El crecimiento y desarrollo del bebé son procesos fundamentales que acompañan a cada ser humano desde su nacimiento hasta la edad adulta.
Cada niño sigue un ritmo único, influenciado por factores hereditarios y ambientales, que determina su altura, figura y capacidades funcionales.
Es esencial permitir que los niños se desarrollen a su propio ritmo, evitando presiones que puedan generar frustraciones y afectar su equilibrio funcional.
crecimiento y desarrollo del bebé
Desde el nacimiento hasta la edad adulta todo ser humano va pasando por la fase ordenada y regular del crecimiento, desarrollo y madurez. Cada niño seguirá un ritmo de progreso propio muy personal y alcanzará la altura, la figura y las capacidades funcionales que le son inherentes. Desde luego, este desarrollo se verá influido por los factores hereditarios, pero dependerá también en gran parte de las condiciones ambientales.
Los estudios más recientes sobre el desarrollo de los niños han demostrado que el índice de crecimiento varía mucho entre infantes normales. Predomina hoy la opinión de que no se debe apremiar o forzar a los niños a que desarrollen habilidades antes de que hayan adquirido madurez estructural y funcional para ello. De ahí que las exigencias prematuras —que el niño no es aún capaz de satisfacer— provocan generalmente frustraciones que ponen en peligro el equilibrio funcional de la criatura. Si el infante tiene la oportunidad de ir adiestrando plena y libremente sus facultades en cada etapa de su desarrollo y si no se le permite hacer lo que no debe cuando está ya en condiciones de comprenderlo, habrá entonces mayor probabilidad de que no sufra desequilibrios en su organismo ni desviaciones en sus sentimientos.
El bebé recién nacido mide de 45 a 60 cm y pesa de 2,5 a 4,5 kg, es decir, un promedio de 3,5 kg. Su cabeza es grande en relación con el tronco, su cuerpo es reducido y sus piernecitas permanecen replegadas en la posición que tenían durante su vida prenatal. La mandíbula no se ha desarrollado totalmente en el momento de su venida al mundo, pero se fortalece y crece más rápidamente que el resto del rostro durante el primer año de vida, en forma que la barbilla del niño está ya bien desarrollada cuando éste cuenta un año de edad.
En el transcurso de la primera semana de vida, el niño pierde aproximadamente un 10 por ciento del peso que tenía al nacer (unos 300 g), pero normalmente recupera esta pérdida a fines de la segunda semana. Por regla general, un bebé normal y sano duplica el peso de su nacimiento a los cinco meses, lo triplica en un año y lo cuadruplica a los dos. El promedio semanal del aumento de peso durante los seis primeros meses es de unos 120 a 240 g; durante los seis meses siguientes, de unos 60 a 120 g. El niño crece aproximadamente unos 25 mm al mes durante el primer medio año y unos 12 mm al mes durante el segundo. A los seis meses, la altura alcanza el promedio de unos 70 cm y al año de unos 75 centímetros.
El cuerpo del bebé, al nacer, se compone de mayor número de huesos que los que integran el cuerpo ya formado. A medida que crece, van desarrollándose nuevos huesos y otros van fusionándose entre sí. Cuando el niño haya alcanzado los dieciocho meses, debe tener ya cerrada la parte blanda de la cabeza, la fontanela anterior. El crecimiento de la cabeza, tan desproporcionada cuando nació el niño, se detiene gradualmente durante la infancia mientras las demás partes del cuerpo crecen a ritmo acelerado: los brazos primero, después el tronco y luego las piernas y pies. Véase Crecimiento.
Cuando el niño viene al mundo, todos sus dientes de leche y muchos de la segunda dentición se encuentran ya formados en las mandíbulas. Sin embargo, no empiezan a salir hasta los seis o siete meses. A continuación se indican aproximadamente las épocas en que los dientes de leche hacen su aparición, aunque desde luego estas cifras pueden variar según los casos:
