Significado de «decoración interior (historia)»

La decoración interior es el arte que busca armonizar la utilidad y la belleza en el interior de un edificio.

Esta práctica se ha desarrollado a lo largo de la historia, donde la arquitectura ha sido el elemento central que unifica diversas expresiones artísticas.

En épocas pasadas, todas las artes menores se integraban en un conjunto ordenado, contribuyendo al esplendor de la obra arquitectónica.

Hoy en día, el concepto abarca una amplia variedad de estilos y enfoques.



Definición de decoración interior (historia)
  1. Arte que tiende a armonizar en el interior de un edificio la utilidad y la belleza. Tan íntima relación existe entre el interior y exterior de un edificio que puede decirse que los proyectos de uno y otro son inseparables e interdependientes. En las grandes épocas de producción artística la arquitectura desempeñó el papel de factor dominante del estilo. Todas las artes menores no eran sino partes integrantes de un conjunto ordenado en que la arquitectura actuaba de genio inspirador que lo abarcaba todo. Sin duda, todas y cada una de las artes se desarrollaron y cobraron relieve al unísono, pero sin salirse de sus lugares respectivos, para contribuir desde ellos a la belleza y mayor esplendor de la obra arquitectónica. La relación entre la arquitectura y todas las demás artes fue tan estrecha que sólo en años relativamente recientes desapareció el espíritu de homogeneidad que las inspirara. Actualmente por decoración interior se entienden, quizás un poco libremente, todas las formas de ornamentación y amueblamiento susceptibles de hallar cabida en una casa.

    La historia del decorado interior no comienza, desde luego, en los grandes salones señoriales de la Edad Media. Se sabe, en efecto, que ya en Egipto, Grecia y Roma eran elevados tanto el nivel de refinamiento como la capacidad para procurarlo en forma de dependencias lujosas. Parecidas referencias se tienen de los siglos ii, iii y iv de nuestra Era. Pero, en todo caso, los productos de tales épocas están tan alejados de nosotros en el tiempo que sólo podemos obtener información sobre los estilos entonces dominantes a través de fragmentos y escenas pictóricas. Estimamos por ello preferible referirnos aquí solamente a estilos representativos más a nuestro actual alcance. Véase Mobiliario.


    Gótico.


    Nació durante la segunda mitad del siglo xii en la Francia septentrional y prosiguió su desarrollo en la Europa occidental durante los siglos xiii, xiv y xv como cabal expresión del fervor religioso cristiano. Las ascendentes líneas perpendiculares y los arcos agudos, característicos de este estilo, se elevan hacia lo alto con ímpetu ambicioso, recordando las cúspides de las montañas en las que parecían inspirarse. Los círculos, los tréboles de tres y cuatro hojas, los triángulos, entremezclándose con las formas alargadas de las figuras religiosas, todo, en fin, desempeñaba su papel representativo tanto en la decoración como en la arquitectura. Estos motivos se repitieron una y otra vez produciendo exquisitas tracerías y tallas en madera de desusado vigor. Al repetir estos dibujos góticos en brocados, damascos y encajes se establece una íntima relación entre esta arquitectura y las artes menores. El máximo florecimiento del mobiliario gótico se produce en el siglo xv, que nos ha legado notables tapices, muebles y pinturas. El color se utiliza no sólo en frescos y telas, sino también en tallas. Las vidrieras polícromas del periodo, una de sus creaciones más salientes, no han podido igualarse posteriormente ni en calidad ni en belleza. Con ellas se buscaba tamizar la luz, recibida a través de los vanos, y realzar la belleza de la madera y la piedra interiores con sus colores vibrantes y rotundos. En España, a la decoración gótica, que no difiere fundamentalmente de la francesa, viene a unirse un importante elemento propio: el mudéjar. Se trata de un estilo de ascendencia mahometana, abigarrado y bello, con sus yeserías planas, polícromas, en las que se reúnen temas vegetales (atauriques), geométricos (lazos y polígonos estrellados) y epigráficos (inscripciones cúficas y cursivas), sus techumbres suntuosas, y sus zócalos de cerámica esmaltada de vivo colorido.

