El Concilio de Trento fue el decimonono y más significativo Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica, celebrado entre 1545 y 1563.
Convocado por el Papa Paulo III, su objetivo principal era definir la doctrina de la Iglesia, reformar las costumbres del clero y abordar la herejía.
A pesar de los conflictos políticos, como los desacuerdos con Carlos V y las tensiones con Francia, el concilio se llevó a cabo en Trento, marcando un hito en la historia religiosa de Europa.
Concilio de Trento (historia religiosa)
El decimonono y más importante Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica, celebrado en tres sesiones en los años 1545-47, 1551-52 y 1562-63. La idea del Concilio partió de Paulo III, que en una bula pontificia (1534) sugería la conveniencia de celebrar un Concilio para definir la doctrina de la Iglesia, eliminar las corrompidas costumbres del clero y discutir el modo de conjurar la herejía. Los desacuerdos entre el Papa y Carlos V y las dificultades surgidas con Francia demoraron la apertura de la magna asamblea, que finalmente tuvo lugar el 13 de diciembre de 1545 en Trento (Italia). Los asuntos sometidos por los delegados pontificios eran discutidos en comisiones y reuniones no oficiales y después en las asambleas generales. Las decisiones y declaraciones finales tenían lugar en las sesiones oficiales.
Primer periodo.
En él se adoptaron soluciones dogmáticas sobre cuestiones de la tradición divina y la Santa Biblia, declarándose única versión autorizada la de la Vulgata y único intérprete de la misma, la Iglesia. Definiéronse igualmente las doctrinas del pecado original, la justificación y los sacramentos generales, especialmente los de la Confirmación y el Bautismo. En marzo de 1547 el Concilio se trasladó a Bolonia a causa de la peste, si bien 14 obispos quedaron en Trento obedeciendo órdenes del Emperador.
Segundo periodo.
El papa Julio III convocó de nuevo el Concilio de Trento el 1 de mayo de 1551. A los jesuitas españoles Laínez y Salmerón correspondió papel principal en este segundo periodo, que se distinguió por la ausencia de los obispos franceses (debida a una prohibición de Enrique II) y por la presencia de algunos representantes protestantes. Discutiéronse en él los siguientes asuntos: Confesión, Extremaunción, Eucaristía, beneficios, jurisdicción eclesiástica y disciplina del clero. La petición de que se declarase al Concilio Ecuménico superior al Papa fue rechazada. La postura polémica de católicos y protestantes excluyó toda discusión doctrinal basada en las Escrituras. La reunión se suspendió el 28 de abril de 1552 por la guerra suscitada entre Carlos V y Mauricio de Sajonia.
Tercer periodo.
La reanudación de las sesiones, promovida por Pío IV, no tuvo lugar hasta el 18 de enero de 1562 por ingerencias de los poderes seculares. El Concilio se vio obstaculizado por la acción de numerosas personas influyentes que deseaban legalizar el matrimonio de los sacerdotes y por las peticiones de España y Francia de que se reconociera el Derecho divino del oficio episcopal con independencia del Papa. Las disputas se sucedieron desde setiembre de 1562 julio de 1563 sin que se celebrara ninguna sesión oficial hasta que, finalmente, quedó reconocida la soberanía de la autoridad pontificia. Los principales decretos y reglas de este tercer periodo del Concilio versaron sobre la recepción de la comunión bajo una especie (v. Eucaristía), la liturgia de la Misa, la naturaleza sacramental del matrimonio y las órdenes sagradas, la veneración de los santos, el uso de las imágenes, la concesión de indulgencias, las reformas eclesiásticas, la formación de un catálogo de libros prohibidos y la publicación de un catecismo y un sumario de los artículos de la Fe.
El 4 de diciembre de 1563 terminaba el Concilio, cuyos decretos fueron ratificados por la bula pontificia Benedictus Deus, publicada al mes siguiente. Los acuerdos tomados fueron aprobados por todos los monarcas seculares, excepto los de España y Francia, que se negaron a reconocer ningún decreto que menoscabara el privilegio real o la libertad de sus súbditos. Las resoluciones del Concilio sobre principios doctrinales contribuyeron poderosamente a esclarecer el credo de la Iglesia, con lo que la fe salió en definitiva robustecida y los católicos recibieron nuevo estímulo en su lucha contra el protestantismo. Véase Iglesia católica romana, Historia.