Historia del clasicismo en literatura, humanismo y artes

1. En Literatura el término es de acuñación antigua. Quintiliano califica de classicus auctor al que ha alcanzado un alto grado de perfección formal. La Edad Media sigue inconscientemente informada por los clásicos latinos. Así acusan su influencia el renacimiento visigótico-isidoriano (siglos vi y vil, el carolingio (siglos viii y ix), el florecimiento filosófico-literario del escolasticismo (siglos xii y xiii) e incluso la poesía trovadoresca y los Cantares de Gesta, que abundan en alusiones helénicas: Eneas, Troya, Alejandro. En los umbrales del Renacimiento Tomás de Aquino bautiza a Aristóteles en las aguas bautismales de la Teología y Dante cristianiza a Virgilio al elegirle por guía en su viaje a través del Infierno y el Purgatorio.
   
   
   El Humanismo exalta al máximo los valores clásicos. A sus cánones ha de atenerse toda obra que pretenda pasar por perfecta. El movimiento, nacido en Italia, se difunde rápidamente por toda Europa. En España triunfa en el Siglo de Oro para terminar asfixiado en los excesos del culteranismo y conceptismo. En Francia viene un poco a la zaga y en reacción al barroco impone la tiranía de un dogmatismo rígido. Sus serviles imitadores dejan de ser clásicos para convertirse en clasicistas. La excesiva preocupación por la belleza puramente formal desemboca en el academicismo. Contra esta esclavitud de la forma se alza en los siglos xviii y xix el Romanticismo, que no reconoce más ley que la de su propia fantasía. Pero el sentido clásico no muere, al menos como valor humano y estético. Aun en medio de la convulsión romántica o modernista vuelven nostálgicos sus ojos al ideal clásico muchos escritores. El mismo adalid del modernismo, Rubén Darío, aparece empapado en esencias clásicas.
   
   
   En las Bellas Artes, aunque el fenómeno es sustancialmente el mismo, no es coincidente en el tiempo con el clasicismo literario, sino que aparece rezagado en un par de siglos. A su aparición coadyuvan los descubrimientos de Herculano (1738) y Pompeya (1748), los sueños imperiales de Napoleón y la reacción contra la desviación expresionista, del barroco. Triunfa en Arquitectura con el estilo Imperio, académico y frío, de los arquitectos de Napoleón Pierre-François Fontaine (1762-1853) y Charles Percier (1764-1838), con el puritanismo helénico del arquitecto de Luis I de Baviera, Leo von Klenze (1784-1864), y con el ático estilo colonial estadounidense. En escultura persiguen la serenidad helénica el italiano Antonio Canova (1757-1822), el danés Berthel Thorwaldsen (1770-1844), el inglés John Flaxman (1755-1826) y los franceses Edmond Bouchardon (1698-1762) y Jean-Antoine Houdon (1741-1828). En la pintura neocla-sicista predominan la línea y el dibujo sobre el color en un afán de acercamiento a la sencillez helénica mediante la reducción de los medios pictóricos: buscan esta pureza lineal, con más o menos fanatismo, Jacques Louis David (1748-1825), pintor de la corte napoleónica, y su discípulo Jean Dominique Ingres (1780-1867), el ecléctico inglés Sir Joshua Reynolds (1723-92) y el grupo alemán de los «Nazarenos».
   
   Para más información ver: clasicismo.

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