La astronáutica es una disciplina que se centra en el estudio de los vuelos interplanetarios, abarcando tanto la teoría como la práctica de la exploración del espacio.
Esta ciencia no solo investiga las tecnologías necesarias para viajar más allá de la Tierra, sino que también se ocupa de la navegación extraterrestre, permitiendo a la humanidad explorar y comprender mejor el vasto universo que nos rodea.
f. Ciencia que estudia los vuelos interplanetarios.
Navegación extraterrestre.
Segundo diccionario: astronáutica
f. Navegación mediante ingenios espaciales alrededor de la Tierra o de un astro a otro.2º artículo
o COSMONÁUTICA. Nombre que se da a una de las más jóvenes ramas de la Ciencia contemporánea, pues su cuerpo de doctrina, cimentado sobre rigurosas bases científicas, viene elaborándose desde hace apenas un lustro, estando en plena evolución y rápido progreso hacia metas extraordinariamente ambiciosas.
Como su denominación claramente indica, la Astronáutica se ocupa del estudio de los métodos y medios disponibles actualmente para lanzar al exterior de nuestro planeta objetos más o menos voluminosos o pesados comúnmente llamados astronaves sin o con tripulación humana, susceptibles de circular por los espacios sidéreos a mayor o menor distancia de la Tierra como satélites artificiales de la misma, o alejarse hasta distancias astronómicas para convertirse en nuevos planetoides de nuestro sistema solar con fines de exploración científica, etcétera.
Puede decirse que estos objetivos están profundamente arraigados en la conciencia del hombre desde las más primitivas civilizaciones (leyendas de Ícaro, del viaje de Mahoma al paraíso, y en nuestra religión la Ascensión del Señor y la Asunción de la Virgen María). Desde el punto de vista puramente literario, desde la Edad Media con el Renacimiento aparecen publicaciones novelescas sobre astronáutica, tales como el Somnium, del gran Kepler, los Cien relatos del viaje a la Luna, de autor anónimo en la época de Galileo; bien conocidos son ciertos pasajes de La Divina Comedia, Cyrano de Bergerac, etcétera.
Es en el primer cuarto del siglo actual cuando aparecen ya los precursores verdaderamente científicos en el planteo y estudio del magno problema astronáutico; citemos entre ellos al maestro de escuela ruso Tsiolskowsky (quien ya en 1903 proyectó una nave espacial), al profesor norteamericano Goddard con su obra A methód of reaching extreme altitudes (1919), en Alemania a los profesores Oberth, autor de Die Rakete zu den Planetenraume (1923), y Max Valier (muerto trágicamente en uno de sus ensayos) con su Der Vorstoss in der Weltenraum, al reputado ingeniero aeronáutico francés R. Esnault-Pelterie, quien en 1930 publicó su gran obra VAstronautique y, desde la pasada II Guerra Mundial, al célebre Wernher von Braun y otros colegas contemporáneos como Sternfeld (en Rusia), que tan poderosamente han contribuido al asombroso progreso astronáutico alcanzado en los pocos años transcurridos desde la memorable noche del 4 de octubre de 1957 en que fue lanzado por los científicos rusos el primer satélite artificial de la Tierra, el célebre Sputnik I.
La bibliografía actual sobre Astronáutica y ciencias afines (investigación del espacio en general) es abundante en extremo, lo que dificulta resumir en pocas páginas los fundamentos de aquéllas y, lo que es más, los espectaculares progresos realizados en estos últimos tiempos en que las efemérides se suceden vertiginosamente. Excedían ya de la cincuentena el número de vehículos espaciales lanzados hasta junio de 1961, gracias a los cuales, no sólo se hán ido perfeccionando las técnicas de autopropulsión, telemando y guiado, obtención de propergoles extraordinariamente potentes, etc., sino que las aportaciones conseguidas gracias a ello en Geofísica, Astrofísica y ciencias afines son realmente de gran importancia.
En realidad, no puede decirse que la exploración del espacio por cohetes o satélites artificiales sea ya la auténtica Astronáutica (en el verdadero sentido de la palabra), pero constituye su indispensable premisa o etapa previa; como muy acertadamente ha hecho notar el general Crocco, hasta hace pocos años el hombre únicamente ha realizado astrobalística.
