La danza oriental es una manifestación artística profundamente arraigada en las tradiciones del Oriente, donde se considera una de las más excelsas realizaciones del ser humano.
Desde tiempos antiguos, ha sido parte integral de ceremoniales religiosos y un arte teatral que refleja la cultura popular.
En particular, la danza mímica o nryta, originaria de la India, destaca por su expresividad y formalismo, utilizando gestos y movimientos para comunicar emociones, con un enfoque especial en las manos y brazos.
danza oriental: descripción e historia
El Oriente, que ha considerado siempre la danza como una de las más excelsas realizaciones del hombre, hizo de ella parte integrante de su ceremonial religioso, un arte teatral grandemente desarrollado (casi inseparable del drama) y una de las principales formas de expresión artística para uso del pueblo.
La danza mímica (nryta), eminentemente formalista pero en extremo expresiva, nació en la India hace miles de años. Los Vedas aluden a la danza ritual mímica y Shiva era del dios de la danza. La nryta estableció un verdadero lenguaje mímico, en que a determinados gestos y movimientos se asignaba la expresión de emociones diversas. Tales movimientos se circunscriben a veces a la parte superior del cuerpo (el bailarín permanece a menudo sentado) y en su ejecución se confía un papel importantísimo a las manos y brazos. La India es también rica en danzas populares: las danzas nupciales de los santales, las danzas diabólicas del sur y, más conocidos probablemente de los occidentales, los bailes de las bayaderas de Marwar, con sus ajorcas estridentes y la pedrería de tintineantes cascabeles. Hay además un gran número de danzas que se celebran en las distintas estaciones del año, únicas por su arte y belleza.
La javanesa Wayang- Wong, rígidamente ortodoxa, ha sido definida como la obra teatral más perfectamente acabada del mundo. Este drama coreográfico, íntimamente emparentado con los de la India, derivó del antiguo Wayangtopeng, danza ritual del culto a los antepasados a cargo de bailarines enmascarados, y el Wayang-Kulit, espectáculo de sombras con marionetas. La Wayang-Wong se ejecuta con movimientos lentos e hieráticos, acompañados por una orquesta gamelang de flautas, xilófonos y gongos. Un narrador (dalang) dirige la música y relata el argumento de la danza.
En Bali desempeña la danza un papel principalísimo en la vida cotidiana hasta el punto de afirmarse que hay un bailarín en cada balinés. Tal es quizá la razón de que incluso la danza clásica balinesa posea mayor vivacidad y vigor que muchas de las otras danzas orientales. Todo acontecimiento importante —nacimientos, defunciones, matrimonios, fiestas religiosas y patrióticas— se celebra con un festival coreográfico en que el pueblo acompaña activamente a los bailarines profesionales. Entre las danzas tradicionales balinesas más conocidas de los occidentales figura la bella lelong, ejecutada por dos bailarinas ataviadas con artísticos «sarongs» y tocados.
Siam y Camboya se inspiraron para crear sus dramas coreográficos en las epopeyas indias Ramayana y Mahabharata; pero la danza indochina, menos apegada al suelo, permitía a la parte inferior del cuerpo mayor libertad de movimientos. La familia real de Camboya proporcionaba alojamiento y educación a los bailarines más prometedores.
Poco se sabe sobre el origen de la danza teatral clásica en China, pero cabe presumir que necesitó siglos de refinamiento hasta tocar la cima de pureza formal que alcanzó durante la dinastía T’ang (618-907). La danza clásica del teatro chino empleaba en su expresión la más depurada sutileza de gestos y movimientos y recurrió al color, en mayor grado que cualquiera otra danza oriental, en busca de elementos expresivos. Los colores del atuendo revelaban los atributos del que lo llevaba. El amarillo indicaba realeza; el rojo, honradez; juventud, el blanco. El color de la pintura que enmascaraba el rostro poseía asimismo valor simbólico; por ejemplo, el blanco expresaba maldad y astucia el amarillo. Un actor-danzante embadurnado de blanco y vestido de amarillo era un soberano perverso. Véase China, Música.
Una de las primeras danzas conocidas del Japón antiguo fue la gigaku, danza religiosa de máscaras. La dengaku fue el equivalente rústico del majestuoso drama coreográfico Noh. La danza constituyó asimismo parte intrínseca del teatro kabuki, que recurrió con frecuencia al repertorio Nihonbuyo (clásico) de las danzas pantomímicas.
Desde los tiempos de Marco Polo el mundo occidental ha sufrido la fascinación del exótico Oriente. La preocupación por lo oriental se manifiesta en los turbantes y caftanes de que hicieron gala los venecianos prerrenacentistas, en la chinoiserie de las artes decorativas francesas durante los siglos xvii y xviii, en el diseño del mobiliario inglés (chippendale chino), en la música (Rondó turco, El rapto del serrallo, Madame Butterfty), en la pintura (Bellini, Delacroix) y en la danza. Muchos de los ballets que privaron en las cortes francesa e italianas tocaban temas orientales: fugas de harenes y mercados de esclavos (con bayaderas). En la Inglaterra victoriana fueron populares los bailarines egipcios (de los que pocos eran en realidad egipcios) y ningún carnaval era digno de tal nombre sin sus «genuinos danzantes indios» de vaporosos pantalones (que nunca se han llevado en la India). La bailarina norteamericana Ruth St. Denis fue la primera en llevar a su país, con sabor auténtico, las danzas orientales; su Radha, danza sagrada hindú, hizo furor en Norteamérica y Europa. En el siglo xx ha contemplado Occidente auténticas danzas orientales a cargo de la compañía india de Uday Shan-Kar, los bailarines japoneses del teatro Kabuki, Tei Ko con sus versiones de la danza clásica china y Sai Shoki con sus alegres danzas folklóricas de Corea.
