El bronce artístico es un material que ha sido fundamental en la creación de obras desde tiempos antiguos, utilizado para elaborar estatuas, monedas y objetos decorativos.
Su capacidad para conservar detalles y su resistencia a la corrosión lo hacen ideal para el fundido.
Culturas como la china, india, egipcia, griega y romana lo emplearon como medio de expresión artística, destacando su atractivo tanto en su estado original como al adquirir una pátina con el tiempo.
El bronce ha sido utilizado desde los tiempos primitivos en la producción de estatuas, monedas y artículos decorativos. Es muy apropiado para el fundido, conserva todos los detalles en virtud de su extrema fluidez, resiste bien la corrosión, apenas se. contrae al endurecerse, resulta fácil de trabajar y posee un color atractivo tanto de nuevo como al cubrirse con la pátina del tiempo (v. Bronce). El metal fue empleado como medio de expresión artística en China, India, Egipto, Grecia y Roma. En Sumeria se emplearon en época remota el cobre y el estaño mezclados, probablemente a causa de la proximidad de la mena de ambos. Al periodo de las tumbas reales de Ur, en que ya se encuentra avanzada la metalistería, corresponden las cabezas de toros en bronce de Tellon, fundidas por el método de la cera perdida (cire-perdue), en que se utiliza un modelo de cera (v. Fundición). Al periodo acadio pertenece una cabeza encontrada en Nínive, fundida en bronce y terminada luego en sus detalles a cincel.
De los asirios del siglo x a. de J.C. se conserva una estatuilla fundida en dos piezas, si bien su especialidad fue el batido. Como el estaño escaseaba en Egipto, sus obras en bronce pertenecen a una fecha relativamente cercana. Entre ellas se cuentan figurillas votivas de bronce hecho con estaño importado, que representan leones, babuinos, gatos, carneros, ciervos, ibis, serpientes y cocodrilos. Algunos vasos de bronce del Periodo minoico y ciertas hojas de puñal encontradas en Micenas, de posible origen cretense, representan el punto culminante del arte en aquella época.
Hay testimonio de un toro de bronce fundido por Perilao de Atenas para el rey Falaris de Agrigento en el 570 a. de J.C. La pieza se hizo hueca para recibir a las víctimas humanas, que eran asadas vivas en su interior, La garganta estaba dispuesta de modo que los gemidos de las personas sacrificadas resonaran como si fueran mugidos del toro. Desgraciadamente, Perilao fue la primera víctima de su obra.
A partir del siglo v a. de J.C. abundan los bellos vasos ánforas y calderos de bronce. La mejor muestra de bronce etrusco es probablemente la carroza de Monteleone, actualmente en Nueva York. Puede decirse que entre la caída de Roma y el Renacimiento se conserva ininterrumpida la tradición de la fundición del bronce en Europa. En Irlanda existen placas de bronce de aproximadamente el año 800. La cruz de Cong, donada por el rey Turlogh O’Connor a la Iglesia en 1123, introduce la tradición céltica en la Edad Media.
La pequeña estatua ecuestre de Carlomagno (Museo Carnavalet de París), que se remonta al 900, constituye buena prueba de la pericia de los artistas carolingios para fundir el bronce. El trabajo en bronce continuó en los siglos x y xi en la Francia y Alemania románicas. En esta época se fundieron en bronce grandes candelabros para las catedrales, muchos de ellos en Lorena. Son dignos de mención el candelabro pascual de la Catedral de Milán, el que se conserva en Reims y el de la Abadía de Gloucester.
La estatuaria medieval empleó el bronce sobre todo en efigies sepulcrales que, talladas al principio en madera y chapeadas de bronce, terminaron siendo fundidas en el mismo metal. La mayor parte de las estatuas de bronce franceses fueron destruidas durante la Revolución. Las que han supervivido en Inglaterra constituyen los mejores especímenes medievales.
El empleo del bronce en el Renacimiento puede decirse que comenzó con Lorenzo Ghiberti, ganador del famoso concurso, en que el gran Filippo Brunelleschi obtuvo el segundo puesto, para ejecutar en bronce las puertas del Baptisterio de Florencia. Ghiberti trabajó más de veinte años en los paneles de estas puertas y
veinticinco en un segundo par posterior. Sucedióle en la misma ciudad Donatello, que realizó las puertas de la sacristía y los relieves del púlpito de San Lorenzo. Renombrado también por su trabajo en Florencia, gran foco del arte renacentista, fue Luca della Robbia, autor de las puertas de la sacristía de la catedral. El mismo Donatello fundió en bronce dos de las mayores piezas escultóricas de la época: su David y la estatua ecuestre de Erasmo Gattamelata en Padua. Su mejor discípulo, Andrea del Verrocchio, realizó dos obras parecidas: un David semejante pero más adornado y una estatua ecuestre de Bartolommeo Colleoni. La principal fama del Verrocchio se debe a su habilidad en el manejo del bronce. En su tiempo empezaron a desarrollarse las características del bronce en el sentido occidental: disgregación de las masas, separación de las figuras, trazado de siluetas elegantes, valoración y explotación de la belleza del material desde el punto de vista pintoresco. En la exuberante riqueza de pliegues de los ropajes de la época se tienen en cuenta no sólo el efecto lineal, sino también el juego de luces rutilantes, sombras oscuras y reflexiones fugaces, como en La incredulidad de Santo Tomás del Verrocchio.