En efecto, para conseguir lanzar un objeto al exterior de la Tierra de modo que por lo menos una porción de su trayectoria rebase los límites de nuestra atmósfera, hay que renunciar al gigantesco disparo que Julio Verne imaginó en su famosa novela De la Tierra a la Luna por las bien conocidas. causas que imposibilitarían su realización práctica. La única solución posible consiste en el cohete interplanetario-cósmico, versión gigantesca del popular cohete volador (ya conocido de los chinos cerca de 2000 a. de J.C.), que además de arrancar con pequeña velocidad inicial, evitándose así, además de las peligrosas fuerzas de inercia iniciales (que pondrían en peligro no sólo la vida de la tripulación, sino la integridad del propio vehículo), la enorme resistencia que ofrecería el aire a grandes velocidades, ofrece la estimable ventaja de ser autopropulsado, lo que significa no sólo absoluta autonomía de marcha, sino, lo que es más primordial, su propulsión no requiere ningún punto de apoyo exterior y, por tanto, ningún medio material (agua o aire necesarios a los buques o aviones).
En efecto, el cohete puede progresar en el vacío con más facilidad que en el seno de la atmósfera (pues opone, como todo fluido, una resistencia al avance proporcional al cuadrado de la velocidad y aun a potencias superiores) en virtud del principio de Mecánica (Newton) de la acción y reacción, avanzando en sentido contrario del de los gases expulsados a través de un conducto o tobera T procedentes de una cámara de combustión C; en ella se verifica la combinación a alta temperatura (unos 3000 °C) y elevada presión (de 50 a 100 atm) de un combustible (hidrocarburos, gasolina, keroseno, etc.) con un oxidante (oxígeno líquido, agua oxigenada, ácido nítrico, etc.) que lleva el propio cohete en sendos depósitos, aunque cada vez se emplean más propergoles sólidos.
Supongamos que desde la cima A de una pequeña colina sobre una Tierra perfectamente esférica se lanzan horizontalmente proyectiles con velocidades crecientes; la balística clásica calcula las trayectorias descritas por aquéllos, o sea ramas de parábola (en primera aproximación) o mejor curva balística si se tiene en cuenta la resistencia del aire (B). Aumentando suficientemente la velocidad inicial del proyectil, se concibe que puedan llegar a encontrarse dos ramas de tales curvas (como indica la de trazos) constituyendo una única trayectoria casi circular de radio R (en realidad elíptica, uno de cuyos focos es el centro de la Tierra). Para que ello ocurra es preciso que la aceleración radial mv2/R del proyectil (siendo m su masa y v su velocidad lineal) sea compensada exactamente con la atracción terrestre o aceleración de la gravedad 9,81 m/seg2 (que actúa en sentido contrario de la primera); de aquí se deduce el valor de la velocidad lineal del proyectil o sea unos 8 kilómetros por segundo o prácticamente unos 29 000 kilómetros por hora en números redondos.
Este cálculo aproximado deja de ser válido en cuanto la altura sobre la superficie terrestre desde donde se lanza o alcanza el proyectil vehículo espacial (astronave) es lo suficientemente grande para que ya no pueda considerarse la aceleración de la gravedad gr a tales alturas igual a la reinante en la superficie del geoide terrestre. En efecto, designando por R el radio terrestre medio y r la distancia del proyectil al centro de la Tierra, un sencillo cálculo demuestra que la velocidad vr que debe imprimírsele viene dada por la sencilla expresión: vr es igual a la raíz cuadrada de (gr R2)/r es decir, que vr es inversamente proporcional a la raíz cuadrada de la distancia del proyectil al centro de la Tierra.
Aumentando aquella velocidad límite inferior de 8 km/s y sin poder entrar aquí en el detalle de los cálculos, se llega a la conclusión de que el proyectil describiría sucesivamente elipses, cuyo eje mayor iría aumentando de longitud y, por tanto, la distancia del apogeo de las órbitas respectivas a nuestro planeta. Así, para alcanzar la Luna, cuyo centro dista por término medio unos 384400 km de nosotros, por simple aplicación del teorema de las fuerzas vivas, se encuentra que es preciso comunicar al proyectil una velocidad inicial de 11,1 km/s con la que puede alcanzar y aun rebasar la zona neutra en que las respectivas fuerzas atractivas de la Tierra y la Luna se neutralizan, pues son iguales y de sentido contrario y, por tanto, en la que esta última puede captar al proyectil, haciéndolo entrar en su esfera de acción. Rebasada esta velocidad de los 11,1 km/s y aumentando por tanto su distancia perigea, el proyectil acabaría describiendo una rama de hipérbola (cuyo foco coincidiría con el centro de la Tierra) cuando .se le consiguiera lanzar con la fantástica velocidad de 11,2 km/s, aproximadamente, 40 000 km¡h, que es la llamada velocidad de evasión o de fuga, pues el proyectil se perdería para siempre en los abismos sidéreos.
