El concilio ecuménico es una importante reunión de obispos convocada por el Papa para abordar temas fundamentales relacionados con la fe, la moral y la disciplina eclesiástica.
Se considera ecuménico cuando participan obispos de toda la cristiandad, aunque también puede ser nacional o provincial.
Las decisiones tomadas en estos concilios, que deben ser confirmadas por el Papa, pueden ser dogmáticas o disciplinarias, reflejando así la autoridad suprema de la Iglesia.
Es la reunión de los obispos convocada por el Sumo Pontífice para definir las cuestiones relativas a la fe, a la moral y a la disciplina eclesiástica. El concilio se llama ecuménico cuando se reúnen los obispos de toda la cristiandad, particular cuando se reúne sólo una parte de ella que, a su vez, será nacional si se reúnen los obispos de una nación o provincial si sólo intervienen los de una provincia eclesiástica.
El concilio ecuménico tiene que ser convocado por el Papa y celebrado bajo su presencia personal o por sus legados. Las decisiones conciliares tienen que ser confirmadas por su autoridad, que es suprema e infalible y superior a la del Concilio. No cabe, pues, apelación de las decisiones del Papa al concilio.
Las definiciones conciliares son dogmáticas cuando inapelable e irreformablemente deciden cuestiones de doctrina. Las decisiones disciplinares están sometidas a reforma, pueden ser modificadas con el tiempo para adaptarse a las circunstancias cambiantes de las épocas.
Se han llamado concilios de unión de las Iglesias a los que tuvieron como finalidad, si no única ciertamente determinante, a los que trataron de la unión de la Iglesia occidental y oriental, como el concilio de Florencia.
Los concilios ecuménicos son asambleas numerosísimas, a las que concurren la mayoría de los obispos de la Iglesia, pero el número de tales concilios ha sido relativamente bajo. Cada concilio corresponde, aproximadamente, a un siglo de historia.
El Concilio Vaticano convocado en 1869 fue el vigésimo de los concilios ecuménicos celebrados en el curso de la Iglesia Católica. El primero, el que se reunió en Jerusalén, hacia el año 49-50 de nuestra Era, bajo la presidencia del primer vicario de Jesucristo que fue el apóstol San Pedro.
En el concilio ecuménico son convocados todos los cardenales, arzobispos y obispos y varios de los generales de las grandes órdenes religiosas. Toman en él parte, pero sin voto, los teólogos que preparan los temas que se discuten en las sesiones y éstas son decididas por los Padres del concilio.
El Papa, vicario de Cristo, es el que tiene que aprobar todas las decisiones conciliares como sujeto de la infalibilidad que prometió Jesucristo a su Iglesia.
No es la sabiduría, ni la erudición, ni la autoridad de los prelados lo que funda la infalibilidad de la Iglesia, sino la promesa de Cristo de la asistencia del Espíritu Santo que impedirá todo error. Es la fe de la Iglesia, fundada en la palabra de Cristo y mantenida sin interrupción durante veinte siglos.
Lo que dijo el Concilio de Jerusalén es lo mismo que han dicho todos los concilios y lo que dirá el Concilio II Vaticano, convocado por S. S. Juan XXIII: «Ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros» (Act. 15, 28).