El ateísmo y el comunismo han estado históricamente entrelazados, especialmente en el contexto del siglo XIX.
Carlos Marx, al criticar la religión como «el opio de los pueblos», sentó las bases para una visión revolucionaria que rechazaba la fe.
Mientras que algunos movimientos socialistas no se opusieron a la religión, el comunismo ruso adoptó una postura militante contra ella, reduciendo drásticamente el número de iglesias y sacerdotes en la URSS.
A pesar de ciertos cambios tras la muerte de Stalin, la propaganda atea siguió siendo un pilar del régimen.
ateísmo y el comunismo
El ateísmo se asoció en el siglo xix con otros movimientos sociales revolucionarios, especialmente con el socialismo marxista. Carlos Marx llamó a la religión «el opio de los pueblos» y la atacó por considerarla un interés creado. Con frecuencia los movimientos socialistas de fuera de Rusia no se han opuesto a la religión y hasta a veces la han defendido. En cambio, el comunismo militante ruso se enfrentó con la Iglesia y patrocinó el ateísmo. En 1941 quedaban en la URSS 4224 iglesias de las 46547 existentes en 1917; el número de sacerdotes había disminuido a la sazón en un 90 por 100. La Constitución de 1936 restableció la libertad de cultos, pero conservó la libertad de propaganda antirreligiosa. En la II Guerra Mundial la Iglesia y el Estado aunaron sus esfuerzos en aras de los intereses nacionales y en 1943 proveyó el Gobierno la elección del patriarca de la Iglesia Ortodoxa.
Después de la muerte de Stalin en 1953, Rusia continuó fomentando la propagación del ateísmo. La Iglesia Ortodoxa no recibió verdadera libertad y sí sólo un simulacro de tolerancia que permitiera al Partido Comunista disponer de la Iglesia como instrumento para atraerse a los que aún creían en Dios. Parecida política se siguió con otras religiones tanto en la URSS como en sus satélites. Las organizaciones soviéticas se han esforzado en fomentar el ateísmo en la juventud comunista y no comunista.