Suponiendo se hiciera el lanzamiento con la velocidad de 42000 km/h (es decir un 5 % mayor que la de evasión) y que ésta tuviera el mismo sentido que el del movimiento de la Tierra en su órbita, entonces, después de atravesar la astronave la ya indicada zona neutra, en virtud de las leyes de Kepler, seguiría una órbita más alargada que la terrestre, hasta alcanzar después de media órbita el punto de tangencia con la de Marte; pero si el sentido del movimiento de la astronave es contrario al del terrestre, la órbita de aquélla se encogería, llegando a encontrar la de Venus. Estas maravillosas proezas constituyen ya la auténtica locomoción interplanetaria y han sido recientemente realizadas por el hombre.
Satélites terrestres artificiales. Ya hemos dicho que todo cohete, al alcanzar los límites de la atmósfera superior, si está animado con una velocidad circular suficiente, puede convertirse en un satélite más o menos duradero de la Tierra, ya que la resistencia del aire, por muy enrarecido que esté en aquellas altas regiones, irá frenándolo continuamente y acabará por caer sobre nuestro Globo.
Para conseguir que un objeto (futuro satélite) gravite alrededor de la Tierra circundándola un gran número de veces es necesario realizar las dos operaciones fundamentales siguientes:
1. a Elevarlo hasta la altura elegida como perigeo o punto más próximo a la superficie terrestre de la trayectoria elíptica que el satélite debe describir.
2. a Imprimirle a dicha altura una velocidad inicial cuya dirección sea perpendicular al radio vector que va desde el centro de la Tierra al punto en donde el satélite entra en órbita, cesando entonces la impulsión del cohete compuesto que le lleva hasta allí. Dicha velocidad inicial ya sabemos debe ser de unos 7,9 km/s como mínimo, aunque depende en realidad de las condiciones iniciales del lanzamiento.
He aquí, a grandes rasgos, la serie de operaciones que comporta el lanzamiento de un satélite artificial (por ejemplo con un perigeo de unos 500 km) por medió .de un cohete triple. Iniciada la ascensión vertical del mismo hasta alcanzar en A (1 km o más) una velocidad de unos 200 m/s, desde tierra teledirigido, se le va inclinando hacia la dirección elegida, hasta alcanzar una sesentena de kilómetros dé altura, con una inclinación de unos 45 °C. Agotado el propergol de la primera etapa o cuerpo, éste se desprende (en B) y se inicia la combustión del que lleva la segunda, continuando la ascensión hasta unos 200 km y su inclinación hacia la horizontal.
Al cesar el impulso (en C) continúa ascendiendo el móvil (en virtud de la velocidad adquirida) hasta los 480-500 km en que ya lleva una velocidad horizontal de unos 4000 m/s; entonces se enciende un pequeño cohete lateral, que imprime un movimiento de rotación al tercer cuerpo del cohete para fijar su dirección por efecto giroscópico, desprendiéndose simultáneamente el segundo cuerpo (en D). Alcanzada la velocidad de los 8 km/s, un resorte lanza el satélite fuera del tercer cuerpo, el cual, en virtud del principio de la acción y reacción, también se convertirá en satélite, pudiendo acompañar al primero o caer a tierra. Más adelante exponemos sucintamente la teoría física del cohete astronáutico.
Principales resultados científicos conseguidos con los satélites artificiales. Efemérides más notables. A pesar del relativamente breve lapso transcurrido desde el inicio de la exploración del espacio mediante cohetes, satélites, sondas cósmicas, etcétera, se hace difícil la tarea de ordenar y resumir los abundantes frutos científicos obtenidos gracias a ellos. Bastará indicar a este respecto que el centenar de trabajos y comunicaciones presentados al primer Symposium internacional sobre la Ciencia del Espacio celebrado en Niza en enero de 1960 ocupa bastante más del millar de páginas de un grueso tomo en octavo (editado por la Nort-Holland Publishing Company de Amsterdam en 1960).