    En una época como la medieval, en que las condiciones de vida venían determinadas por el constante estado de guerra, en que los castillos se usaban más como fortalezas que como viviendas, tanto los objetos de adorno como el mobiliario se confeccionaban lógicamente de manera que pudieran transportarse con rapidez. De aquí la costumbre de adornar con tapices las paredes desnudas de castillos y viviendas medievales y de recubrir el maderamen de los techos con simples paños. Aun mucho después de cambiar en Europa tales condiciones de vida, conservaron las casas muchos de estos rasgos feudales. El caso de Italia se presenta como una excepción. Hacia el final de la Edad Media, todavía lejos de las auras renacentistas, Italia había producido un tipo de arquitectura que ya revelaba su genio peculiar y se dirigía hacia más sazonadas formas. El precedente fue un siglo de paz que fomentó la acumulación de riqueza, lujo y comodidades y permitió al italiano próspero expresar en su casa, muebles y ambiente su gusto artístico innato.

    Este periodo se complació en él uso del color, como puede verse por el oro utilizado en los techos y por la prodigalidad de vivos rojos, azules y verdes o bien negros y blancos en techos y paredes. La gran chimenea consistía en un hogar, rematado por una campana, que a veces se decoraba con tallados escudos de armas y otros motivos simbólicos. Aunque se conserven pocas muestras de muebles atribuibles con certeza al siglo xiv, existen bastantes pruebas reveladoras de que eran grandes, pesados y sólidos, ricos en tallas y a menudo animados de color.

    Como cualidades sobresalientes del estilo de esta época señalemos el vigor y amplitud de la línea, la generosidad de proporciones, el predominio de superficies lisas y la escasez de detalles arquitectónicos innecesarios. Rasgos de un periodo medieval, no clásico, prerrenacentista, en cuya simplicidad y naturalidad consustanciales difícilmente cabría adivinar el estilo clásico rico y exuberante que había de desarrollarse a continuación.


    Renacimiento.


    Representó un resurgir de lo clásico como consecuencia de la irresistible afición italiana a las formas latinas y lombardas. Iniciado en Italia a principios del siglo xv, el Renacimiento se produce como reacción frente al arte gótico, profundamente arraigado en el N, pero nunca aceptado totalmente o asimilado en el S. A la perpendicularidad e ingravidez de los arcos apuntados del gótico siguió la solidez horizontal de los arcos redondos. Los órdenes clásicos —dórico, jónico y corintio— adquieren importancia fundamental en el nuevo estilo. Las columnas y formas decorativas clásicas, de origen claramente romano, llegaron a cobrar, sin embargo, nueva vida en manos de estos admiradores del pasado que, al imitarlas, llegaron a transformarlas por completo. Jamás en los tiempos antiguos las formas clásicas fueron sometidas a tan original y variado tratamiento. En esa misma época, de esplendor y poderío para España, llegan a este país, llamados sucesivamente por los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II, legiones de artistas flamencos, franceses e italianos, que dejan a su paso un variado muestrario de estilos y gustos. Los interiores rivalizan en lujo y ostentación y se engalanan con enormes tapices y bordados que lo mismo se prodigan en las paredes que en los muebles. Las ricas chimeneas de mármol o jaspe, con sus frisos clásicos y sus formas arquitectónicas, ponen una nota de severa elegancia en el conjunto. Piezas típicas del mobiliario son el bargueño, en que se derrocha arte y primor, y el amplio sillón frailero, con su asiento y respaldo de cuero o terciopelo, sujetos a la armadura por gruesos clavos o tachones. Por otra parte, es interesante recordar a este propósito que los monarcas castellanos de la Edad Media no tenían corte ni residencia fijas, sino que, por el contrario, recorrían siempre sus estados de uno a otro extremo. En cofres, llevados por caballerías, les acompañaban tapices y alfombras. Cuando tenían que quedarse en habitaciones humildísimas de pueblos miserables, la más pobre se transformaba inmediatamente en una estancia confortable y hasta lujosa al recubrir sus muros encalados con los tapices y el suelo de argamasa o baldosas de barro con las alfombras.

