Artículo enciclopédico: historia de la cinematografía: el cine mudo (1898-1930)
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Historia de la cinematografía: el cine mudo (1898-1930)

La historia de la cinematografía durante el periodo del cine mudo (1898-1930) se centra en el surgimiento de innovadores como Georges Méliès en Francia.

Tras la revolución inicial de los hermanos Lumière, Méliès, admirador de su trabajo, se convirtió en un pionero al crear sus propias películas.

Su talento y creatividad dieron vida a obras memorables que aún resuenan en la industria cinematográfica, marcando un hito en la evolución del séptimo arte.
 


historia de la cinematografía: el cine mudo (1898-1930)
  1. Francia

    Tras la sorpresa inicial y la competencia entre los hermanos Lumière y Gaumont aparece en París un auténtico genio creador del cine: George Melies. Amigo y admirador de los Lumière, espectador de la primera sesión de La salida de la fábrica, trató de que aquéllos le vendiesen una cámara, y al no lograrlo, fabricóse una con la que comenzó a proyectar películas de «Kinetoscope» en el Teatro Robert-Hodin de París. Impresionado por el éxito, inició el rodaje de sus propias películas, algunas de las cuales son conocidas aún hoy en los «Cines de Estudio» de todo el mundo.

    Hacer una historia completa de la vida y actividades de Melies es asunto poco menos que imposible. Su personalidad brillante, polifacética e inagotable ocupa en la historia del cine un puesto principal y definitivo. Entre sus 4000 películas —de 150 a 300 metros de largo— han quedado para la posteridad El acorazado Maine (1898), Pigmalióny Galatea (1900), Dreyfus (1899) Viaje a la luna (1902), El palacio de las mil y una noches (1905), Crímenes de la humanidad (1913) y otras muchas.

    Las enseñanzas de George Melies fueron recogidas por todos los profesionales de aquel cine y principalmente en Francia por Pathé, Gaumont, Zecca y Nouguet.

    En 1906 surgió un auténtico actor que dio a la interpretación exagerada e histriónica valores humanos: Max Linder, cuyas películas fueron famosas entonces y aun hoy constituyen motivo de admiración.

    Ya en 1917, casi industrializado el cine francés, surge otro gran maestro del cine, Abel Gance, que en 1917 realiza Mater Dolorosa; en 1919, To acuso; en 1923, La rueda y en 1927 hace un gran esfuerzo ofreciendo Napoleón, utilizando por primera vez tres cámaras para la proyección de un mismo film y constituyendo un verdadero precursor sobre nuestro «Cinerama» actual.

    Entre los años 20 al 30 es cuando el cine francés deslumbra al mundo con sus más bellas y personalísimas creaciones.


    Alemania.

    Ya hemos mencionado cómo Alemania se unió a los experimentos de Edison y los Lumiére. En el año 1918, Ernst Lubitsch, actor y director teatral, adapta al cine viejas operetas, Carmen (1918) y Madame Dubarry (1919), con las que obtiene notables éxitos. Emigrado a Norteamérica, este realizador de indudable talento y personalidad, es absorbido por el cine yanqui. Pero surge en Alemania en 1920 El gabinete del Dr. Caligari, de Robert Wiene, sorprendente película de increíble fuerza expresionista e iniciadora de un capítulo en la historia del cine que ha llegado hasta nuestros días: los films de espanto.


    Rusia.

    Desde los balbuceos del cine, éste tuvo en Rusia dos ardientes experimentadores y defensores: Sergei Eisenstein y Vsevolod Pudovkin. El primero, asimilando corrientes y procedimientos de otros realizadores —principalmente del norteamericano Grif-fith— (de quien trataremos más adelante), consigue con su película El acorazado Potemkin (1925), una película tan extraordinaria, mediante un inteligentísimo empleo de las posibilidades técnicas de la cámara tomavistas, que aun en estos días es pieza obligada de conocimiento para cualquier estudioso del cine. La secuencia de la matanza de Odessa está calificada como Los 6 minutos más decisivos en la historia del cine. Eisenstein ofrece en El acorazado Potemkin todo un curso de montaje cinematográfico y logra efectos de impresión sorprendentes por medio de la simple interpolación de planos diversos.

    Estados Unidos. Dickson, el compañero de Edison, inició la producción cinematográfica con carácter industrial en 1893 en el primer estudio cinematográfico, en Orange (Nueva Jersey), hoy museo. De aquella época destacan La ejecución de la reina de los escoceses (1893) y sobre todo, El robo del gran tren (1903), primera película con argumento que dirigió Porter, con Bill Anderson de protagonista.

    Pero el cine norteamericano, a pesar de sus muchos intentos y de la numéricamente importante producción, no tuvo carácter ni personalidad hasta la aparición de D. W. Griffth, a quien la historia le señala como «el inventor del primer plano» con su película El nacimiento de una nación (1915).

    En los años en que D. W. Griffith hallaba las sendas del cine, otro personaje fabuloso en la historia de la pantalla, le hizo involuntaria sombra: Charlie Chaplin «Charlot», el mímico más grande de todos los tiempos, pobre emigrante inglés que acertó a encarnar un tipo de vagabundo dulce, sentimental, una víctima de la vida, un héroe de falsa dignidad que encontró un eco fabuloso en todo el mundo. Desde sus primeras películas cortas de uno o dos rollos para la firma «Keystone», entre los años 14 y 20 —películas que aún hoy en día se proyectan exactamente como se realizaron— «Charlot» se ganó la admiración y el cariño de todos los continentes. Infinidad de títulos han perdurado entre sus películas cortas. Y las largas que realizó en 1921, El chico; 1922, Día de pago; y 1925, La quimera del oro, le acreditaron como una de las bases fundamentales de la industria cinematográfica. Sólo es preciso citar a este respecto que en 1915, cuando «Charlot» abandonó la «Keystone» para ser contratado por la «Mutual» percibió 670000 dólares al año.


    España.

    En 1896 presentó Promio en Madrid el invento de los hermanos Lumiére. Y de 1915 son los más antiguos documentos cinematográficos españoles: las películas cómicas de Benito Perojo. Entre los años 1916 y 1929, aparecen esporádicamente algunas películas españolas como La venganza del marino, La Rome-rito, El pobre Valbuena y Rosario la cortijera, de Buch; Los guapos, de Noriega; La casa de la Troya, La hermana San Sulpicio y La aldea maldita, de Florián Rey. Industrialmente, y a pesar de su baja calidad artística, el cine español de aquellos últimos años constituye un negocio sólido. Y así, en 1928, se llegó incluso a la filmación en España de 60 películas.

    Para más información ver: cinematografía.
Actualizado: 26/10/2015

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