Después del lanzamiento del primer satélite artificial terrestre, Sputnik I, el 4 de octubre de 1957, el 3 de noviembre del mismo año los científicos rusos ponían en órbita el Sputnik II; su peso era de más de media tonelada y su perigeo y apogeo de 224 y 1670 kilómetros, respectivamente. (Véase la tabla.)
El 31 de enero de 1958 iniciaban los norteamericanos la serie de sus lanzamientos con el del Explorer I que, con su reducido peso de 14 kg, dio la pista al profesor J. van Alien, de la Universidad de Iowa, para el descubrimiento de una faja inferna de intensa radiación corpuscular que rodea permanentemente a la Tierra a una distancia media de unos 10000 km con un grosor aproximado de unos 5000 kilómetros.
A éste le siguió el Vanguard I lanzado el 17 de marzo, que pesaba tan sólo 1,5 kg y gracias a cuya liviandad se descubrió el contorno piriforme de nuestro planeta (cuya dimensión ecuatorial resulta ser menor que la admitida hasta ahora), así como la influencia de la presión de la luz sobre la órbita de este satélite.
El 15 de mayo del propio año lanzaron los rusos el famoso Sputnik III con más de una tonelada de peso (1327 kg) de los cuales 968 kg correspondían a la carga útil (instrumentos, aparatos de medida, fuentes de energía eléctrica, etc.) cuya larga vida (27 meses) fue muy fructífera en resultados de gran interés científico.
Empezó el año 1959 con la primera tentativa de los rusos, el día 2 de enero, de enviar a la Luna un cohete Lunik I que, después de pasar cerca ele ella, entró en órbita alrededor del Sol, siendo, por tanto, el primer planeta artificial o planetoide del sistema solar (con un periodo de revolución de 450 días).
A éste siguieron los satélites norteamericanos Vanguard II, Pioneer IV y Explorer VI (los dos primeros con peso inferior a la decena de kilogramos y el último, de paletas, 64), lanzados respectivamente el 17 de febrero, 3 de marzo y 7 de agosto de dicho año. El 12 de octubre lanzaron los rusos el Lunik II dirigiéndolo hacía la Luna, contra la que chocó al cabo de unas 36 h después de su salida de la Tierra, al que siguió el 4 de octubre el Lunik III (fig. 5) incorporado a nuestro sistema Tierra-Luna como satélite de ambos astros y gracias al cual fueron transmitidas por televisión las sensacionales imágenes de la cara de la Luna que no podemos ver. Finalmente, con los satélites norteamericanos Vanguard III y Explorer VII, lanzados respectivamente el 18 de setiembre y 13 de octubre de 1959, se cierra la impresionante lista de los esfuerzos realizados durante este año.
La primera sonda espacial lanzada por los Estados Unidos en 1960 fue el Pioneer V, de alcance extraordinario, puesto en órbita heliocéntrica (planetoide) el día 11 de marzo; sus magníficas instalaciones nos han enviado datos de grandísimo interés científico desde distancias del orden de los 36000000 de kilómetros. Descubrió que el campo magnético terrestre se extendía hasta más allá de los 96 000 km, aproximadamente el doble de lo que se venía admitiendo y registró además un campo magnético interplanetario cuyo origen es todavía desconocido. Confirmó la existencia de un anillo de corriente electrónica en el plano ecuatorial terrestre a una distancia media de tinos 64000 km. Asimismo, por vez primera se pudo determinar la importancia de los efectos en la Tierra y su espacio inmediato de una gigantesca erupción en la cromosfera solar al ser alcanzada aquélla por una fenomenal nube de gases ionizados lanzada por dicha explosión a los espacios interplanetarios; estos gases envolvieron al Pioneer V y después se interpenetraron con el campo geomagnético. El instrumental de este planetoide descubrió que las partículas de la radiación cósmica procedentes de los abismos siderales eran desviadas por la nube iónica en cuestión. De otra parte, en las inmediaciones de la Tierra, el Explorer VII confirmó la disminución de la intensidad de la radiación cósmica, explicándose así un fenómeno que durante muchos años venía intrigando a los hombres de ciencia.
Simultáneamente, gracias a este último satélite y al Pioneer III no sólo se comprobó la existencia de la doble envoltura de intensa radiación llamada faja o cinturón de van Alien (cuya intensidad alcanza su máximo a la distancia de los 25000 km), sino que la cintura exterior sé descargaba de su radiación, precisamente en el momento en que la nube o viento solar entraba en contacto con nuestro campo geomagnético, coincidiendo con la aparición de auroras polares y las consabidas perturbaciones en todos los sistemas de telecomunicación.
Entre los navíos espaciales con fines utilitarios inmediatos citaremos el Tiros I y Tiros II (iniciales de Televisión Infrared Observation Satellite) puestos en órbita el 1 de abril y el 23 de noviembre respectivamente, provistos además de abundante instrumental, de una emisora de televisión; con ellas, el primero nos envió miles de fotografías de capas de nubes (descubriendo que la formación de éstas es consecuencia de un proceso perfectamente organizado), extensas áreas de la superficie terrestre, etc., y el segundo, además de transmitir fotografías de sistemas nubosos, medirá su temperatura, la relativa de la superficie terráquea, el equilibrio existente entre ésta y el Sol, etcétera.
Dos satélites, el Eco I y el Correo IB, han sido los adelantados como estaciones activas y pasivas de retransmisión, puestas al servicio de las radiocomunicaciones mundiales, verdaderos relés espaciales que, por su menor distancia a nosotros, sustituyen ventajosamente a la Luna como reflector de las ondas radio-eléctricas, astro utilizado con este fin primeramente por Evans hace ya algunos años.
El Eco I, que en tan buenas condiciones podía contemplarse desde mediados de agosto de 1960 en muchos países, era un globo delgadísimo de plástico, aluminizado extetiormente, de unos 30 m de diámetro, que describía una órbita de cerca de 1000 km de radio. Ha sido utilizado repetidamente como reflector hertziano, estudiándose sus condiciones como estación intermedia para el radio-enlace entre estaciones terrestres separadas por grandes distancias.
El Correo IB, lanzado el 4 de octubre de 1960, iba provisto de completa instrumentación electrónica, con la que se pueden enviar o recibir 68 000 palabras por minuto a su paso por la zona de alcance de una radio-estación terrestre.
Dos satélites de la serie Transit, el IB y el IIA, puestos en órbita el 13 de abril y el 22 de junio de 1960 respectivamente, han demostrado que es factible un sistema para obtener la posición más precisa y en toda clase de tiempo para la navegación aérea y marina.
Después de los lanzamientos que podríamos llamar de vanguardia y de tanteo, hemos entrado hace tiempo en el periodo auténticamente «cosmonáutico»: el de los satélites y cápsulas, sputniks y naves espaciales tripulados. He aquí brevemente los vuelos más importantes de esta clase efectuados hasta el momento de entrar en prensa esta Enciclopedia.
1. Yuri Alekseevich Gagarin ha sido el primer cosmonauta de la historia y en 89 minutos el 12 de abril de 1961 dio una vuelta a la Tierra tripulando la nave Vostok I (Oriente). Inició el recorrido en Tyur Atam (URSS), remontóse a una altura discreta —entre los 180 y los 250 km (para no llegar al peligroso cinturón radiactivo inferior de van Alien)— cruzó primero una parte de Siberia, después toda la anchura del Océano Pacífico, pasó entre el cabo de Hornos y la Antártida y una vez salvado el Atlántico penetró por el Congo en cielo africano. Éste era el momento previsto para iniciar los preparativos del descenso. La cápsula se separó del cohete portador (que siguió luego en órbita) mientras aquélla, con Gagarin dentro, dio una vuelta de campana a fin de asegurar un buen aterrizaje. En seguida comenzaron a funcionar los frenos y el Vostok perdió rápidamente altura. El cosmonauta dejó el cielo de África al pasar sobre Alejandría y una vez cruzado el Mediterráneo oriental, Anatolia, el Mar Negro y el de Azov, aterrizó finalmente, sano y salvo, en Saratov, a unos 740 km al E de Moscú.