    A fines del siglo xv y en el xvi, durante el verano, los muros se recubrían con cueros cordobeses en sustitución de los tapices.

    La decoración ocupó ahora el lugar de honor por encima de todo detalle estructural. En los interiores se prodigó el color en forma de pinturas al fresco y mosaicos. Los soberbios frisos y entrepaños de las estancias renacentistas no han conocido igual en el mundo. Las artes decorativas y las bellas artes se superaron en la tarea de adornar y hacer resaltar la belleza de las líneas y masas arquitectónicas. Los grandes artistas, al mismo tiempo grandes artesanos, no consideraron ningún objeto tan vulgar o insignificante que no mereciese su atención. Reinó un espíritu de espléndida cooperación entre la pintura, la escultura y la talla, que proporcionó a los interiores de principios del Renacimiento rutilancias de joyería para servir de digno marco al mundano esplendor de la época. El Renacimiento se anticipó en Italia cien años al de Francia, Alemania, España, Países Bajos e Inglaterra. Luego será igualmente Italia la cuna de la reacción contra las tradiciones artísticas imperantes y las reglas y el orden existentes con la creación de un nuevo estilo: el Barroco. El prurito de crear algo nuevo y «diferente» desemboca así en un estilo complejo, profuso y muchas veces desenfrenado.


    Isabelino.


    Este estilo inglés (1558-1603), sucesor del Tudor, nació del gótico del último periodo y se desarrolló bajo los reinados de Enrique VII y Enrique VIII. Su carácter resultaba complejo, ya que en él se mezclaban numerosos rasgos góticos con detalles renacentistas. Estos últimos, aunque predominantes, se vieron modificados y naturalizados en la época isabelina. Enrique VIII, abandonando la política de fortificaciones durante su pacífico reinado y paralizando la erección de monasterios, había canalizado todas las actividades constructoras hacia la arquitectura civil. Los artistas y constructores italianos que importara para diseñar y erigir palacios en la isla no supieron, sin embargo, conjugar con éxito su propio estilo renacentista clásico con el gótico romántico inglés. En estas condiciones, el mérito de Isabel consistió en lograr un estilo inglés característico. Para ello contrató sólo a proyectistas y artesanos ingleses que, tras recorrer Francia e Italia, regresaron con las ideas que servirían para construir las grandes casas solariegas del Renacimiento inglés. En estas grandes casas, amplias, bien iluminadas y sencillas, encontró su origen la decoración inglesa de interiores.

    Los constructores ingleses supieron abordar con maestría los problemas referentes al maderamen desnudo, al enlucido de paredes, al ensamblaje y apanelamiento de la madera. Conocían y valoraban todas las cualidades del roble, la piedra y el yeso. La chimenea cumplía la doble función de instalación útil y elemento decorativo. Su repisa, de madera o piedra, se esculpía ornamentalmente con cenefas o se embellecía con escudos de armas. Llegó a ser el centro de toda la decoración y mobiliario de la habitación. En los techos campeaban los más complicados e intrincados decorados de yeso. Las paredes de este último material se adornaban de finos tapices en lugar de recubrirse de artesones de roble. En las suntuosas estancias se daban cita terciopelos, damascos y brocados de Francia e Italia y cueros repujados de España.


    Jacobino.


    Se trata de un estilo de transición (1603-49). Debe su nombre a Jacobo I, sucesor de Isabel, aunque abarcó también el reinado de Carlos I. En él se aplicaron más profundamente los conceptos clásicos y encontraron favorable acogida los gustos y estilos extranjeros. El estuco y el revestimiento de madera se hicieron clásicamente convencionales y severos en comparación con la libertad y ostentosidad isabelinas. Las estancias presentaron mayor orden y homogeneidad gracias a una mejor comprensión de las proporciones clásicas correctas. Ricas telas, paños y tapicerías compensaron la limitación en el uso de ornamentos y alegraron con sus colores la frialdad de los techos de yeso blanco y de las oscuras paredes recubiertas de madera.


    Luis XIV.


    Aunque en toda la decoración de la época de Francisco I de Francia se mezclaran dos estilos, el renacimiento italiano y el gótico francés, empiezan a observarse en ella rasgos de auténtico sabor nacional. Durante los reinados de Enrique II y Enrique IV queda ya definido un tipo de decoración francesa que, impregnado de elementos clásicos, desembocará en el esplendoroso estilo llamado de Luis XIV.

    En su magnificencia reflejaba éste adecuadamente el espíritu animador de la época del «Rey Sol» (1643-1715), quien, como protector entusiasta de las artes, elevó a Francia a un indiscutible señorío en este campo. Su estilo fue imitado por el resto de los países del occidente europeo. Aunque esencialmente clásico en su diseño, presentaba fuertes rasgos barrocos que le daban carácter totalmente diferente al del Renacimiento del siglo xvi. Con su magnificencia y dignidad estudiadas, aunque a menudo sobrecargadas de ornamentación; proporcionó el marco más adecuado para un monarca tan grande. Los interiores y muebles, grandes e impresionantes, se engalanaban de ricos oros, hermosos terciopelos y sedas y complicados damascos, de dibujos clásicos. Los interiores presentaban empaque arquitectónico, en que se manejaban los órdenes en proporciones clásicas correctas. A menudo se instalaban entre pilares grandes espejos —máximo refinamiento de la época— para cubrir paredes enteras en los aposentos de los palacios. Las superficies se recubrían de telas o se adornaban con madera y cuero pintados. Muebles, tapicería y alfombras eran soberbios. La arquitectura, que había ido adquiriendo un carácter cada vez más monumental desde el advenimiento del Renacimiento, alcanzó ahora su punto culminante. Este periodo, representante de las victorias militares, fue también de flexible adaptación y absorción. Los años realmente productivos de la época de Luis XIV comenzaron en 1667, en que se inauguró la Manufacture Royale encargada de proteger cuantas artes pudieran contribuir al mayor esplendor de la construcción y la decoración. La fábrica de Gobelin y más tarde la de Beauvais formaban parte de la empresa citada, que, repetimos, señala el comienzo de una era de grandeza para el auténtico arte nacional francés. Al encargarse de la dirección de la fábrica de Gobelin el pintor de la corte, Charles Le Brun, se rodeó de los artistas y artesanos mejores de su tiempo: Mansart, Boulle, Monnoyer, los hermanos Coypel (ebanistas), Cucci, Poitou, Jean y Daniel Marot y Jean Berain. Muchos otros artistas igualmente distinguidos se entregaron con entusiasmo a la tarea de cultivar uno de los estilos más perfectos y conocidos de la historia, creado esencialmente para la realeza, como esplendente tributo a un monarca cuyo gran palacio de Versalles simboliza todo el contenido de su época. Véase Gobelin, Gilles y Jehan.


    Luis XV.


    Los principios clásicos del Renacimiento, observados por Luis XIV, cedieron a los gustos del periodo adulterado y ostentoso de Luis XV. Existía una ávida tendencia hacia lo nuevo que reflejaba la exageración, frivolidad y extravagancia de la vida social. Los decoradores volvieron sus ojos hacia la naturaleza —una naturaleza, sin embargo, artificial— en busca de la inspiración, con el resultado de todo un repertorio de gayos paisajes, flores, guirnaldas, rocas (rocailles) y conchas (coquilles) como elementos decorativos. El estilo llegó a conocerse con el nombre de «rococó» por el reiterado uso que en él se hacía de los dos últimos motivos mencionados. Se evitó el uso de líneas rectas en todas las formas de decoración y desapareció aquella simetría que dignificó el periodo precedente. En su lugar, siempre que se presente la menor ocasión para ello, aparecerán curvas fantásticas, arbitrarias, sensuales. Las grandes pinturas murales y macizos bajorrelieves que adornaron los amplios salones fueron desplazados por alegres pinturas y bruñidos espejos, cual convenía a las viviendas y estancias de moda,, de más reducidas proporciones. Por su parte, el mobiliario se hizo más pequeño, a la par que más coquetón y afectado. El color cobró matices más delicados y claros. En sus notables decoraciones y pinturas Watteau, Boucher, Fragonard y Lancret expresaron el espíritu liviano de la época.


    Luis XVI.


    Este nuevo estilo supone el retorno al clásico primitivo, a las formas e interiores cuyos prototipos acababan de desenterrarse en Pompeya y Herculano. Se abandonaron, tanto en la construcción como en la decoración, las líneas curvas y las exageraciones en favor de una simplicidad exquisita en que la proporción, la simetría y el refinamiento alcanzaron perfecto acomodo. La exageración y la extravagancia en la decoración habían llegado a su límite. La moda exigía salones y tocadores más íntimos, que hicieron necesaria la adopción de una escala de proporciones más reducida y delicada tanto en arquitectura como en decoración y mobiliario. Los pies de los muebles aparecen ahora delicadamente estriados y rematados en punta; se hicieron muy populares los paneles y marcos ovalados. La afición a los temas pastoriles viene a añadirse a la pureza clásica en forma de frutos, flores, cintas, cayados y festones, usados como motivos decorativos. Las alusiones sentimentales y alegóricas corren a cargo del arco y la aljaba, el ánfora y la antorcha encendida. En vasos y urnas de tipo clásico resalta la línea graciosa y delicada. Muselinas, estampados y sedas se prodigan en tapizados y colgaduras. Los techos aparecen bellamente pintados y las paredes ora pintadas, ora recubiertas de entrepaños de seda. El estilo reflejaba el deseo de vivir menos ostentosamente, sin pretender asombrar con grandezas, sino más bien llevar la gracia y la belleza a unos hogares y unas estancias más íntimos. Se trata de un periodo perfecto en su clase. Confeccionadores de muebles, decoradores y diseñadores de telas llevaron a sus respectivas artes un grado tal de perfección que podían codearse con los cultivadores de las bellas artes.


    Georgiano.


    La decoración inglesa recibe la creciente influencia continental. Carlos II, que no èn vano estuvo confinado en Francia en tiempos del «Rey Sol», se rodeó a su regreso de un lujo hasta entonces desconocido en la isla. Sus sucesores Jacobo II, Guillermo y María, aceptaron los gustos holandeses. Finalmente, con Ana predomina el deseo de comodidad y aparecen los acogedores asientos de suaves respaldos, patas de cabriola y líneas ligeramente onduladas. Tales son las tendencias inglesas que sirven de introducción al estilo georgiano.

    Éste aparece como un estilo fundamentalmente arquitectónico, tanto en la forma como en la decoración. Él siglo xviii fue una edad crítica en que la arquitectura interesó profundamente a los hombres cultivados, en que los clásicos merecían general reverencia y el hombre disfrutaba viviendo en hogares suntuosos, rodeado de muestras de arte clásico y elementos decorativos. Esta arquitectura y sus interiores, basados en los estilos romano e italiano, con algunos antecedentes franceses, se diría fría y austera, pero también aristocrática y elegante, y se adaptaba perfectamente a un tipo de gente correcta e inteligente y a su ceremonioso modo de vivir. El clasicismo puro del georgiano primitivo se hizo complicado posteriormente con el empleo profuso de columnas y pilastras.

