El arqueoptérix es el ave fósil más antigua conocida, cuyo nombre significa «alas antiguas».
Este fascinante animal, que presenta un esqueleto similar al de un lagarto, se distingue por sus plumas, lo que lo convierte en un importante eslabón en la evolución de los reptiles a las aves actuales.
Aunque se creía que podía volar, estudios recientes indican que solo era capaz de deslizarse, careciendo de la musculatura y el cerebro necesarios para el vuelo efectivo.
El ave fósil más antigua que se conoce. Este nombre, que significa «alas antiguas», le fue aplicado porque la presencia de plumas es lo único que distingue a este animal de los reptiles, ya que su esqueleto es análogo al de un lagarto. Es considerada como un eslabón en la línea de evolución que va de los reptiles a las aves actuales.
El examen por los rayos X de cierto ejemplar de arqueoptérix demostró que este animal no era capaz de volar y que únicamente debía poder deslizarse. El arqueoptérix parece haber carecido de la musculatura necesaria para volar de verdad y de un cerebro lo bastante bien desarrollado para gobernar el vuelo. Esta ave poseía garras en sus alas y sus mandíbulas estaban provistas de dientes puntiagudos. Su cola tenía 13 vértebras separadas y era parecida a la de un lagarto. Las plumas estaban dispuestas en dos hileras, a lo largo de ella, como los frondes de un helecho. Así, el arqueoptérix difería de todas las aves modernas que tienen la cola reducida a un simple muñón con plumas radiadas en forma de abanico. El fósil era aproximadamente de la talla de un cuervo. Solamente se conocen tres ejemplares.