Caritativa de San Vicente de Paúl («Conferencias»); Nuestra Señora de la Esperanza y Celo, Adoratrices Esclavas del Stmo. Sacramento, Congregaciones Filipenses, María Inmaculada y Oblatas Redentoristas, todas ellas consagradas a cuidar de las jóvenes descarriadas; Cruz Roja, para atender a los heridos; Asociación del Buen Pastor, para aliviar a los presos; Cofradía de la Paz y la Caridad, para consolar a los reos de muerte...
Llegan nuevas órdenes religiosas: Terciarias (para la asistencia en hospitales), Siervas de María y Religiosas de N.a S.a de la Esperanza (asistencia domiciliaria gratuita), Hermanitas de los Pobres (cuidado de los necesitados).
Empiezan a funcionar las primeras casas de socorro con cargo a los ayuntamientos (Madrid, 1858). Se abre en Barcelona el primer centro de enseñanza de ciegos (1820) y en Madrid el primero de sordomudos (1805). En fin, se crea la Orden Civil de Beneficencia (1856).
En el siglo XX la caridad encontró medios de expresión cada vez más eficaces. Se multiplicaron los centros de asistencia dotados de todos los adelantos modernos, se prodigan las fundaciones, cobraron importancia algunas instituciones, como los Montes de Piedad, se perfeccionan o crean otras nuevas, como la Organización Nacional de Ciegos, se concedieron atención a problemas especialmente agudizados, como el de la trata de blancas. Todo ello bajo la perfecta coordinación de una Dirección General de Beneficencia, creada en el seno del Ministerio de la Gobernación.
Para más información ver: caridad.
Autor: Leandro Alegsa
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¿Cuáles son las diferencias entre la evolución histórica de la caridad social profesional y el desarrollo de la intervención?
Nombre: Santiago - Fecha: 12/08/2023
¡Hola! Me gustaría saber cuáles son las diferencias entre la evolución histórica de la caridad social profesional y el desarrollo de la intervención. ¿Podrían explicármelo en detalle, por favor? Muchas gracias.
RespuestaLa evolución histórica de la caridad social profesional y el desarrollo de la intervención han experimentado diferencias significativas a lo largo del tiempo. A continuación, te mencionaré algunas de ellas:
1. Enfoque: La caridad social profesional se centra en brindar ayuda y asistencia a personas en situación de vulnerabilidad desde una perspectiva más individual y personalizada. Por otro lado, la intervención se basa en abordar los problemas sociales desde un enfoque más estructural, buscando cambios a nivel de políticas y sistemas para mejorar las condiciones de vida de las personas.
2. Organización: La caridad social profesional se ha desarrollado a través de organizaciones no gubernamentales, fundaciones y entidades religiosas que se dedican a brindar servicios y apoyo a personas necesitadas. En cambio, la intervención se lleva a cabo tanto por parte de organizaciones gubernamentales como no gubernamentales, y puede implicar la colaboración con diversos actores, como instituciones educativas, agencias de desarrollo, entre otros.
3. Enfoque temporal: La caridad social profesional ha existido desde hace siglos y se ha mantenido como una práctica constante a lo largo de la historia. En cambio, la intervención se ha desarrollado más recientemente como una respuesta más estructurada a los problemas sociales, especialmente a partir del surgimiento del Estado de bienestar en el siglo XX.
4. Profesionalización: La caridad social profesional ha evolucionado hacia una mayor profesionalización de los servicios, lo que implica la formación de trabajadores sociales, psicólogos, terapeutas y otros profesionales especializados en el abordaje de las necesidades de las personas. Por otro lado, la intervención se ha enfocado en la formación de profesionales en políticas sociales, gestión de proyectos y otras áreas relacionadas con el análisis y solución de problemas sociales.
Estas son solo algunas diferencias entre la evolución histórica de la caridad social profesional y el desarrollo de la intervención. Es importante destacar que ambos enfoques son complementarios y pueden coexistir en la actualidad, ya que cada uno aporta perspectivas y estrategias diferentes para abordar las necesidades sociales.
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Cómo citar la definición de historia de la caridad
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