El arte bizantino es una manifestación cultural que surge de la fusión de diversas tendencias orientales y occidentales, impulsada por el Cristianismo.
Este estilo se desarrolló en Bizancio, convirtiéndose en un centro de riqueza y prestigio estético.
A lo largo de su historia, el arte bizantino se divide en tres periodos, destacando la Edad de Oro, donde se observa una evolución desde el naturalismo grecorromano hacia un enfoque más decorativo y abstracto, visible en sus famosos mosaicos.
Resultado de varias tendencias orientales y occidentales, el arte bizantino refleja la fusión de principios helénicos, romanos y orientales. El Cristianismo constituyó el estímulo para el renacimiento del Arte en Bizancio; la riqueza y el prestigio hicieren de ella el centro de la cultura estética; el Oriente Medio, cuna del Cristianismo, aportó los moldes estilísticos. El arte bizantino puede dividirse en tres periodos. El primero de ellos, o Edad de Oro, abarca en términos generales desde el establecimiento de Bizancio como capital del Imperio Romano en el año 330 d. de J.C. hasta el reinado de Justiniano 565 d. de J.C. El periodo muestra una lenta evolución desde el naturalismo grecorromano del primitivo arte cristiano hacia un criterio decorativo semiabstracto. Los primitivos mosaicos bizantinos, entre los que figuran los del sepulcro de Gala Placidia en Rávena (siglo v), revelan aún la clara herencia realista de las tradiciones helénicas. Los mosaicos de San Vitale,
Sant’ Apollinare Nuovo y Sant’ Apollinare in Classe. todos ellos en Rávena, así como los primitivos mosaicos de Hagia Sophia en Estambul, constituyen la creación máxima de la Edad de Oro. Las figuras de Justinianc y la emperatriz Teodora en los mosaicos de San Vitale carecen de relieve y están dispuestas en una composición plana sobre la misma superficie del mosaico. Los grabados están muy estilizados y dispuestos de acuerdo con la típica rigidez iconográfica. Muchas veces carecen incluso de líneas fundamentales y de perspectivas. El uso de brillantes colores y de panes de oro suple la tercera dimensión en los mosaicos.
Por sus especiales características de estilo y la rigurosa proscripción de los relieves paganos, la escultura no floreció en el arte bizantino y lo poco que se hizo en este terreno estaba constituido por bajorrelieves, en los que se atendía más al claroscuro que a los matices tonales y al modelado. El grabado sobre marfil heredó la tradición escultórica en sus trabajos de cubiertas de libros, cofres, dípticos consulares, trípticos religiosos y tronos. Entre estas obras del periodo justinianeo destaca la silla episcopal de Maximiano ejecutada en marfil. La pompa de sus ceremonias y el lujo oriental de Bizancio estimularon un desarrollo paralelo de las artes decorativas en el campo de los esmaltes, tejidos, joyería, etc. Fue durante este periodo cuando se importó de Persia el arte del tejido de la seda, que llegó a ser una de las más florecientes industrias bizantinas.
La herejía iconoclasta paralizó el desarrollo artístico de Bizancio. En el tiempo comprendido entre la prohibición de los iconos por el edicto de León III, en el año 726, hasta el 842, en que la Iglesia Ortodoxa oriental autorizó las reproducciones gráficas religiosas, la producción pictórica fue remplazada por la ornamentación floral y geométrica. Los artistas bizantinos emigraron a Italia y al Norte de Francia e introdujeron la tradición artística bizantina en el arte prerrenacentista europeo.
La segunda Edad de Oro del arte bizantino comenzó con la abolición de la iconoclasia y se prolongó hasta el establecimiento del Imperio Latino en 1204. El arte de este periodo se caracteriza por una iconografía más estricta, una mayor riqueza en el colorido y la ejecución y un culto mayor de la abstracción y el simbolismo. Los temas del Buen Pastor, predominantes en la primera Edad de Oro, fueron sustituidos por otros de gran contenido religioso emocional, tales como escenas de la Crucifixión y del Juicio Final. Del siglo xii nos quedan varios iconos, pintados sobre panales de madera y estofados para descubrir el oro brillante, y varios frescos, especialmente en Egipto y Capadocia.
El periodo comprendido entre los años 1261 y 1453 marca el último renacimiento del arte bizantino, caracterizado, sin embargo, por el descuido y decadencia de las cualidades estéticas y la desaparición del mosaico, en el que Bizancio había plasmado su máxima consecución artística. Véase Bizantina, Arquitectura.