La arquitectura de palacios y viviendas árabes es un reflejo de la rica historia y cultura de la civilización islámica.
Estos espacios se caracterizan por su disposición en torno a patios, donde se agrupan diversas salas, como la sala de recepciones y el harén.
Un ejemplo emblemático es la Alhambra de Granada, famosa por su belleza y su integración con el paisaje.
Sus jardines, arcos y azulejos polícromos son testigos de un arte que fusiona funcionalidad y estética.
arquitectura de palacios y viviendas árabes
Los palacios árabes se componían de una serie de salas agrupadas más bien al azar, en torno a patios. Piezas principales eran la sala de recepciones, las habitaciones del Calysh o príncipe, el harén o departamento de las mujeres y, en algunas ocasiones, detrás de los últimos, los alojamientos de los soldados. El famoso palacio de la Alhambra, en Granada, construido en el siglo xiv, es sin duda uno de los más sugestivos. Su nombre alude en árabe al color rojizo de la arcilla con la que se levantaron sus muros. Se alza en lo alto de una colina, dominando las ricas vegas del Darro y del Genil. Por su situación en las estribaciones de Sierra Nevada está refrigerado por la brisa y parece haber sido construido a causa del espléndido paisaje que desde el lugar se puede contemplar. Es famoso su patio de los Leones, con arcos variados, tímpanos calados y zócalos de azulejos polícromos, hoy desaparecidos. En los bellísimos jardines hay limoneros y mirtos, flores y estanques.
El exterior de éste y muchos otros palacios y mezquitas —ocre o blanco— no puede ser más modesto. Las espaciosas salas aparecen prácticamente desprovistas de mobiliario. En las paredes se ven hornacinas labradas para colocar lámparas y vasos. En los zócalos de los muros brillan los azulejos: amarillos, azules, rojos, dorados, blancos. Sobre esbeltas columnas de mármol blanco, los gráciles arcos de herradura. Forman la decoración temas geométricos, epigráficos y vegetales muy estilizados. Los interiores de estos palacios con sus fuentes y surtidores en el centro de las salas y sus decoraciones de colores brillantes son como una prolongación de los jardines de los patios.
Además de mezquitas, palacios y mausoleos, existen todas las construcciones propias de una civilización que en su día alumbró al mundo, desde Córdoba y Damasco. La fisonomía de las ciudades es muy peculiar. Casas blancas, de muros espesos y escasas aberturas, pródigas de sombra y frescor. Innúmeras terrazas, herméticas durante el día, abiertas por la noche al cielo estrellado y la caricia de la brisa. Calles angostas, profundas, quietas. Patios fragantes, donde se escucha el grato son de la fuente. Todo ello forma parte de la arquitectura que los árabes expandieron por medio mundo en poderoso oleaje cuyo rumor no ha cesado todavía.