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Historia munidal de la armada
La historia mundial de la armada abarca el desarrollo de las fuerzas navales desde la Edad Antigua, cuando fenicios, griegos y cartagineses comenzaron a organizar sus flotas para proteger el comercio y mantener el control sobre sus colonias.
Las embarcaciones de estos pueblos, como los bajeles griegos, fueron fundamentales en batallas decisivas, como la de Salamina, donde la estrategia naval marcó un hito en la historia militar.
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Las embarcaciones de estos pueblos, como los bajeles griegos, fueron fundamentales en batallas decisivas, como la de Salamina, donde la estrategia naval marcó un hito en la historia militar.
- Edad Antigua. Las primeras armadas se remontan a los tiempos de los fenicios, griegos y cartagineses, pueblos que sintieron la necesidad de organizar fuerzas navales para proteger su comercio y conservar su dominio sobre colonias distantes. En los vasos náuticos de los fenicios, dotados de remos, timón y velas, se ven ya piezas análogas a las conocidas hoy por quilla, cuadernas, roda. Tales embarcaciones se distinguen por su poca eslora, mucha manga y escaso calado. Fondean por medio de anclas de madera de un solo brazo, ahuecadas y rellenas de plomo.
En realidad no se tienen noticias de grandes encuentros navales hasta las Guerras Médicas. En ellas los persas enviaron contra los griegos hasta 1200 bajeles al mando de Jerjes, que fue derrotado en la memorable batalla de Salamina (480 a. de J.C.) por Temístocles. De las naves griegas se sabe que disponían de cubierta corrida bajo la cual se alojaban los remeros. La táctica consistía en embestir de proa para a continuación llegar al abordaje. En el combate se adoptaba la formación de línea, semicírculo o cuña. El mando corría a cargo de Polemarcas y Talasiarcas, que respectivamente dirigían las escuadras y las divisiones.
Luego fueron los cartagineses quienes dominaron en el Mediterráneo, no sin haber experimentado serios reveses frente a los piratas en los alrededores de Sicilia (296 a. de J.C.). Poco después el cónsul romano Duilio construye una gran flota con la que vence a los cartagineses en Milazzo (260 a. de J.C.) y asegura la hegemonía romana. Los cartagineses usaron mejores buques que los griegos, como el Bortacondoro, con 15-20 remos por banda. Los romanos, superando a su vez a los cartagineses, dotan a sus naves de verdaderos timones y las arbolan a veces con dos palos, que se abaten para combatir. Son sus prototipos de buques de guerra las naves longae, dotadas de varios órdenes de remos, y las naves liburae, más rápidas, de una sola fila de remos. Como armas ofensivas utilizan el rostrum o espolón de hierro o bronce y el ariete náutico. Para resistir mejor las embestidas refuerzan las amuras de roda de las embarcaciones con resistentes piezas de madera. Sus flotas se organizan en tres divisiones: una de vanguardia, otra de centro y una tercera de reserva. Para combatir adoptan diversos órdenes de batalla, como el semicírculo, el fórceps y la cuña. El mando de la flota corresponde a un dux y el de cada buque a un navárchus. La armada, que se abandona un tanto después de la derrota cartaginesa, adquiere nueva importancia en las guerras de César y Pompeyo. Octavio se impone a su rival Marco Antonio precisamente en una batalla naval, la de Actium (31 a. de J.C.). La actividad guerrera en el mar decrece luego. En realidad el peligro para Roma no se acerca por mar sino por tierra, en forma de ingentes hordas de guerreros llegados a caballo hasta las fronteras del Imperio desde el corazón de Asia.
Edad Media. El Imperio de Oriente sostuvo todavía una armada durante muchos siglos para defenderse contra los califas de Damasco que tenían puestos sus ojos en Constantinopla. En 717 León III el Isáurico hubo de hacer frente a una poderosa escuadra árabe, a la que pudo incendiar con el famoso fuego griego, mezcla líquida inflamable cuya composición sé desconoce. Los árabes siguieron aumentando, sin embargo, sus fuerzas navales, gracias a las cuales pudieron extenderse fácilmente hasta España. Su dominio del Mediterráneo duraría indiscutible o indiscutido hasta la irrupción en sus aguas de las naves de los normandos, venecianos, pisanos y genoveses.
En el siglo ix, montados en sus livianos holkers, los normandos se alejan cada vez más de sus reductos escandinavos en sus audaces correrías piráticas. Para oponérseles crea Alfredo el Grande de Inglaterra (849-99) una marina que derrota en Kent al rey de los mares, Hasting; ello le ha valido el dictado de «fundador de la marina inglesa». Esta marina no pudo evitar, sin embargo, que Guillermo el Conquistador (1027-87), con 400 bajeles de vela y otros de remo, desembarcara en las Islas Británicas con 60000 hombres. Por su parte Abderramán I organiza una armada en España para proteger las costas de su califato,. Abderramán III, más audaz, llega a tomar Ceuta, Tánger y Túnez; pero tampoco puede impedir que los normandos se apoderen de Galicia con 100 bajeles y que con 60 saqueen el Guadalquivir y lleguen hasta Sevilla. Los normandos se hacen poderosos en la misma Italia. Uno de ellos, Roberto Guiscardo, domina casi toda Sicilia y con 50 naves y algunas galeras conquista Corfú y disputa a Alejo Comneno el Imperio de Oriente.