    En los reinados de los dos primeros Jorges (1714-27 y 1727-60) se prodigó la madera complicadamente trabajada en paneles y adornos de puertas y ventanas. Pusiéronse de moda grandes repisas y paredes estucadas, que se pintaban de blanco, crema o algún otro tono muy claro, lo que suponía el abandono del empleo de la madera al natural, tan corriente en el siglo xvii. En realidad la moda de lo blanco se presenta como expresión más característica del cambio operado en el estilo con respecto a los últimos días de los Estuardo. El conjunto, un tanto arquitectónico, se dulcificaba con el brillo satinado del mobiliario de caoba, tapizado de sedas, terciopelos y zarazas alegres, de paños orientales, alfombras, cortinas y colgaduras de gratos y variados tejidos.

    A mediados de siglo (1756) empezaron a usarse papeles pintados, con lo que las paredes se llenaron de paisajes alegres, flores y figuras, de inspiración china. El sistema se hizo popular al descubrirse el método de impresión del papel en largos rollos. La caoba, que se impuso como madera ornamental, prestábase admirablemente al repujado, circunstancia que aprovechó maravillosamente Chippendale en sus diseños. En la segunda mitad del periodo georgiano intervienen los hermanos Adam para poner fin a las tendencias china y rococó y restaurar el inglés clásico, contemporáneo del clásico francés de Luis XVI. En este periodo se consigue una rara unidad decorativa, pues muchos arquitectos no sólo proyectaban la decoración de paredes, techos y repisas, sino que además diseñaban los muebles, las alfombras, la platería, la ropa blanca y los detalles más secundarios. Quizá el rasgo más sobresaliente de los interiores creados por los Adam sea su adorno, en que las molduras graciosas, ricas, aunque mesuradas, se disponían con gran habilidad y refinamiento. Los dibujos para techos, frisos y entrepaños eran muy variados. Gran parte de su boga se debió a un procedimiento secreto para moldear adornos de yeso (el vaciado), que Adam importó de Italia, mucho más barato y de aplicación más sencilla que la labra o el yeso tallado. Se utilizó también la pintura para embellecer techos, entrepaños y mobiliario. Aunque las grandes superficies de las paredes no difirieran fundamentalmente de las del periodo georgiano anterior, se cubrieron de entrepaños, nichos, bajorrelieves y otros elementos ornamentales. Se sustituyó el color de los espacios totalmente blancos por tonos pálidos de verde, crema o gris. Para el recubrimiento de las paredes de estancias más reducidas y menos solemnes se utilizaron sedas de dibujos sencillos. Son característicos como objetos decorativos los vasos etruscos.


    Directorio e Imperio.


    Al periodo de Luis XVI siguió el conocido con el nombre de Directorio (1795-1804). Inspiradas por un común apego a los ideales clásicos, Francia e Inglaterra caminan paralelamente. Los maestros del estilo fueron David y Chippendale en los respectivos países. Se trata de una época de transición, en que el clasicismo refinado de Pompeya se transforma en un estilo más sencillo y masculino denominado Imperio. Predominó la influencia romana, aunque Napoleón, para rodearse de mayor pompa y dignidad, acudió a Egipto en busca de motivos decorativos. La ornamentación adquirió la forma de apliques clásicos con tonos de color más llamativos. La rama de laurel, la antorcha, las figuras aladas, pero sobre todo la corona y la abeja de Napoleón, constituyéronse en principales emblemas. España, bajo el reinado de los Borbones, sigue de cerca los estilos franceses y, a veces, los ingleses. En el segundo tercio del siglo xviii abundan los bronces de las decoraciones Imperio. En general las formas españolas son tan sólo variantes más serias, simétricas y macizas de las francesas e inglesas.


    Victoriano.


    Comienzan en 1837 a aparecer los artículos manufacturados en serie con la consiguiente decadencia de la industria artesana. Se trata de un periodo sombrío para las artes decorativas. Los interiores aparecen lúgubres, los colores inarmónicos, los espacios atestados de mobiliario feo, objetos de poco gusto y colgaduras de valor escaso.

