Lugar o monumento religioso dispuesto para ofrendar sacrificios, como entre los antiguos hebreos; también, como en la Iglesia católica, ara o piedra consagrada para la celebración por el sacerdote del santo sacrificio de la misa.
Los altares de los tiempos paganos eran de dos tipos: los de poca elevación, situados ante la imagen en el interior del templo, en los que el adorador arrodillado presentaba sus súplicas; y los altos, erigidos ante la puerta del templo, para quemar las ofrendas.
Los antiguos altares judíos eran a menudo simples construcciones de tosca piedra. Los altares de oro para el incienso y de bronce para los sacrificios constituyeron parte importante en el Tabernáculo de Moisés y el Templo de Salomón. Los altares judíos y orientales eran generalmente cuadrados u oblongos, mientras que los griegos y romanos adoptaban a menudo la forma redonda. Tanto entre los judíos como entre los paganos, el altar procuraba un asilo a fugitivos y esclavos, cuya violación se tenía por sacrilegio.
En las primitivas iglesias cristianas el altar consistía en una construcción portátil de madera; sin embargo, la celebración del sacrificio en las catacumbas sobre los sepulcros marmóreos de los mártires acostumbró al empleo de los altares de piedra; el Concilio de Epone (Francia) decretó en 509 la prohibición de consagrar con el crisma cualquier altar que no estuviera construido de piedra.
El altar asumió antiguamente la forma de monumento, en cuya ornamentación intervenían la escultura, la pintura y el repujado. Su base rectangular encerraba frecuentemente el cuerpo de un mártir. Cuando se trataba de altares sencillos, se cubrían durante la celebración con antependios o paramentos de madera ricamente ornamentados.
En los primeros tiempos del cristianismo sólo había un altar en cada iglesia. Los latinos usaron pronto, sin embargo, más de uno en sus templos, y en este caso el principal recibía el nombre de altar mayor.
El retablo, cuadro o figura escultórica de índole religiosa que se colocaba encima o cerca del altar, llegó a constituir una de las primitivas manifestaciones del arte cristiano. Algunos retablos figuran entre las más famosas obras de arte. Consisten por lo general en uno o más cuadros que, si son dos, se llaman díptico; si tres, tríptico. Corrientemente van provistos de laterales plegables pintados que permiten ocultar el tema principal.
En la Iglesia católica, los cánones obligan a que todos los altares sean de piedra; pero la piedra —llamada ara o mensa— puede reducirse a un tamaño que sea lo bastante grande para recibir la forma y el cáliz. Esta piedra puede descansar o encajar en un tablero de madera. La mensa debe encerrar siempre reliquias y ser consagrada por un obispo.