Por esta época entran en acción Venecia, Pisa y Génova. Durante las Cruzadas Venecia se dirige contra Zaragoza y Constantinopla (1205) y tiene que luchar contra sus rivales Génova y Pisa. El Tirreno se convierte en escenario de continuos Combates. En 1241 los güelfos y gibelinos riñen la famosa batalla de Giglio en que la flota pisana vence a la genovesa. Luego ésta devolverá el golpe en La Meloriá (1284).
Mientras tanto se organizan las marinas de Castilla y Aragón. La cantábrica, principio de la castellana, empieza a nombrarse hacia el año 1126, en tiempos de Alfonso VII. Las primeras naves aparecen en Galicia, mandadas construir por el obispo Gelmírez en el astillero de Iría., Diez años más tarde había aumentado considerablemente su número. Dueño Fernando III de Córdoba y Jaén, piensa abrirse camino hacia Sevilla, pero para ello necesita una armada. Encarga en consecuencia a Ramón Bonifaz (1196-1252), experto en marinería, que reúna en el norte naos y embarcaciones. El marino saca de Guetaria, Castro Urdiales y Pasajes hasta 13 embarcaciones y ordena la construcción de otras 5 en Santander. Con esta reducida escuadra ataca el puente de Triana y el 23 de noviembre de 1248, Fernando III puede entrar en Sevilla. Este monarca crea el grado de almirante, .que concede a Bonjfaz, con amplia jurisdicción sobre todos los que tripulasen y navegasen en los buques de la Corona. Su hijo, Alfonso X, construye en Sevilla una atarazana de 16 compartimientos abovedados, en los que pueden construirse otras tantas galeras o naos de alto bordo. Nombra a su vez dos almirantes, uno para las naves de Andalucía y otro para el Océano y crea el cargo de adelantado mayor del mar.
La marina catalana, fundada en 1114 por Ramón Berenguer III, contaba en 1120 con 20 galeras y en 1127 con 50. Los monarcas sucesivos cuidaron de incrementarla para oponerse a los árabes. Jaime I de Aragón organizó hacia 1228 una flota para la ocupación de Baleares, compuesta de más de 150 bajeles, entre ellos 25 naves gruesas, 12 galeras y 18 táridas. Para la conquista de Valencia preparó una armada de 27 naves, 7 leños y 3 galeras. Por último, en. 1243, expidió una cédula por la que se creaba en Barcelona un arsenal o astillero para las galeras de la Corona. Por su parte Pedro III, que apreciaba debidamente la necesidad de disponer de una buena marina para sus empresas exteriores, acopió los materiales necesarios para la construcción y armamento de sus naves. Éstas aventajaban en solidez, organización y armamento a las mismas venecianas y genovesas. En mayo de 1282 organizó una flota de 24 galeras, 10 leños y unas 100 táridas y a su frente desembarcó en Sicilia. Nombró almirante a Roger de Lauria, que recorrió el Mediterráneo y, tras alcanzar innumerables victorias, regresó a Barcelona con 30 magníficas galeras.
La Guerra de los Cíen Años iniciada por Eduardo III de Inglaterra y Felipe VI de Francia, fortaleció las marinas de ambos países. En 1340 la armada inglesa disputó en Écluse a. la francesa y genovesa coaligadas el dominio del Canal de la Mancha. La situación en éste seguirá, sin embargo, indecisa por mucho tiempo. Mientras tanto, la Liga Hanseática logra el predominio del Mar del Norte a costa de Dinamarca. En el Mediterráneo, el declive de Génova y Venecia coincide con el creciente poderío de los turcos y la caída en sus manos de Constantinopla (1453).
Al comienzo de la Edad Media prevalece el dromón, buque largo y rápido de remo y vela, cubierto en toda su extensión y dotado de dos órdenes de remos, dos timones, dos espolones y tres palos. Cada dromón iba mandado por un drungario y cada grupo de tres o cuatro obedecía a un drungario comitre. El mando de la flota correspondía a un protondrungario. Las naves empleadas por Castilla y Aragón durante los siglos XII y xin recibieron los nombres de galeras, fustas, táridas, naos, leños. La galera era un buque largo y estrecho, de poco calad,o, 25 remos por banda, vela auxiliar y un solo mástil en el centro; iba mandada por un cómitre y un satocómitre y tripulada por marineros, remeros, sobresalientes, ballesteros y hombres de armas. La fusta, al principio sólo de remos y más tardé de remos y vela, fue el crucero de la época. La tárida era una especie de antiguo dromón. La nao, de muy diferentes tamaños, llevaba hasta tres cubiertas, tres palos y velas cuadradas. En. fin, el leño, pequeña embarcación de poco calado, era apropiado para varar en las playas. Las dotaciones, que se contrataban en calles y plazas por medio de heraldos, no recibieron salario fijo hasta el siglo xiii,
Las flotas se dividían en grupos y divisiones mandadas por prepósitos, vicealmirantes y jefes de división. En el combate iban en vanguardia las galeras, las naos en el centro y las táridas en la retaguardia. Pero la formación desaparecía en cuanto empezaba el combate, ya que la táctica preferida para derrotar al enemigo era el abordaje. En el siglo xiv los buques hubieron de sufrir modificaciones en su estructura para la instalación a bordo de piezas rudimentarias de artillería. Las naves más usadas fueron las carracas, las carabelas, los bergantines y los uxeres. Las carracas, naves de gran porte y arboladura, de unas 400 t, con dos o tres cubiertas, se empleaban para el transporte. Las carabelas, de una sola cubierta y más ligeras —unas 100 t— llevaban velas latinas en tres o cuatro palos y una vela cuadrada y un velacho en el cuarto, el de proa. Los bergantines, buques mixtos de remo y vela, más pequeños que las carabelas, constituían el grueso de las flotas. En fin, los uxeres eran barcos de transporte. Subsistían además la galera con sus derivadas la galera gruesa, la bastarda, la sutil, la galeaza. Las armas ofensivas empleadas en la guerra naval eran ahora, además de las arrojadizas de los siglos anteriores, la incendiarias (frascos de alquitrán inflamado que se disparaban con ballestas), los trabucos de resorte que lanzaban piedras y las bombardas que disparaban pelotas de hierro o plomo por medio de pólvora. También se utilizaban las rapavelas, para destrozar las jarcias.
