Abelardo (1079-1142) fue un destacado teólogo y filósofo del siglo XII, originario de Pallet, cerca de Nantes, Francia.
A pesar de ser el hijo mayor de una familia noble, optó por dedicarse a las Letras en lugar de seguir la tradición militar.
Estudió con maestros como Roscelino y Guillermo de Champeaux, quienes influyeron en su pensamiento sobre los universales.
Su obra se centró en la controversia entre la realidad y la abstracción de los términos generales, especialmente en conceptos fundamentales como Dios y Trinidad.
Biografía de Abelardo (Abelard, Fierre)
(1079-1142). El más ilustre y osado teólogo y filósofo del siglo xii, nacido en Pallet (Palais), cerca de Nantes (Francia). Destinado, como hijo mayor de una familia de la nobleza media, según costumbre de la época, a la carrera de las armas, eligió la de las Letras. Uno de sus primeros maestros fue Roscelino; otro, Guillermo de Champeaux, maestro de la escuela catedralicia de París. Pronto advirtió Abelardo que en la cuestión de los «universales» los filósofos se dividían en dos campos. Véase Guillaume de Champeaux.
Era objeto de áspera controversia la cualidad real o abstracta de los términos generales del lenguaje. ¿Es la palabra «humanidad» una mera abstracción —un término arbitrario— o bien un concepto fundamentalmente real en sí mismo? Mientras Guillermo de Champeaux lo tenía por real y necesario, Roscelino lo consideraba tan sólo una abstracción que nada tenía que ver con la realidad. Cuando entraban en juego términos como «Dios» y «Trinidad», la cuestión ofrecía crucial interés en el aspecto teológico, por cuanto eran eclesiásticos los filósofos de ambas escuelas.
Abelardo mantuvo una postura media entre el nominalismo de Roscelino y el ultrarrealismo de Champeaux. Desde su misma llegada a París en calidad de estudiante se enfrentó con los maestros. Sus esfuerzos por conseguir una cátedra resultaron inútiles. Todos los medios le parecieron entonces buenos para propagar sus enseñanzas y su popularidad entre los estudiantes fue enorme. Obligado a abandonar la «tierra de París», disertaba desde un árbol. Forzado por las autoridades a dejar tal cátedra, la estableció en una barca en medio del Sena; pero también hubo de abandonarla. Pasó entonces a la orilla izquierda del río, fuera de la jurisdicción del obispo de París, y enseñó con gran éxito, desde 1108, en la escuela de Santa Genoveva. De 1113 a 1118 pudo sentar cátedra por fin en la escuela catedralicia de París. Véase Nominalismo; Realismo.
La agitación doctrinal promovida por Abelardo tuvo una repercusión revolucionaria en el campo de la enseñanza. Por primera vez en la historia rompíanse los moldes de la vieja escuela platónica y convivían en la misma institución cultural dos escuelas antagónicas. Abelardo había creado inconscientemente la Universidad, forma enteramente distinta de las escuelas puramente locales.
Más aún, el contenido doctrinal de la enseñanza de Abelardo era revolucionario. Su Sic et Non (sí y no) con que enfrentaba los distintos puntos de vista contradictorios de las autoridades de la Iglesia durante los 1000 años precedentes, sentaba las bases del Escolasticismo, teología científica, sistemática y dialéctica, que culminó en la Summa, compendio de toda la doctrina eclesiástica. Al fundar la Universidad de París, Abelardo hizo de esta ciudad el «Cerebro de Occidente» y su Sic et Non infundió claridad y brillantez en el estilo literario francés. Véase Escolasticismo.
La solución que Abelardo dio al problema de los universales era profunda. Las palabras, para él, no eran
ni reales, en el sentido que los realistas pretendían, ni meras construcciones arbitrarias, como profesaban los nominalistas a ultranza. Un sermo o palabra es el medio de que el hombre ha de valerse, en cuanto hombre, para entenderse con sus semejantes. Las palabras importantes se hacen universales al ser aceptadas como universales y se usan como tales para expresar verdades necesarias. Abelardo fue el único gran pensador medieval que consideró las cuestiones éticas; sostuvo que la intención es tan importante como el acto que de ella emana.
Abelardo se mostró siempre rebelde desde las primeras repulsas que recibiera en París. Como manifiesta en su Historia calamitatum, la castración de que fue objeto por unos malvados a sueldo del canónigo Fulbert, tío de su esposa, poco valió para conseguir su cooperación, aunque se averiguó que Fulbert había actuado movido por la suposición errónea de que Abelardo intentaba abandonar a su esposa Eloísa. Fue condenado dos veces por concilios de la Iglesia. A la primera condena (1121) por el Concilio de Soissons respondió, a modo de reto, con la fundación de un oratorio dedicado al Espíritu Santo —el Paráclito— declarando así el derecho del hombre a la libertad de pensamiento. Más tarde (1141) fue nuevamente condenado por el Concilio de Sens a instancias de San Bernardo de Claraval, «último Padre de la Iglesia». Pocos meses más tarde moría Abelardo en el priorato de San Marcelo, en las inmediaciones de Chálon-surSaóne. Eloísa, que había sucedido a Abelardo en el Paráclito, murió en 1164. Véase Bernardo de Claraval, San.