Artículo enciclopédico: historia de los castillos
Historia de los castillos
La historia de los castillos abarca el desarrollo de estas impresionantes estructuras defensivas desde sus orígenes hasta su evolución en la Edad Media.
Los primeros ejemplos, como los castros romanos y los blocaos rudimentarios, sentaron las bases para la construcción de castillos más complejos.
A partir del siglo x, estos se transformaron en fortificaciones con muros de piedra y fosos, reflejando avances en la arquitectura militar y la necesidad de protección en un contexto bélico.
historia de los castillos
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Los primeros ejemplos, como los castros romanos y los blocaos rudimentarios, sentaron las bases para la construcción de castillos más complejos.
A partir del siglo x, estos se transformaron en fortificaciones con muros de piedra y fosos, reflejando avances en la arquitectura militar y la necesidad de protección en un contexto bélico.
- Entre los precursores de los castillos, tal como los conocemos actualmente, pueden citarse los castros o campamentos militares romanos y los rudimentarios blocaos o torreones levantados en Europa occidental antes del siglo x. Éstos se construyeron más tarde sobre terrenos artificiales y se rodearon de puntiagudas empalizadas. Al separar la tierra para preparar el terreno, quedaba una zanja circular que podía llenarse de agua o cubrirse de estacadas.
En el Domesday Book, compilado en Inglaterra en 1085-86, se hace referencia, directa o indirectamente, a más de 50 castillos de los muchos que a la sazón existían. Antes de terminar el siglo xii, los blocaos se construían ya por regla general de manipostería, al paso que la empalizada se convertía en pared de piedra. Los castillos del siglo xiii consistían fundamentalmente en una fortaleza central, edificios auxiliares y muros o fosos circundantes. Después se perfeccionaron con mejoras copiadas en su mayor parte de las fortalezas y ciudades amuralladas bizantinas, que se hallaban muy desarrolladas. En el panorama feudal europeo el castillo se alzó como símbolo de poder y riqueza. Su estampa resulta familiar desde Inglaterra al Próximo Oriente, dentro de la mayor variedad de tamaño, sistemas de construcción y disposición, que dependerán en definitiva del lugar de su emplazamiento, el rango y riqueza de su propietario y el ingenio de sus constructores. En general, se fueron acomodando gradualmente a las cambiantes necesidades de los tiempos y a los avances de los medios de ataque. Como fortalezas militares alcanzaron su madurez en el siglo xiv, en que prácticamente resultaban inexpugnables a los asaltos y armas de sitio conocidas.
Construcción y defensa.
En la construcción de castillos se cuidaba ante todo de que ninguna fuerza atacante pudiera hallar a lo largo de sus murallas, de 2,50 a 7,50 m de espesor, el menor trecho imbatido por las armas de los defensores. En los muros, coronados por almenas que servían de parapetos, se abrían aspilleras a intervalos regulares, a través de las cuales los defensores hacían uso de sus ballestas y demás armas arrojadizas. Semejantes a estas aberturas eran las troneras, que disponían de puntos de mira a los costados. Éntre ellas se extendían los merlones o parapetos corridos, tras de los cuales podían resguardarse los defensores. En lo alto de los muros o torres disponían éstos de reductos voladizos denominados matacanes, desde los que se podían arrojar piedras, agua o aceite hirviendo, plomo derretido y materias incendiarias sobre los que intentaban escalar los muros, batirlos con arietes o socavarlos para provocar su derrumbamiento. En el encuentro de dos cortinas se proyectaban al exterior los bastiones o baluartes, salientes de forma pentagonal, desde cuyos flancos podían batirse sendos tramos de muro hasta enlazar en su defensa con el próximo bastión.
El acceso a la puerta mayor o las poternas, puntos los más vulnerables de los muros, había de realizarse a través del puente levadizo, que podía hacerse descender para salvar el foso o elevarse para cerrar la entrada. Ésta estaba protegida además por la barbacana, consistente en una fortificación exterior avanzada que disponía de una o más torres con sus almenas y matacanes. Si los atacantes capturaban la barbacana, se hallaban ante una entrada cerrada por el rastrillo, pesada reja de hierro que podía subir o bajarse cerrando el ingreso. Tras él se ocultaban las puertas de roble macizo chapeadas de planchas de hierro para evitar su incendio.
Aun en el caso de que estas puertas fueran forzadas o escaladas las murallas próximas, las fuerzas de ataque sólo conseguirían llegar a la amplia zona descubierta denominada patio exterior, donde quedarían expuestas al fuego concentrado procedente de los muros y almenas de la torre del homenaje y el portillo de acceso al patio interior. En este patio se encontraban los cuarteles, el hospital, el pozo, la capilla y el último reducto defensivo, el alcázar, donde se hallaban instalados el comedor gigantesco y las cámaras del señor y su familia. Las paredes se recubrían de tapices, banderas y estandartes, que, mezclados con armas y armaduras, completaban el ornato de la estancia. En uno de los rincones o esquinas de la sala se alzaba a media altura una galería de madera destinada a los músicos. En el centro se instalaba la gran mesa de roble macizo, flanqueada de bancos. Aquí era donde el señor, sentado a la cabeza de la mesa en su sitial cubierto con un dosel, ejercía sus funciones de anfitrión, mientras los guardianes mantenían guardia permanente en las almenas. Entre sus huéspedes solían contarse otros nobles, peregrinos que se dirigían a Tierra Santa o eclesiásticos en camino hacia Roma o de regreso de ella. De cuando en cuando se interrumpía la rutina diaria en épocas de paz con la llegada de buhoneros, acróbatas ambulantes, juglares o trovadores errantes. El señor hacía de su castillo, palacio de justicia y, en unión de sus servidores, llevaba las cuentas del Feudo y administraba los intereses de la población castellana y de las tierras vecinas sobre las que ejercía su jurisdicción. En tiempo de guerra la gente del señorío se encerraba dentro de las murallas del castillo para colaborar en su defensa. Las artes medievales florecieron al amparo de estas murallas en tiempos de paz.
Ocaso de los castillos.
La utilidad de los castillos como fortaleza guerrera tocó a su fin en el siglo xv con la invención de la pólvora y el cañón, que era lo bastante poderoso para derribar las murallas. La nueva artillería provocó, por ejemplo, la rendición del castillo inglés de Bamborough, en 1464, en no más de una semana. Al perder su invulnerabilidad, los castillos de los grandes señores fueron haciéndose más refinados y lujosos en su interior, aunque el exterior experimentase poca variación. De hecho se transformaron en casas solariegas, mientras la defensa pasaba a depender de las fortalezas levantadas por los estados. Véase Fortificación.
Para más información ver: castillo.
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