Edad Moderna. En los primeros siglos de la Edad Moderna la hegemonía naval española era indiscutible. Los Reyes Católicos pudieron reunir en diferentes ocasiones flotas de más de 100 naves. Conocida es la política africana emprendida por estos monarcas en 1480 para asegurar nuestras comunicaciones en el Mediterráneo mediante la ocupación de puntos de apoyo en las costas. En 1490 las fuerzas españolas se apoderaron de Azamar, Alhucemas y Fadala. En 1497 don Juan de Estupiñán conquistó Melilla. Bajo el cardenal Cisneros una escuadra compuesta de 10 galeras y 80 naves menores arribó a Mazalquivir en 1509. Conquistadas Orán y Bugia (1510) se sometieron los sultanes de Argel, Túnez y Tlemecén. En el reinado de Carlos I se reúne una flota compuesta de 45 naos al mando del marqués del Vasto, 17 galeras al de Andrea Doria, 15 al de Alvaron de Bazán y otras unidades procedentes de Italia y Portugal para dar la batalla a Barbarroja, que fue vencido tras la conquista de la Goleta y Túnez (1535).
Por esta época no existía todavía una marina del Estado. Los principales astilleros radicaban en Galicia, Asturias y Vascongadas. Los barcos se artillaron con cañones de hierro forjado y colado hasta 1522, en que se adoptaron piezas de bronce. La tripulación iba armada primero con ballesta y a partir de 1544 con mosquete.
Felipe II concedió a la armada toda la atención que merecía como instrumento de dominio universal. En 1564 organizó a las órdenes de García Toledo una escuadra de más de 97 buques para ocupar el Peñón de Vélez de la Gomera. En 1571 tuvo lugar la famosa batalla de Lepanto entre las fuerzas coaligadas cristianas al mando de don Juan de Austria y las turcas mandadas por Alí-Bajá. Las primeras se componían de un total de 280 unidades: 204 galeras, 6 galeazas y 70 fragatas; y las segundas de 245 galeras, 70 galeotes y gran número de fustas y embarcaciones menores. En el encuentro cayeron 30000 turcos y pasaron a manos de la Liga Santa 117 galeras, 400 cañones y 39 estandartes. Otra expedición naval famosa de éste periodo fue la de la llamada Armada Invencible enviada por Felipe II contra Isabel de Inglaterra en 1588. Se componía de 150 naves, con 57868 t en total y 2431 piezas de artillería. Llegada a su destino al mando del duque de Medina Sidonia, fue destruida en su mayor parte por una tempestad y el resto por el almirante Drake.
Bajo Felipe III se trató de nacionalizar la marina de guerra y se ensayó la construcción de buques por asiento para el servicio real. Creció la producción nacional hasta conseguir unas 50 galeras al año, pero este ritmo no se sostuvo por mucho tiempo. En la construcción se tendió al aumento de desplazamiento; así las naos del siglo xvir llegaron a desplazar 2000 t. Desaparecieron los remos en la mayor parte de las embarcaciones. Los mástiles crecieron a medida que se agrandaban los cascos y las velas latinas se cambiaron por las cuadradas. Con Felipe IV se emprendió con energía la reorganización de la marina de guerra, que había vuelto a decaer. Se acordó el armamento de 78 buques, de los cuales 18 se destinaron a la guarda del Estrecho de Gibraltar y 22 a la de los Países Bajos, con la denominación de escuadra de Ostende. Las numerosas Ordenanzas dictadas en este reinado se reunieron para formar un Código publicado en 1623. A las escuadras del Mediterráneo, del Norte, del Océano y de Ostende se añadió en 1643 la de Barlovento para luchar contra los piratas y convoyar a los galeones de las Indias. En 1644 se fundó la Academia de Pirotecnia.
Tras el gran revés de la Armada Invencible dos naciones se disputan el dominio de los mares: Inglaterra y Holanda, que riñen una serie de batallas en el Canal de la Mancha. En la primera, la de Lowestoft (1665), favorable a Inglaterra, se abandona por primera vez la antigua táctica y se adopta la línea de bolina. En la segunda, la llamada de los Cuatro Días (junio 1666), luchan 100 buques holandeses contra 80 ingleses y salen vencedores los primeros. En la tercera, la de North Foreland (agosto 1666), la victoria sonríe de nuevo a Inglaterra.
