La alimentación del bebé es fundamental para su desarrollo y bienestar.
La leche materna se considera el alimento ideal, ya que su composición se adapta perfectamente a las necesidades del niño, facilitando la digestión y protegiéndolo de contaminaciones.
Los estudios demuestran que los bebés alimentados al pecho tienen menos problemas de salud y un vínculo emocional más fuerte con su madre, lo que contribuye a su equilibrio emocional.
Una alimentación adecuada por parte de la madre es clave para una crianza saludable.
alimentación del bebé
El alimento ideal para el niño es la leche materna, cuya composición es la que mejor se adapta a las necesidades de la criatura; la leche materna se digiere mejor que la leche animal y está al abrigo de contaminaciones. Los estudios realizados en este aspecto demuestran que los niños criados a pecho padecen menos indigestiones, menos raquitismo, menos infecciones de las vías respiratorias y están sujetos a una mortandad menor que los niños alimentados a biberón. Además, la alimentación materna o natural, al crear un íntimo contacto físico entre madre e hijo, satisface plenamente la instintiva necesidad de protección y afecto que siente el niño y sienta la base sobre la cual se ha de ir afianzando su equilibrio emocional.
La mayor parte de las madres que realmente deseen criar a sus hijos pueden muy bien hacerlo si es que tienen cuidado de tomar los alimentos adecuados y de sacrificarse un poco durante la crianza llevando una vida sana de hábitos regulares. Dado que las succiones del niño estimulan la secreción láctea, conviene que las tomas diarias sean más frecuentes, es decir, cada dos o tres horas, durante los primeros días, ya que éste es el mejor método para el rendimiento de los pechos. Cuando un niño no puede ser criado a pecho, se le alimenta corrientemente con leche de vaca hervida. La leche puede ser o concentrada o en polvo y se le suele añadir agua y azúcar, según lo prescriba el pediatra, con objeto de que sea más fácil de digerir y se adapte mejor a las necesidades del infante. Como la leche no contiene todas las sustancias nutritivas que el niño necesita, se suele añadir una alimentación suplementaria que se puede administrar en las distintas edades, siguiendo el régimen que a continuación se recomienda:
A las dos semanas: una cucharadita de zumo de naranja y una cucharadita de aceite de hígado de bacalao.
Al mes: 30 g de zumo de naranja y dos cucharaditas y media de aceite de hígado de bacalao.
A los dos meses: 90 g de zumo de naranja y dos cucharaditas y media de aceite de hígado de bacalao.
A los cuatro meses: 90 g de zumo de naranja, dos cucharaditas y media de aceite de hígado de bacalao, papillas a base de harina de trigo o de maíz y yema de huevo.
Desde cinco hasta seis meses: 90 g de zumo de naranja, dos cucharaditas y media de aceite de hígado de bacalao, papilla, yema de huevo y legumbres frescas.
A los siete meses: 90 g de zumo de naranja, dos cucharaditas y media de aceite de hígado de bacalao, papilla, yema de huevo, legumbres frescas y carne desmenuzada.
De los ocho hasta los doce meses: 90 g de zumo de naranja, dos cucharaditas y media de aceite de hígado de bacalao, papilla, un huevo entero, legumbres frescas, fruta, carne picada y pan tostado en cuanto el niño tenga ya algunos dientes.
Actualmente se sustituyen las tomas de aceite de hígado de bacalao, de mal sabor, por concentrados de vitaminas A y D, que se administran a dosis masivas separados por los intervalos de tiempo que determine el pediatra en cada caso particular.
Las investigaciones más recientes han demostrado que los niños asimilan la carne picada desde muy tierna edad. Véase Nutrición.
