El agua natural más pura es la de lluvia, aunque en su caída recoge polvo —finísimas partículas de naturaleza mineral o vegetal— y disuelve los gases presentes en el aire como el nitrógeno, oxígeno, bióxido de carbono, amoniaco, etc. Cuando el agua de lluvia llega al suelo, parte de ella fluye hacia los ríos, lagos, etc. (aguas superficiales), otra parte es absorbida por la tierra (aguas freáticas) y el resto se evapora y pasa a la atmósfera (v. Ciclo hidrológico). El agua que corre superficialmente suele con tener materias en suspensión y la que se filtra a través del terreno disuelve algunos de sus componentes; ambas causas contribuyen en mayor o menor grado a impurificar la mayoría de las aguas naturales. Entre las impurezas disueltas suelen encontrarse cloruros, sulfatos, carbonatos y bicarbonatos de calcio, magnesio, hierro, sodio y potasio. Los bicarbonatos cálcico, magnésico y ferroso comunican dureza a las aguas, es decir, las hacen inútiles para el lavado con jabón, porque reaccionan con él dando compuestos insolubles y anulan su acción detergente. Las aguas que han atravesado terrenos calizos son muy duras.