Mientras tanto, crece la marina francesa bajo Luis XIV, que tiene puesta la vista en los Países, Bajos españoles. En un nuevo encuentro entre Inglaterra y Holanda (1672) Francia ayuda a la primera, pero el almirante holandés Ruyter rehuye prudentemente un encuentro decisivo. Una decadencia momentánea de la marina inglesa permitió a Guillermo de Grange ocupar Inglaterra (1688) y reunir los reinos de Inglaterra y Holanda. Interviene de nuevo Francia en apoyo del rey destronado, Jacobo II, y se producen los combates navales de Beachy Head, en que vence la escuadra francesa mandada por Tourville, y el del cabo de la Hogue, en que éste es derrotado. A partir de este momento empieza a decaer el poderío marítimo galo. Los barcos franceses se dedican preferentemente a la lucha en corso y toman Cartagena de Indias (1692) y Río de Janeiro (1711).
Con ocasión de la Guerra de Sucesión española (1702-12) pretende Sir George Rooke penetrar en Cádiz con 50 navios, pero es rechazado y se retira para vengarse en 13 galeones que, llegados de Indias con rico cargamento, se habían desviado hacia Vigo (1702). Byng ocupa Gibraltar (1704). Los intentos de recuperar la plaza resultan fallidos. Al final de la guerra la marina inglesa había afirmado netamente su hegemonía a costa de Españaj Francia y Holanda.
Bajo Felipe V, el ministro Alberoni, para apoyar las pretensiones del monarca sobre Sicilia, organiza una flota de 12 navíos de línea, 17 fragatas, 7 galeras, 2 lombardas y 399 transportes al mando del marqués de Lede; esta flota, atacada sin declaración de guerra frente al Cabo Passaro (1716), fue destruida por el almirante Byng. En 1741 el almirante británico Varron fue derrotado por Blas de Lezo en Cartagena de Indias. En 1747 el comodoro francés L’Etenduére, que escoltaba con 9 navios un convoy de Indias, fue derrotado frente a Finisterre por el almirante Hawke. En 1774 una escuadra franco-española de 27 navios se impuso a otra inglesa de 29 en Tolón.
A las acciones piráticas de los ingleses en las colonias replican los franceses con la toma de Mahón. La acción corre a cargo de La Galissonnière que, con 12 navíos de línea y 5 fragatas derrota al almirante John Byng, que dispone de 13 navios y 5 fragatas. Tras la caída de Mahón (1756) Inglaterra ordena el bloqueo de todos los puertos franceses. Los barcos neutrales capturados por ella ascienden a 176. En realidad la lucha es desigual, ya que Inglaterra cuenta en esta época con 130 navios frente a 60 que le opone Francia. Una escuadra de 12 navios organizada por ésta en Tolón para invadir a su rival en unión de la aprestada en Brest se ve interceptada frente al Cabo de San Vicente (1759), donde queda destrozada. La de Brest, compuesta de 19 navios, corre parecida suerte cerca de Quiberon.
En la lucha por la expansión colonial la diferencia de fuerzas navales se deja sentir decisivamente. En 1758 las marinas de las dos potencias rivales riñen en Pondichery (India) una batalla de la que, una vez más, sale victoriosa Inglaterra. El destino de España no es otro en este periodo que el de seguir en sus derrotas a Francia, con la que estaba ligada por los funestos Pactos de Familia. En 1762 el almirante Rodney toma Martinica y otras islas del Caribe y en el mismo año el almirante Pocock conquista La Habana. Igual suerte corre Manila a manos de una expedición inglesa salida de la India. Finalmente, por el Tratado de París, Francia tiene que devolver Menorca y renunciar a Canadá, Nueva Escocia y San Lorenzo. Por su parte Inglaterra devuelve a España La Habana a cambio de Florida.
Con Carlos III se proyecta la construcción de los arsenales de El Ferrol y Cartagena y el mejoramiento del de la Carraca. El marqués de la Ensenada eleva los efectivos de la Armada hasta 60 navíos de línea, que unidos a los 80 de la francesa, superaban a los que poseía Inglaterra. El reconocimiento francés de Estados Unidos (1778) arrastró a España a una nueva guerra con Inglaterra. Las fuerzas franco-españolas ponen sitio a Mahón y Gibraltar, pero, aunque capitula el primero, el segundó resiste y triunfa del bloqueo con ayuda de Rodney (1780) y Howe (1782). Por último, tras algunos encuentros navales en las Antillas, de varia fortuna, se llega a la Paz de Versalles (1783).
Los naos o naves se transforman en navíos. Aunque el nombre se aplica al principio a toda embarcación de cierto porte, luego se designa con él a los buques de guerra dotados de dos a más baterías corridas por cada costado. Había navios de tres puentes, con tres baterías por banda y un conjunto de 120 cañones como mínimo; navíos sencillos, con dos baterías por banda y 70, 100 cañones; y navios de línea, que formaban el núcleo principal del combate. Como unidad ligera las flotas adoptaron la fragata, que desempeña cometidos militares parecidos a los del crucero de nuestros días. Ésta montaba como mínimo 30 cañones en una sola batería. Las fragatas evolucionaron luego hasta sustituir al navio en el siglo xix. Más pequeña era aún la corbeta, que armaba por lo menos 30 cañones en una sola batería y se distinguía por su mayor velocidad y porte más fino.
