El arte moderno es un concepto que ha evolucionado significativamente desde su aparición a principios del siglo XX.
Originalmente, se refería a movimientos no ortodoxos que desafiaban las convenciones artísticas de la época, como los fauves liderados por Henri Matisse.
Desde su consagración en el Salón de Otoño de 1905, el término ha mantenido su relevancia, generando tanto entusiasmo entre sus defensores como irritación entre sus críticos, convirtiéndose en un punto de referencia en las controversias artísticas.
Hace mucho tiempo que este arte «moderno» rebasó los límites que se le adscribieran en las primeras definiciones de los diccionarios. En el medio siglo transcurrido desde que la expresión se acuñara, con criterio demasiado oportunista, no se ha cesado de intentar el hallazgo de una nueva denominación; ninguna de las sugeridas, sin embargo, suscitó aquella ola de pasión —entusiasmo en los partidarios, irritación en los contrarios— que saludara la aparición de la primera (1900). Desde entonces, el término «moderno» ha conservado la suficiente lozanía para servir de piedra de toque a todas las controversias.
Quizá este arte debiera entenderse circunscrito a los diversos movimientos no ortodoxos iniciados en París, en los albores del siglo, cuando Henri Matisse y sus fauves (v. Fauvismo) empezaron a llamar la atención. Lo evidente es que el nuevo arte alcanzó su consagración definitiva en el Salón de Otoño de 1905. El propio Matisse y su rival, Pablo Picasso, reconocieron francamente, sin embargo, que los antecedentes del mismo se remontaban a Vincent Van Gogh —que se había suicidado en 1890— y a Paul Cézanne, que ya había lanzado a la sazón su producción más significativa y había de morir obscuramente un año más tarde, ignorante de que los nuevos artistas habían de hacer de él un- semidiós, el más grande de los pintores del siglo, si no de todos los tiempos.
Los trabajos de investigación llevados a cabo por literatos y propagandistas entusiastas admiradores de Matisse y Picasso revelarían pronto que ni el mismo Cé-zanne era algo absolutamente único, absolutamente nuevo en el mundo, surgido cual espíritu alado de la frente de alguna musa, sino el producto de unas influencias, más o menos lógicas, hasta contradictorias si se quiere.
Paulatinamente el término «moderno» cobró más amplias significaciones. Se implicó en él a Cézanne y Van Gogh y se tuvo buen cuidado de señalar que hasta Corot, el obsesionado y monótono pintor de árboles, denotaba rasgos modernistas en sus arrinconados desnudos; que Géricault, aun anterior a Corot, poseía una rudeza de estilo que había de reaparecer en Cézanne; que existían definidos preludios de modernismo en el paisajista inglés Constable, en El Greco, en los bizantinos y hasta en los griegos anteriores a Fidias, los egipcios de la Esfinge y los chinos de los vasos de bronce y los ornamentos descubiertos en las tumbas antiguas.
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