Artículo enciclopédico: historia del cinismo (filosofía)
Historia del cinismo (filosofía)
La historia del cinismo en la filosofía se remonta a la antigüedad, donde los cínicos, discípulos de Antístenes, promovieron una vida de independencia y rechazo a las normas sociales.
Este movimiento, que podría derivar de la palabra griega para perro, simboliza su estilo de vida vagabundo y su desprecio por el convencionalismo.
Antístenes enseñó que la virtud es más valiosa que la riqueza y que la verdadera felicidad solo se alcanza a través de ella, incluso ante la adversidad social.
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Este movimiento, que podría derivar de la palabra griega para perro, simboliza su estilo de vida vagabundo y su desprecio por el convencionalismo.
Antístenes enseñó que la virtud es más valiosa que la riqueza y que la verdadera felicidad solo se alcanza a través de ella, incluso ante la adversidad social.
- Los filósofos de la antigüedad que conocemos con el nombre de cínicos fueron discípulos de Antístenes, filósofo griego de principios del siglo iv a. de J.C. Posiblemente se les aplicó el calificativo de cínicos porque se reunían en el gimnasio de Cinosargo o acaso alude el término —que derivaría entonces de kyon, kynos, perro— a su vida vagabunda y agresivo desprecio de todo convencionalismo. Antístenes estudió retórica bajo la dirección de Gorgias y más tarde se hizo discípulo de Sócrates, de quien aprendió que ser virtuoso tiene más importancia que ser rico, ejercer influencia o llevar una vida libre de aflicciones; que la virtud supera a la ciencia, al don de gentes y a la lógica; que la felicidad sin virtud es imposible y que el hombre justo obedece los dictados de la virtud aun a costa del desvío y de la hostilidad de la sociedad. Antístenes, a su vez, explicó que la virtud es el cultivo de la independencia total del individuo. Indiferente al sufrimiento, el hombre cabal rechaza el placer como posible desvío de la virtud; asimismo permanece impasible ante el honor y la desgracia. La religión, el matrimonio, todo lazo social o económico o cualesquiera relaciones humanas que constituyen la armazón de la civilización no son sino distracciones de las que la virtud, que se basta a sí misma, prescinde por inútiles. Todo lo que la virtud requiere es la oportunidad de afirmar la responsabilidad del individuo por medio de una vida que sólo su voluntad determina. Para los cínicos la ciencia carecía de valor y la lógica sólo servía para poner en evidencia lo absurdo de las afirmaciones sobre cualquier asunto, pues para ellos todos los asertos eran simples tautologías cuando no falsedades. Véase Antístenes.
Entre los primeros sostenedores de tal doctrina cuéntanse Diógenes, Crates, Estilpo y Zenón, fundador más tarde de la escuela estoica. De Diógenes cuentan que, con una lámpara en la mano, buscaba en pleno día en la multitud a un hombre honrado, y que se alojaba en un tonel al aire libre y se dedicaba a la práctica de actos indecorosos para alardear de su menosprecio a la opinión de sus semejantes. Un día Alejandro Magno fue a verle en su refugio y le preguntó si en algo podía servirle. Diógenes, que en aquel momento estaba tomando el sol, le contestó: «Sí, hazte a un lado, que me quitas el sol». Véase Diógenes; Zenón.
Los cínicos resurgieron en Roma en los dos primeros siglos de nuestra era. Demetrio, amigo de Séneca, Oenomao y Démonax, ponderado por Luciano, aparecen en ese periodo como dirigentes del cinismo. Aunque fieles a los principios de Antístenes, debieron mostrarse más comedidos, pues los romanos los equiparaban en su estimación a los estoicos.
Históricamente, la doctrina de los cínicos adquiere importancia por su criterio sobre la finalidad de la virtud, opuesto al de los cirenaicos, otra escuela de derivación socrática. Para aquéllos la virtud poseía un valor moral intrínseco, mientras que para los cirenaicos era un medio de hacer la vida agradable. Este antagonismo perduró en la historia antigua entre los estoicos, descendientes del cinismo y seguidores de Zenón, y los epicúreos, variante del cirenaísmo (v. Ci-renaica, Escuela; Epicureísmo; Estoicismo). Nunca pudo el cinismo —con su virtud negativa y antipática— inducir a los hombres a bien vivir, aunque es preciso reconocer que obraban rectamente al reconocer la voluntad como elemento determinante del destino de los individuos.
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