Edad Contemporánea. Al subir al trono Carlos IV, la marina española gozaba todavía de suficiente prestigio para que Napoleón tratara de conseguir su cooperación. Constaba de 32 buques, entre ellos el Santísima Trinidad, el más grande del mundo en aquella época. Pero las fuerzas navales españolas y francesas estaban llamadas al desastre de Trafalgar. Reunidas ambas flotas en 1.a bahía de Cádiz, el almirante francés Villeneuve resolvió imprudentemente salir a mar abierto al encuentro de la inglesa mandada por Nelson. La fuerza conjunta, compuesta de 33 navios, 5 fragatas y 2 bricks, se dividió en una escuadra de 3 cuerpos de 7 navios cada uno y otra de reserva con 12 navios repartidos en 2 divisiones. En el encuentro, que tuvo lugar el 21 de octubre de 1805, se alcanzaron cimas de heroísmo difícilmente igualables, pero quedó anulado por mucho tiempo el poder naval español.
Con Fernando VII tienen que comprarse algunos barcos a Rusia para el transporte de tropas a las colonias. Por está época se construye el primer barco
movido a vapor (1829). La impulsión corría a cargo de sendas ruedas con paletas situadas a cada banda del buque, no muy feliz artificio para los barcos de guerra, que podían ser inutilizados fácilmente por la artillería enemiga. En 1853 se construyeron en los arsenales de Cádiz y El Ferrol algunos barcos de hélice, muy oportunamente, ya que permitieron mantener a raya a los norteamericanos, que empezaban a intervenir en los restos de nuestras colonias americanas. En 1859 las Cortes votaron un crédito de 112500000 pesetas con destino a la adquisición y construcción de barcos y reforma de los arsenales. Se construyen las fragatas Blanca, Almansa, Resolución y otras hasta un número de 12 y se adquirieron en el extranjero los buques Victoria y Numancia. Con todo ello pudo enviarse a las aguas dé. Veracruz en 1862 una escuadra de 19 unidades. Por esta época Ángel Argelich presenta el modelo de un buque blindado; Isaac Peral prueba su famoso submarino (1888) y Joaquín Bustamante inventa el torpedo, declarado de uso reglamentario en la Armada. Sobre un barco blindado, el Numancia, se cubre de gloria en 1866 Méndez Núñez frente a El Callao. Construidos por los ingleses aparecen los primeros grandes acorazados, de 122 m de eslora y 10 780 t, unoc. totalmente blindados con coraza de 140 mm y otros sin blindaje en la proa y la popa; pero todos ellos con artillería en las postas como los antiguos navios. Más tarde se introdujeron las torres, las casamatas y las torres a barbeta.
Al perfeccionarse el torpedo se construyen buques torpederos, rápidos y ligeros. Para batirlos cobra importancia la artillería de pequeño calibre y tiro rápido y para cooperar con ella se introducen las ametralladoras en los buques. Con el aumento de la coraza se hace necesario aumentar el calibre de los cañones y el desplazamiento de las unidades llamadas asopor-tarlos. Los barcos, que llegan a alcanzar 18000 t, van armados con cañones de 305 mm. Para protegerse de los torpedos utilizan redes metálicas colgadas al exterior. Empiezan a prodigarse los cruceros, que, al tiempo que sirven para mantener contacto con el adversario y destruir los mercantes enemigos, protegen los propios y permiten el bombardeo de puntos alejados, ya que son barcos de gran radio de acción y velocidad.
Antes de finalizar el siglo hacen acto de presencia dos nuevas potencias navales: Japón y Estados Unidos. La primera de ellas, en su guerra contra China (1894-95), se enseñorea del Mar Amarillo, desembarca en Port-Arthur y finalmente obliga a capitular a la flota enemiga. La segunda, que en 1885 manda construir su primer barco de guerra totalmente accionado a vapor, el Charleston, y que en 1890 se dispone a construir los primeros acorazados, aprovecha el hundimiento de su crucero Maine en aguas de Cuba para despojar a España (1898) de sus últimos restos coloniales: Cuba y Filipinas.
En la primera de estas islas sacrificó España sus cruceros Oquendo, Maña Teresa, Vizcaya. y Colón, mandados por el almirante Cervera, ante la indudable superioridad norteamericana. La desigualdad de fuerzas es aún mucho mayor en Cavite (Filipinas), donde la mezquina escuadra del almirante Montojo, compuesta de unos cuantos cruceros (Isla de Luzón, Isla de Cuba, Reina Cristina, Castilla, Don Antonio Ulloa, Don Juan de Austria y Velasco), casi todos sin protección, sucumbe ante la del almirante Dewey. Tras estas acciones Estados Unidos construye 20 acorazados y 13 cruceros de gran radio de acción. El poderío naval norteamericano alcanza plenitud con el presidente Theodore Roosevelt.
A principios de este siglo, el Japón hace un nuevo alarde de fuerza, en su guerra contra Rusia (1904), al conseguir embotellar y hundir a la escuadra de este país en Port Arthur. Úna flota enviada por Rusia desde el Báltico y engrosada en Indochina hasta totalizar 35 unidades, entre ellas 8 acorazados, 8 cruceros y destructores, se dirige apresuradamente a Vladivostok, donde esperan todavía 4 cruceros. Pero de esta importante fuerza, dirigida por el almirante Rozestvenskij, da buena cuenta el almirante Togo en el Estrecho de Corea, donde hunde 6 acorazados, 4 cruceros, 5 destructores, 1 guardacostas y 5 buques especiales y apresa 2 acorazados, 1 destructor y 2 guardacostas. De las restantes unidades, 6 quedan internadas en puertos neutrales y sólo 2 consiguen llegar a su destino. Provocar tan gigantesca hecatombe sólo cuesta a los japoneses... ¡tres destructores!
