La canonización es el proceso mediante el cual la Iglesia Católica reconoce oficialmente a una persona como santo.
Este acto implica su inclusión en el catálogo de santos, lo que significa que se le atribuyen virtudes excepcionales y se le considera un modelo de vida cristiana.
La canonización no solo resalta la santidad del individuo, sino que también invita a los fieles a venerarlo y a buscar su intercesión en la oración.
Proceso en virtud del cual la Iglesia Católica concede a una persona el título de «santo» e inscribe su nombre en la lista de los santos, el Canon Sanctorum. Los honores públicamente tributados a los mártires en los primeros tiempos de la Iglesia constituyen el comienzo de esta costumbre. Durante muchos siglos se confirió el apelativo de santo por aclamación popular y hasta época relativamente tardía no se adoptó una forma regular de procedimiento equivalente a la canonización.
El más antiguo ejemplo conocido de un decreto solemne de canonización es el de Udalrico o Ulrico, obispo de Augsburgo, proclamado santo por Juan XVI en el año 993. Alejandro III reservó en 1170 el derecho de canonización a la Santa Sede. Urbano VIII, en dos constituciones, 1625 y 1634, dictó disposiciones más severas y estableció el proceso que continúa en vigor con pequeñas modificaciones. La persona así enaltecida debe pasar antes por una fase intermedia de beatificación, cuya ceremonia, que se celebra públicamente en la basílica de San Pedro de Roma después de un largo y cuidadoso examen de la vida del candidato y las pruebas concluyentes de haber obrado milagros, culmina con la publicación solemne por el Papa del decreto correspondiente. Después de por lo menos dos nuevos milagros realizados por mediación del ya proclamado beato y las correspondientes pesquisas puede llegarse a su canonización, aunque es costumbre dejar transcurrir un intervalo de algunos años entre la muerte y su erección a los altares. Los milagros atribuidos a la intercesión del beato son sometidos a examen severísimo, en que el promotor fidei (popularmente llamado advocatus diaboli, «el abogado del diablo») se encarga de exponer cualquier duda sobre ellos. El asunto pasa después a la consideración de tres «congregaciones» sucesivas, la última presidida por el Papa, y finalmente se redacta un decreto que autoriza el acto definitivo de canonización. Esta gran ceremonia se realiza en la basílica de San Pedro en presencia del Papa, el Sacro Colegio, dignatarios eclesiásticos, el clero y el pueblo. Se fija también un día para la conmemoración anual del santo.
En la Iglesia Ortodoxa Oriental la canonización se verifica en presencia del Patriarca, que ordena que sea examinado el testimonio de los testigos en un sínodo de obispos convocado con este objeto, aunque rara vez se realiza la ceremonia.