En el siglo xv formaron escuela en Padua los discípulos de Donatello. Como grandes triunfos del arte italiano del bronce merecen mención las obras de Benvenuto Cellini, especialmente su Perseo, y los enormes bronces de Giovanni Bernini en la Basílica de San Pedro, realizados a finales del Renacimiento (1624-33).
El siglo xvi se caracteriza en Francia por los bajorrelieves de la Fontaine des Innocents de Jean Goujon. El bronce dorado, llamado or moulu y posteriormente ormolu, fue inmensamente popular en los siglos xvii y xviii. El método que se empleaba a la sazón para dorar el bronce era sumamente peligroso a causa de las emanaciones de los vapores de mercurio. En 1788 se inventó en Francia la fundición con arena, procedimiento que desde entonces ha remplazado en gran parte al antiguo método de fundido a la cera perdida.
Bronces chinos.
El bronce reviste excepcional importancia en el arte chino. Las obras más antiguas de cualquier clase son de bronce. Existen numerosas muestras en bronce del siglo xiv a. de J.C. y aun de época anterior. Las primeras obras en bronce chinas poseen gran valor por su belleza estética, decoración, pátina y pureza de forma, así como por su carácter de documentos históricos. La mayoría de los bronces chinos, aun los de los tiempos primitivos, aparecen fundidos por el procedimiento de la cera perdida y adornados habitualmente con incrustaciones. El vaciado en bronce se inició con el advenimiento del Budismo y a partir del periodo Sung (960-1279 d. de J.C.) se produjeron abundantes esculturas en bronce. Los chinos pronto se convirtieron en ávidos coleccionistas y confeccionaron catálogos de las obras del periodo Sung.
Bronce africano.
Los siglos xvi y xvii parecen señalar los momentos culminantes de la talla del bronce en Africa occidental, centro de este arte en el continente. Abundan especialmente los paneles en relieve del siglo xvi, utilizados en la decoración arquitectónica, así como las estatuillas. El estilo del Africa occidental es aparentemente indígena, aunque presenta numerosas semejanzas con el europeo en cuanto a los procedimientos de vaciado o fundido, especialmente el último, que se realiza por el sistema de la cera perdida. Según tradición del pueblo Benin, el vaciado o fundido del bronce llegó a aquellas tierras procedente de Ife (Nigeria) en el siglo xiii. En el Museo Británico se admiran varias cabezas de bronce de Ife, una de cuyas características son las incisiones verticales decorativas. Las cabezas se distinguen tanto por su modelado como por sus proporciones. Estos especímenes de un arte negro extinguido han ejercido poderosa influencia en el arte moderno, sobre todo en el cubismo parisino de principios de siglo que buscó su inspiración en motivos africanos.
El bronce en el arte moderno.
El bronce fundido continúa asumiendo papel indiscutible como medio de expresión en las Bellas Artes, especialmente en la Escultura. La duración y levedad del bronce le hacen preferible a la piedra y a la madera para muchos tipos de trabajos. Las estatuas vaciadas o fundidas en bronce requieren sólo un mínimo de soporte y permiten una libertad de concepción imposible en la piedra, por ejemplo, donde siempre debe preverse un soporte sustancial. Entre los artistas distinguidos en el siglo xx por sus obras en bronce merecen citarse Henri Gaudier Brzeska y Sir Jacob Epstein, en Inglaterra; Constantin Brancusi, Aristide Maillol y Bernard Despiau, en Francia; Gastón Lachaise, Paul Manship, Alexander Archipenko y Jacques Lipschitz, en Estados Unidos.
El bronce en España.
En España se conoce el bronce en época muy remota, como lo prueban numerosos hallazgos, entre ellos el de las famosas tres cabezas de toro de Costig (Mallorca), en tamaño natural, de indudable influencia cretense y sorprendente realismo. También se ven bronces griegos, fenicios y hasta egipcios (estatua de Osiris descubierta en Cádiz). Pero es sobre todo en la España cristiana donde cobra el arte toda su importancia. Su aplicación en la esfera religiosa es, en efecto, copiosísima y adopta las más diferentes formas: magníficos retablos, como los de San Miguel in Excelsis (Navarra) y Santo Domingo de Silos (siglo xi); imágenes, como la de la Virgen de la Vega, de San Esteban de Salamanca (siglos xii o xiii); monumentos sepulcrales, como el de Dom Mauricio, obispo de Burgos (coro de la catedral), con la mejor estatua esmaltada del país, de ropas y mitra ricamente enjoyadas; púlpitos, como el construido por Villalpando en Toledo (1534) o los de Juan B. Celma en Santiago (1570-1607); candelabros, como los de Manuel Álvarez para el coro de Valladolid (1555-64); tenebrarios, como el monumental de Bartolomé Morel para la Seo de Sevilla, de ocho metros, con figuras y estatuas (1566); balaustradas, como las de Vergara para el sepulcro de Cisneros en Alcalá (1565-74). Con el Renacimiento cobran importancia los bronces escultóricos profanos, que pasan a adornar, muchas veces en forma de estatuas ecuestres, los lugares públicos: las de Felipe III y Felipe IV, fundidas por Pedro de Tacca (plazas Mayor y Oriente, Madrid), y figuras encargadas por Felipe V para ornato de los jardines de la Granja. El interés por el bronce se acentúa en el siglo siguiente en que se inaugura en el Buen Retiro un taller dedicado a su producción (1778).