Guerras mundiales. Al iniciarse la I Guerra Mundial, Inglaterra cuenta con dos flotas principales: la Grand Fleet, alojada en Scapa Flow, con 20 acorazados deadnought, 8 acorazados antiguosj 4 cruceros de batalla, 21 cruceros y 77 destructores; y la Channel Fleet, en el Paso de Calais, con 16 acorazados y algunos cruceros y torpederos. Con estas fuerzas han de contender las de la Hoch see Flotte alemana: 13 acorazados dreadnought, 16 acorazados antiguos, 3 cruceros de batalla, 17'cruceros y 88 destructores. Comprendiendo su inferioridad, los alemanes prefieren la táctica de la sorpresa a cargo de unidades aisladas o en pequeños grupos, que merodean por los mares en corso dispuestas a aprovechar toda oportunidad de acoso: el Goeben y el Breslau, en el Mediterráneo; el Emden y el Königsberg, en el Indico; el Carlsruhe, en el Caribe; el Dresden, en el Atlántico. Frente a las costas de Chile, la escuadra de Von Spee (Scharnhorst, Gneisenau, Nürnberg, Leipzig y Dresden) destruye a la del almirante Cradok (Good Hope, Monmouth y Glasgow), que se venga seguidamente en las Islas Malvinas o Falkland en encuentro del que sólo escapa el Dresden. Al mismo tiempo los alemanes intensifican la acción submarina en su intento de cortar a Inglaterra las vías de suministro ultramarino, vitales para ella. Sólo en el Mar del Norte hunden de esta forma 500 barcos en 1915. Las toneladas hundidas en abril de 1916 ascienden a 190000 y en diciembre a 360000. Ante tan trágica amenaza los aliados aumentan su vigilancia y encaminan sus esfuerzos a embotellar a los submarinos en sus bases.
Hacia la mitad del curso de la guerra (31 mayo 1916) tiene lugar la única gran batalla de superficie registrada en ella, la de Jutlandia o Skager-Rak. Comienza ésta con un encuentro entre los cruceros del almirante Beatty y el almirante Hipper. Este se aleja de sus bases para colocar a su rival al alcance del grueso de la flota alemana, mandada por Scheer. Resiste desventajosamente Beatty hasta la llegada del grueso de la flota inglesa, que dirige el almirante Jellicoe. Las condiciones de visibilidad son malas. Ante el ataque a fondo de Scheer con torpedos y destructores, Jellicoe retrocede hacia el E, movimiento que aprovecha su rival para retirarse a sus bases. En la batalla habían intervenido por la parte inglesa: 28 grandes acorazados, 9 cruceros de combate, 8 cruceros acorazados, 23 cruceros ligeros, 82 destructores y 1 portaviones; y por la alemana: 16 grandes acorazados, 6 acorazados ligeros, 5 cruceros de combate, 11 cruceros ligeros y 72 torpederos. Las pérdidas fueron por parte inglesa: 3 acorazados, 3 cruceros de combate y 8 destructores; y por la alemana: 1 acorazado, 4 cruceros ligeros y 5 torpederos. Se ha llamado a este encuentro naval «la gran batalla inútil», ya que no reportó ventaja alguna ni a uno ni a otro bando.
En 1918 los aliados logran cegar las bases de submarinos de Zeebrugge y Ostende. Los hundimientos son cada vez menores: 300000 t en el primer trimestre de 1918, 250000 en el segundo y 200000 en el tercero.
A la terminación de la guerra quedan como principales potencias navales Gran Bretaña y Estados Unidos, con fuerzas casi iguales, seguidas del Japón y, a mayor distancia, de Italia, Francia y Unión Soviética. La Conferencia de Washington, convocada por Estados Unidos para la limitación del armamento naval (1921-22), estableció la proporción de 5, 5, 3, 1,67 y 1,67 de barcos de primer orden para Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón, Francia e Italia, respectivamente. Al levantarse la prohibición de nuevas construcciones navales, se proyectaron barcos más veloces y de mayor desplazamiento que los antiguos. A los primeros acorazados de 35000 t, cañones de 406,4 mm y velocidad de 30 nudos, siguieron los de 45000 t, En general los huevos cruceros y destructores eran más veloces y potentes en armamento y blindaje.
La marina de guerra española se componía en 1936 de 2 acorazados (Jaime I y España), con cañones de 381 mm, 7 cruceros, 17 destructores, 11 torpederos, 14 submarinos, 5 cañoneros, 9 guardacostas y otras unidades menores. Pero en el transcurso de la Guerra Civil (1936-39) se perdieron los acorazados y el resto de la armada quedó diezmado.
Al iniciarse la II Guerra Mundial, Alemania, que sólo disponía de 2 navios de batalla y sus famosos «acorazados de bolsillo», buques de 10000 t armados de poderosa artillería, adoptó la táctica de desgastar a las fuerzas navales aliadas por medio de acciones de sorpresa, minas y, sobre todo, ataques submarinos. Se inició una lucha sorda, encarnizada, poco espectacular, pero terrible en sus resultados. Los submarinos alemanes se introdujeron audazmente en todas partes: el 14 de octubre de 1939 hunden en su misma base de Scapa Flow al Royal Oak, de 29000 t, y averian al Repulse, de 32000. Al propio tiempo, lo mismo que en la guerra anterior, algunas unidades de superficie navegan al acecho por todos los mares. El 13 de diciembre de 1939 los cruceros ingleses Exeter, Achilles y Ajax logran arrinconar en el Río de la Plata al acorazado alemán Admiral Graf Spee, al que luego hunde su propia tripulación. Pocos días después sucumbe en la desembocadura del Elba el crucero alemán Koeln. En febrero del año siguiente el contratorpedero Cosack llega en su persecución del Altmarck hasta las costas noruegas y, apoyado por 1 crucero y 5 destructores, logra rescatar a los prisioneros ingleses que llevaba. La lucha submarina prosigue cada vez más intensamente: a principios de marzo las pérdidas aliadas ascendían a 550 barcos mercantes, con un total de 1335129 toneladas.
