Los primeros en emplear el alambre de espino en la guerra fueron los españoles en Santiago de Cuba, durante el sitio de esta plaza por las tropas norteamericanas. Tendíanse una o dos filas de alambre entrelazado a modo de barrera, salvo cuando se pretendía que sirvieran de obstáculo inopinado al enemigo, en cuyo caso se ocultaban.
Adquirió su máxima importancia el alambre de espino en la I Guerra Mundial. Un manual de ingenieros zapadores de aquella época declaraba: «De todos los obstáculos, el que mayor importancia tiene en la defensa es la alambrada.» No hay trinchera que pueda cumplir su cometido si no va acompañada de su correspondiente alambrada. Las líneas de alambradas, con frecuencia hasta tres, se colocan con separación entre sí de 15 m, una distancia de otros 15 por delante de las trincheras. Las líneas de retaguardia eran protegidas de la misma forma. Las alambradas tenían hasta 10 m de anchura, en que a veces se entrelazaba el alambre con ayuda de postes de madera o acero; pero, en general, iban preparadas desde la retaguardia en caballetes que se acoplaban más tarde para formar una línea continua. Tales obstáculos recibieron el nombre de chevaux de frise (caballetes de frisa). Los caballetes podían usarse como puertas, ya que podían levantarse para facilitar las salidas, aunque generalmente cumplían este cometido unas aberturas convenientemente disimuladas. Sin necesidad de métodos especiales de construcción, la permanencia prolongada en una posición era suficiente para convertir las alambradas, a causa de sus muchas reparaciones y modificaciones, en un tinglado improvisado de considerable valor como obstáculo. Aunque las secciones de asalto iban provistas de tijeras especiales, era la artillería la encargada generalmente de abrir brecha en ellas para dar paso a los atacantes.
En la II Guerra Mundial, las alambradas no tuvieron tanta importancia por presentarse con menos frecuencia los frentes estabilizados. Por otra parte, el alambre de espino ofrecía un obstáculo insignificante a los carros de combate. Las trampas anticarro y los campos de minas cumplieron mejor este cometido, si bien el alambre fue empleado en los frentes suficientemente estabilizados para aconsejar su instalación.