    Se produce luego una reacción, que trata de revitalizar el arte. En Inglaterra el resultado fue un neogótico defendido por los prerrafaelistas, que buscaron ideales más elevados en el arte y se coaligaron en su intento de despertar de nuevo el primitivo amor a la belleza. Las tentativas esporádicas de crear algo nuevo y diferente desembocaron en el Art Nouveau en Francia, Inglaterra y Austria, y un estilo similar en Alemania. También en América apareció un nuevo estilo comercial de líneas simples, en que la estructura del mobiliario se presenta fría, con formas pesadas y macizas. Sin embargo, los interiores conservaron su aspecto Victoriano.

    A fines del siglo xix se produjo de nuevo una fugaz reacción contra el predominio de la línea recta en favor de la curva y los motivos decorativos tomados de la naturaleza. Finalmente se impuso el deseo de crear un estilo realmente nuevo con el resultado de diferentes escuelas «modernistas» tales como el Cubismo y el Futurismo, muchas de las cuales se distinguieron por su pésimo gusto. Sin embargo, la intención era buena, ya que se encaminaba al descubrimiento de un estilo nuevo que se adaptase a las necesidades de la vida moderna.


    Funcionalismo moderno.


    Actualmente se registra creciente interés por todas las artes, principalmente las relacionadas con la decoración interior. Naturalmente, un interior moderno sólo encaja bien en un edificio moderno, pues a menudo es imposible crear un interior completamente moderno en un edificio viejo sin realizar cambios arquitectónicos costosos. Sin embargo, un decorador hábil puede crear, por medio de diversas adaptaciones, un interior armónico, con una mezcla de estilos tradicionales y modernos. Buena muestra del gran interés que existe en la actualidad por la decoración interior es el creciente número de profesionales de la misma.

    Los interiores modernos conceden gran importancia al funcionalismo, pues el primer requisito de la época actual es la utilidad y en esta era de velocidad y progreso científico tendría muy poco valor una casa que no satisficiese las necesidades actuales en cuanto a iluminación, calefacción y espacio. La necesidad de ahorrar superficie y cuidados de entretenimiento ha dado origen al sistema de distribución de los muebles en múltiples habitaciones capaces todas ellas de adaptarse a diferentes funciones. Las mismas razones de economía se presentan en el mobiliario, para el que se exige ante todo capacidad de adaptación y unidad con la traza arquitectónica. El funcionalismo absoluto no permite nada que no sea realmente necesario. Ello es importante, indudablemente, pero también son necesarios el interés y la belleza, por lo que a veces la teoría de que «la utilidad pura crea su propia belleza» carece de validez. Una habitación puede «funcionar» perfectamente sin una pintura hermosa o sin plantas, pero la presencia de éstas hace a menudo que la habitación sea mucho más agradable para su ocupante. Los interiores modernos tratan de conseguir la unidad armoniosa del conjunto. Sus características dominantes son el espacio ordenado y las líneas amplias y rotundas. El detalle excesivamente complicado se ha abandonado en favor de masas amplias de color y estructura. Vivimos en una era de transición, en que las formas no están definitivamente establecidas, por lo que prácticamente cualquier proyecto contemporáneo que se adapte a los principios del funcionalismo, simplicidad y trazado sano puede calificarse de estilo moderno. Éste se denomina a veces «estilo internacional» debido a su similitud de traza, construcción y material en el mundo entero.

    En los nuevos interiores se están utilizando maderas hasta ahora desusadas, aserradas de forma que se aprecie toda la belleza de la veta. Se fabrican asimismo muebles de metal. Las formas se encuentran aún en estado transitorio. Para el recubrimiento de paredes se utilizan diversos materiales: madera, cristal, metal, corcho, papel, seda, plásticos, terciopelo. Preocupan significativamente los problemas de iluminación interior no sólo en su aspecto utilitario, sino estético. Se presta creciente atención al dibujo y textura de telas, cristales y objetos de adorno. Las ideas son muchas y muchos los medios de hacerlas realidad. Tantas son las posibilidades de innovación en procedimientos de trabajo y materiales, que en la actualidad la decoración de interiores es cuestión de dinamismo en que la monotonía no tiene razón de existir.
Actualizado: 24/11/2016

Autor: Leandro Alegsa


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