El desembarco alemán en Noruega (8-9 abril 1940), con la pérdida del crucero Karlsruhe en Cristiansand y el crucero Blücher en Oslo, provoca una serie de encuentros navales. Luego de una infructuosa tentativa inglesa de desembarco en Narvik (10 setiembre), seguida de otra a cargo del acorazado Warspite, los aliados logran poner pie más al N (14 setiembre) y por fin tomar el mismo Narvik; pero ante la reacción alemana se ven obligados a reembarcar y dejar a Noruega abandonada a su suerte. Ante el avance arrollador de los alemanes en Francia, las fuerzas aliadas quedan reducidas a una bolsa en Dunkerque, de.donde son rescatados 350000 combatientes en condiciones dramáticas por 1200 embarcaciones anglo-francesas protegidas por navíos de guerra (2-4 junio 1940).
A raíz del desastre sufrido en el continente, los ingleses, temerosos de que la flota francesa, pase a manos alemanas, se disponen a destruirla. En julio de 1940 atacan a su grueso, refugiado en Mers-el-Kebir (Orán), hunden el crucero Bretagne e inutilizan el acorazado Dunkerque; en Alejandría se entrega sin lucha el acorazado Lorraine. Estas y otras acciones reducen la armada francesa a 1 acorazado, 16 cruceros, 28 destructores y 57 submarinos. En el mismo año, la flota inglesa del Mediterráneo, compuesta de 8 acorazados, 3 portaaviones, 17 cruceros, 50 cazatorpederos y 20 submarinos, sostiene algunos importantes encuentros con la italiana, encabezada por 2 acorazados modernos tipo Littorio y otros 4 más antiguos tipo Cavour. En uno de esos encuentros, librado cerca de Candía (19 julio 1940), desaparecen el crucero ligero italiano Bartolomeo Colleoni y un crucero inglés.
En 1941 la lucha naval prosigue con parecidas características. En el Mediterráneo los ingleses abandonan la defensa de Creta después de haber sacrificado en el empeño 2 cruceros, 4 destructores y 1 submarino. El 28 de marzo una escuadra italiana, formada por el crucero Vittorio Veneto, 6 cruceros y 7 destructores, se ve obligada a enfrentarse al S del Cabo Matapán contra otra inglesa, integrada por los cruceros Warspite, Valiant y Barham y el portaviones Formidable, y experimenta gravés pérdidas: Vittorio Veneto, Vittorio Al-fieri, Maestrale, Vicenzo y Giorberto. En el Atlántico la acción de superficie más importante en el mismo periodo es la caza del acorazado alemán Bismarck por una escuadra inglesa, que pierde el gran crucero Hood (24 mayo). En total, el balance de pérdidas en 1941 arroja para las fuerzas aliadas 1042 mercantes (5149000 t), 1 acorazado, 16 cruceros, 6 cruceros auxiliares, 19 destructores, 5 torpederos, 18 submarinos, 2 portaaviones y 22 petroleros; y para las del Eje: 368 mercantes (2375000 t), 1 acorazado, 8 cruceros, 2 cruceros auxiliares, 2 torpederos, 9 destructores, 6 submarinos, 4 petroleros y 17 lanchas torpederas.
Con el ataque japonés a Pearl Harbor (7 diciembre 1941) se abre un nuevo teatro de guerra: el del Pacífico, en que la lucha es predominantemente marítima. El golpe por sorpresa, con la destrucción virtual de la flota norteamericana (acorazados Arizona, Oklahoma, West Virginia, Utah, California, así como varios cruceros, destructores, minadores y otras unidades), dio al Japón la supremacía naval en el Pacífico y . le permitió conquistar rápidamente las islas Guam, Wake y Filipinas. En la primera fase de la lucha fueron hundidos varios cruceros aliados (el norteamericano Houston, los ingleses Prince of Wales y Repulsemos holandeses De Ruyter y Java y los australianos Hobert y Perth), amén de 8 destructores, 7 submarinos y. otras muchas unidades. Con la destrucción ulterior de los cruceros Cornwall y Dorsetshire y el portaaviones Mermes la escuadra británica del índico quedó reducida a la impotencia. En mayo de 1942 el perímetro de expansión japonesa abarcaba hasta las Islas S. Marcus, Wake, Marshall, Gilbert, Nauru, Bouganville, Nueva Irlanda, Nueva Bretaña y parte de Nueva Guinea.
