El colectivismo es una doctrina que busca eliminar la propiedad privada y transferirla a la colectividad.
En este enfoque, el Estado asume la responsabilidad de distribuir la riqueza entre todos los miembros de la sociedad.
Esta idea se basa en la creencia de que los recursos deben ser gestionados de manera equitativa para promover el bienestar común, en lugar de beneficiar a individuos o grupos específicos.
m. Doctrina que tiende a suprimir la propiedad particular, transferirla a la colectividad y confiar al Estado la distribución de la riqueza.2º artículo
Doctrina política que propugna, en beneficio de todos los ciudadanos, un sistema de producción y distribución colectivo. Más estrictamente, control estatal de todo el orden económico o de algunos de los elementos que lo integran. Compárese con Individualismo.
Una sociedad organizada es un compuesto de actividades individuales y gregarias. Un pueblo primitivo restringe con costumbres, tradiciones y tabús la conducta de los individuos. En una sociedad de clases cada persona, colocada por disposición divina en un determinado compartimiento social, se pretende que ha de estar conforme con su suerte. El sistema feudal era un orden rígidamente estructurado en que los privilegios de que gozaban tanto los señores como los labriegos venían sancionados por la costumbre (v. Feudalismo). El estado dinástico conformó los recursos materiales humanos del país para convertirlos en instrumento de la grandeza nacional (v. Mercantilismo). En todos ellos el ideal del autoritarismo contó mucho más que la voluntad del individuo.
A finales de la Edad Media se produjeron en rápida sucesión tres grandes movimientos tendentes a restringir el ámbito de la autoridad y a exaltar la libertad del individuo. El Renacimiento alentó la actividad creadora del espíritu humano. La Reforma, al erigir al hombre en árbitro de su propia salvación, rompió la unidad del Cristianismo y azuzó el sentimiento nacionalista (v. Nacionalismo; Reforma). La Revolución Industrial desató los lazos que vinculaban a los trabajadores a su amo y a su fábrica y les dotó de una inquieta movilidad en el plano de una amplia economía. Esta tendencia culminó , en el «laissez faire» decimonónico. La sociedad se describía como un mero agregado de individuos y se aceptaba generalmente que el modo de hacer las cosas consistía simplemente en permitir que cada uno cuidara de sí mismo (v. Capitalismo). La naturaleza despiadada de un sistema industrial que no conocía freno hizo alzarse al principio voces solitarias que, como las de Robert Owen y Thomas Carlyle en Inglaterra, Saint-Simon y Fourier en Francia, protestaron contra el sistema imperante de la competencia comercial y propusieron un nuevo orden social y económico basado en el control colectivo. En una fase posterior este asalto intelectual quedó sometido al liderato de Karl Marx, que calificó de «utópico» el socialismo de sus antecesores y definió el suyo como «científico». Véase Comunismo; Sindicalismo; Socialismo.
La corriente principal de pensamiento no era empero radical. La reacción dominante frente al naciente sistema industrial fue la negativa a aceptar una oposición entre el estado y el individuo, manteniendo que la actividad colectiva debía emplearse en suplementar la actividad económica, corregir sus abusos y convertirla en instrumento del bien común. El estado, o cualquier otro organismo colectivo, tenía funciones necesarias que ejercitar en una economía libre. Como sectores apropiados de la empresa estatal se señalaban los ferrocarriles, correos, educación y defensa nacional. En los servicios de utilidad pública como gas, electricidad y tranvías, en que la duplicación constituía una costosa incomodidad, el organismo administrativo estaría encargado de vigilar la empresa privada y salvaguardar los intereses públicos. El estado, por medio de sus leyes antitrustísticas, pondría coto a cualquier tendencia a la combinación y el monopolio y fomentaría la competencia de los negocios (v. Libre empresa; Trust), despejaría el campo sin favoritismos a todas las empresas y protegería al individuo contra los grandes riesgos de la vida como paro, accidentes de trabajo, vejez. Esta fusión de individualismo y colectivismo ha sido el gran acontecimiento que ha informado la historia política de todos los países de la Europa occidental desde los principios de siglo hasta el presente. En ios Estados Unidos halló expresión en el big stick de Theodore Roosevelt, el new freedom de Woodrow Wilson, el new deal de Franklin D. Roosevelt y el fair deal de Harry Truman. Semejante fusión ha adquirido tal solidez que reduce a un plano puramente académico cualquier propuesta de colectivismo integral.
El sentido común ha remplazado la abstracta pugna entre individualismo y colectivismo por una serie de problemas concretos demasiado insistentes para no merecer respuesta. El interés del individuo constituye el gran regulador, pero es precisa la intervención de la ley para imponer la sanidad, proteger contra el abuso los recursos naturales, poner freno a las actividades del individuo que redunden en perjuicio de su prójimo y debelar el vicio. Los labradores se asocian en cooperativas para asegurar los precios de sus cosechas. Los obreros se organizan en sindicatos para situarse, en el terreno de la discusión, al mismo nivel que el patrono. En la vida comercial se agrupan en una sola empresa colectiva el conocimiento técnico, los fondos de inversión y un personal de especialidades múltiples. Las corporaciones son tratadas por la ley como personas (personas jurídicas en contraposición con las personas naturales). Ni una sociedad basada en el «laissez faire» podría subsistir sin el empleo de tales artificios colectivistas.
En una sociedad organizada cada individuo constituye un elemento inseparable de sus congéneres. Todo hombre es libre de obrar o no obrar, pero siempre dentro de los límites trazados por la comunidad. La variedad de oportunidades es en sí misma un don de una civilización rica y madura. En el sistema industrial se entrecruzan millares de actividades. Hay que hacer que ajusten los engranajes; el consumo debe absorber las riadas de artículos que salen de las fábricas; el fallo de una industria estratégica puede provocar un colapso en toda la economía. Así ha nacido un vasto colectivismo no planificado que opera con sólo un grado de perfección. Dentro de sus amplios límites debe elegir el individuo su propia senda, adaptándose a la gran sociedad en la medida de lo posible.