2. Alan B. Shepard fue el primer astronauta occidental. Su vuelo al espacio exterior, aunque de sólo 15 minutos, constituyó un éxito espectacular. Lanzado desde Cabo Cañaveral (EE. UU.) el 5 de mayo de 1961 a las 9 h 34 min, alcanzó muy pronto la velocidad máxima de 7200 km/h y llegó a una altura de 184 km. Al cabo de 2 min de vuelo sobre el Atlántico, Shepard manipuló los mandos e hizo desprender del cohete portador la cápsula donde él estaba e inmediatamente dio ésta la vuelta de campana oportuna para asegurar la caída balística. En la proximidad del apogeo permaneció el cosmonauta unos 5 min en estado de ingravidez. Nueve minutos y medio después de haber iniciado el vuelo, se abrió el paracaídas y la cápsula fue a posarse sobre el océano, a unos 480 km de Cabo Cañaveral, en la región prevista. Un helicóptero trasladó al intrépido cosmonauta al portaaviones Champlain y un aeroplano lo trasladó desde allí a la isla Gran Bahama para el reconocimiento médico. El vuelo fue televisado y seguido por muchos millones de telespectadores. Una hazaña parecida a la de Shepard fue la realizada por el capitán norteamericano Virgil Grissom el 21 de julio de 1961.
3. Por último, el cosmonauta soviético Hermán Stephanovich Titov, de 26 años de edad, realizó un vuelo de 25 h 18 min a bordo del Vostok II. Los puntos de partida y de aterrizaje fueron los mismos, aproximadamente, que los de Gagarin. Las circunstancias descollantes de la hazaña de Titov quedan reflejadas en el gráfico. El cosmonauta comió tres veces y pudo dormir 7 1/2 h en vuelo. El camino hacia los astros ha quedado definitivamente abierto. Véase Satélites artificiales.
de una resistencia suplementaria de este último a tales velocidades no depende tanto del valor absoluto de la velocidad, sino de la relación entre la misma y la del sonido. Tal cociente recibe el nombre de número de Mach; éste es igual a la unidad cuando la velocidad del vuelo es la del sonido, pero en los modernos cohetes excede de 7, habiéndose alcanzado hasta 28 (Sputnik, Atlas, etc.).
Con velocidades supersónicas, la masa de aire delante del móvil no tiene tiempo de deformarse, pues las sacudidas del aire sólo son transmitidas hacia adelante con la velocidad del sonido; por eso en las proximidades del cohete la velocidad de las moléculas gaseosas está profundamente alterada en magnitud y dirección. Esta enorme disminución de su velocidad va acompañada de un correspondiente aumento de presión, de la densidad y de la temperatura en dicha delgada capa de aire (capa límite); tan brutal salto de presión constituye la llamada onda de choque.
Ésta se forma en la parte anterior de todo cuerpo que avanza con velocidades supersónicas en donde además de la presión también se eleva la temperatura, que a su vez provoca la de las paredes exteriores del cohete; esta calefacción aerodinámica, bien sensible ya en los aviones a reacción, es lo que se llama muro de calor y, como es natural, se manifiesta más intensamente en los cohetes (el V-2 alcanzaba los 600°).
Su retorno a la Tierra, por esta causa, presenta graves dificultades (problemas de la reentrada:), debiendo protegerse con revestimientos superrefractarios e inoxidables en cerámica, que aislen térmicamente su interior, y eventualmente se puede recurrir a la refrigeración artificial; existe en efecto un procedimiento en que ésta se consigue por sudación o transpiración, mediante evaporación rápida, de un líquido volátil que se inyecta continuamente a través de un recubrimiento, o capa, porosos en la superficie del cohete. También cabría enfrenarlo, aprovechando las corrientes inducidas en su armazón por el campo geomagnético, pero no sabemos que este recurso se haya puesto en práctica hasta ahora.
• « Por ejemplo, Stanislav Lem, médico, ingeniero, psicoanalista, miembro de la Academia Polaca de Astronáutica, profesor de literatura de la Universidad de Cracovia y tal vez el mejor escritor de ciencia ficción de la actualidad. »
Se usa o puede usarse como: sustantivo femenino, en sentido figurado
¿Cómo separar en sílabas astronáutica?
as-tro-náu-ti-ca La palabra astronáutica tiene 5 sílabas.
¿Dónde tiene acentuación astronáutica?
Tiene su acento gráfico (tilde) en la sílaba: náu Tipo de acentuación de astronáutica: Palabra esdrújula (también proparoxítona). Posee diptongo decreciente áu.
Cantidad de letras, vocales y consonantes de astronáutica
Palabra inversa: acituánortsa Número de letras: 12 Posee un total de 6 vocales: a o á u i a Y un total de 6 consonantes: s t r n t c
¿Es aceptada "astronáutica" en el diccionario de la RAE?