En el teatro europeo las fuerzas navales aliadas se emplean preferentemente en la escolta de los convoyes, que desde América se dirigen a Inglaterra y la Unión Soviética por la ruta Terranova-Groenlandia-Islandia-Murmansk-Arkángel. Los alemanes, dueños de todo el litoral europeo, se encuentran en inmejorables condiciones de lanzar asaltos con sus submarinos, aviones y lanchas torpederas rápidas. En el Mediterráneo, el Eje dispone de bases en Gerdeña, Sicilia, Italia, Grecia, Creta, Rodas y parte de las costas africanas. Gran Breña, que sólo conserva en él la de Malta, se ve obligada con frecuencia a seguir la ruta del Cabo de Buena Esperanza para abastecer a sus ejércitos del N de África. El desembarco aliado (noviembre 1942) en Argelia y costa atlántica de Marruecos cambia el signo de la guerra, aunque hasta mayo del año siguiente no logran los aliados someter a las divisiones de Rommel y von Arnim. La posesión del N de África les permite pasar a Sicilia (10 julio 1943), y desde allí saltar a la península italiana (8 setiembre). En estas operaciones hicieron los aliados un alarde de poderío naval y aéreo: 2500 naves y grandes flotas de aviones.
Un año antes (7-8 de mayo de 1942) se reñía en el Pacífico la batalla del Mar del Coral, en que los barcos de superficie no cambiaron un solo disparo, ya que en realidad, la lucha corrió a cargo de las fuerzas aéreas basadas en portaaviones. Con esta acción puede decirse que quedó frenado el avance nipón. El 4-6 de junio (batalla de Midway) los japoneses pierden 4 portaaviones y 1 crucero pesado. La iniciativa pasa a manos de los norteamericanos, que el 7 de agosto desembarcan en Guadalcanal después de una serie de duras batallas en que pierden 2 portaaviones, 5 cruceros pesados, 2 cruceros ligeros y 16 destructores contra 2 acorazados, 1 portaaviones, 2 cruceros pesados, 2 cruceros ligeros y 12 destructores perdidos por los japoneses. Repetidos asaltos anfibios dirigidos contra Makin, Tarawa, Marshall, Saipan, Guam y Tinian ponen a los norteamericanos en condiciones de reñir la batalla del Mar de Filipinas, en que sus enemigos pierden 2 portaaviones y 2 destructores.
Mientras tanto, el aumento constante de los medios de protección y lucha antisubmarina da sus resultados en el atlántico. Si en 1942 los hundimientos se cifraron en 12000000, en 1943 habían descendido a 5000000. Los alemanes se disponían ya a hacer frente a la amenaza de desembarco por el O del continente. Esta operación, que se inicia la noche del 5 al 6 de junio de 1944 en Normandía, llevaría a los aliados rápidamente al mismo corazón de Alemania y con ello a la victoria final.
En el Pacífico los japoneses, en un intento desesperado por contener la contraofensiva norteamericana, reúnen la mayor flota que las circunstancias les permiten. En la batalla de Leyte (Filipinas) pierden en octubre de 1944, 3 acorazados, 4 portaaviones, 10 cruceros y 9 destructores frente a 1 portaaviones, 2 buques de escolta y 3 destructores enemigos. En total, las pérdidas infligidas por los submarinos norteamericanos a los japoneses en 1944 ascendieron a 492 barcos, con 2000000 t. Finalmente, cuando todo se hallaba dispuesto para la invasión del mismo archipiélago nipón, las bombas atómicas arrojadas sobre él obligaron al Emperador a solicitar la paz. La guerra naval de mayores proporciones de todos los tiempos, había terminado.
Las fuerzas navales, tanto en uno como en otro teatro de operaciones, contribuyeron decisivamente al resultado de la guerra. En el curso de ésta se modificaron o abandonaron muchos conceptos navales tradicionales.
Las operaciones anfibias desempeñaron un papel más importante y el radar y la observación aérea ayudaron a dirigir con mayor eficacia el fuego contra las instalaciones costeras. Por último, y sobre todo, la aviación asumió un papel fundamental en los planes estratégicos. El corazón de la flota no fue ya el acorazado, sino el portaaviones. La victoria pertenecía ahora a quien dominara el aire. Los cañones navales, armas dominantes en la lucha marítima durante más de 400 años, dieron paso en importancia a las bombas y torpedos de los aparatos aéreos basados en portaaviones o en tierra. En el Pacífico donde la lucha naval se desarrolló en vastas zonas aéreas, el portaaviones asumió un papel dominante indiscutible entre los barcos de guerra. Las batallas se riñeron principalmente entre los portaaviones y sus fuerzas, mientras los acorazados y cruceros quedaban relegados a la misión de escolta y protección. En aguas europeas, donde las distancias no eran tan grandes, los portaaviones no fueron tan necesarios, ya que podía disponerse siempre de aviones basados en tierra. Es probable que el portaaviones, como opinan algunos, constituya sólo un arma de transición que desaparecerá a su vez el día en que el control de los mares corresponda por entero a aviones de gran radio de acción basados en tierra.
Aún no se conocen exactamente, a pesar de la prueba de Bikini, las consecuencias que para la guerra naval pueda entrañar el empleo de la bomba atómica. Parece, sin embargo, que encarecerá aún más la necesidad de portaaviones y submarinos de gran autonomía fuertemente protegidos. En este sentido se están organizando ya las armadas principales, en que cada vez aparecen más relegadas las unidades de superficie tradicionales. Los Estados Unidos y Gran Bretaña, por ejemplo, conservan muy pocos acorazados en servicio activo. En cambio, conceden creciente importancia a los portaaviones y perfeccionan los submarinos. Todo ello se refleja en el siguiente cuadro relativo a la composición fundamental de las Armadas de las grandes potencias antes y después de la última conflagración
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