Gustavo Adolfo Bécquer (1830-1870) es un destacado poeta español nacido en Sevilla, considerado el precursor de la poesía moderna en España.
Su obra conecta la poesía popular con la sensibilidad contemporánea, logrando elevarse por encima del prosaísmo de su tiempo.
Al depurar su expresión, Bécquer explora mundos nuevos, como el de los sueños, influyendo en poetas posteriores como Antonio Machado.
Sus Rimas reflejan esta búsqueda de lo esencial y lo etéreo.
Biografía de Bécquer, Gustavo Adolfo
(1830-70). Poeta español, nacido en Sevilla. Es, a la vez, el poeta que inaugura la línea moderna española hasta nuestros días y el que acierta a conectar de nuevo la poesía popular y anónima, viva en todos los tiempos. Por esto logra Bécquer, en sus momentos afortunados, elevarse por encima del prosaísmo de su época, prosaísmo que en sus poesías menos afortunadas comparte con Campoamor. Cuando acierta a depurar totalmente su expresión, llevándola a lo más sencillo y elemental («un acordeón tocado por un ángel», definía Eugenio d’Ors a Bécquer), entonces el poeta es capaz de asomarse a mundos nuevos de la sensibilidad humana: por ejemplo, al mundo de los sueños, por donde tanto andarán Antonio Machado y otros becquerianos posteriores. Recordemos en este sentido las Rimas lxxi y lxxv: en la primera, el poeta, antes de dormirse, contempla un mundo de vagas visiones, con un rumor de rezos extinguidos por un «amén» en el templo, y cree oir que le llama por su nombre una voz lejana, entre un olor de cirios, humedad e incienso. Duerme luego; pero al despertar, sabe, por mágica adivinación: «¡Alguno que yo quería ha muerto!». En la lxxv, el poeta se pregunta si será verdad que cuando dormimos el alma se eleva a un mundo ideal, donde convive con otros espíritus, y concluye que no lo sabe, «pero sé que conozco a muchas gentes / a quienes no conozco». También con los temas perennes e inevitables del sentir anímico, Bécquer se muestra capaz de una profunda renovación poética gracias a esa sencillez popular y musical: un motivo como el afán de huida, para escapar al dolor, que en manos de los poetas desmelenados del Romanticismo había dado lugar a muchas alharacas tópicas, en manos de Bécquer encuentra un prodigioso equilibrio de expresión; puede —en la Rima LII— invocar a las olas, al huracán y a las nubes sin que eso degenere en retórica, sino concentrándose en la sencillez final: «¡Por piedad!... ¡Tengo miedo de quedarme / con mi dolor a solas!». Pero quizá donde mejor se observa el secreto de la belleza de la poesía becqueriana es en la famosa Rima liii, la de las golondrinas, predilecta a un tiempo del gusto popular y del gusto refinado. Hay en ella un sutil juego de contraposiciones que valen poéticamente porque crean una musicalidad con estribillo y todo.
La obra poética de Bécquer —menos de ochenta poesías, algunas brevísimas—, reunida en libro postumamente, constituye el umbral de la lírica española del siglo xx: Unamuno, los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez, Alberti, Lorca, Luis Cernuda, Aleixandre, Dámaso Alonso, etc., han invocado continuamente esta figura inicial, descubridora de nuevos mundos de la sensibilidad interna y de la forma expresiva, sin importarles que al mismo tiempo fuera también ídolo del mal gusto sentimentaloide. «Aquella arpa de Bécquer» —como titula Dámaso Alonso un ensayo— fue, ni más ni menos, la propia poesía española, que estaba «silenciosa y cubierta de polvo» cuando la sacó de su rincón el gran poeta sevillano.
Pero quizá no se ha valorado todavía suficientemente otro aspecto de la obra de Bécquer: su prosa de las Leyendas (y de las cartas Desde mi celda, escritas desde el Monasterio de Veruela, en un romántico apartamiento). Pues, en medio de su época, esta prosa narrativa destaca como un hecho impar: de tenso lirismo y a la vez escueta sobriedad, no tiene nada que ver con la envarada prosa de los narradores coetáneos, sino que constituye la depuración de la prosa romántica española, que tanto había pecado por afectación y patetismo. Estas Leyendas son breves relatos, en ocasiones sobre la tradición popular de un milagro —«Maese Pérez el organista»—, otra vez sobre una pura fantasía —«El rayo de luna»— y quizá con su mejor logro en «La venta de los gatos», melancólica estampa descriptiva como glosa a una copla fúnebre popular.
En resumen, conforme pasa el tiempo, la figura de Gustavo Adolfo Bécquer va quedando más claramente asentada como uno de los hitos capitales de la literatura española.