Antonomásticamente, el Consejo de Castilla, creado por Fernando III el Santo, como tribunal supremo en asuntos contenciosos y organismo asesor en los administrativos y. políticos. De él dependían las audiencias o chancillerías regionales, como las establecidas en Valladolid y Ciudad Real; ésta se trasladó luego a Granada. Con los primeros Austrias, siendo como fue Castilla la forjadora de la nacionalidad, el Consejo extendió su jurisdicción a toda España y coadyuvó a centralizar la actividad administrativa, dirigiendo las funciones de los demás Consejos. Estos decaen con los Borbones. Con los presidentes de cada uno de ellos establece Felipe V el Despacho universal y provee de un presidente a cada una de las cinco cámaras integrantes del Consejo de Castilla. El golpe de gracia para éste fue la creación de los secretarios de Estado, que en 1714 reciben el nombre de ministros (siete en tiempos de Carlos III, 1787). No obstante, el Consejo de Castilla, que perduró hasta 1834, mantuvo su prestigio y su presidente era el supremo magistrado de la nación.