Bot. Planta compuesta, con hojas radicales, lampiñas, de lóbulos lanceolados y jugo lechoso; flores amarillas y semilla menuda.
El diente de león es una planta herbácea cizañosa muy común, perenne o bienal, de la familia de las Compuestas.
Su nombre alude a la forma de sus hojas, profundamente dentadas. Aunque presta colorido a los campos, es muy perjudicial a la agricultura.
La especie más común (Taraxacum officinale), de cabeza amarilla, es muy difícil de extirpar a causa de que la roseta de hojas profundamente crenadas que corona la larga raíz crece muy, apegada al suelo. Los productos químicos que se emplean para desarraigar la cizaña no destruyen completamente el diente de león, con el que no cabe mejor método de extirpación que el de arrancar la raíz entera antes de que se produzcan las semillas.
Las flores constituyen en realidad inflorescencias racemosas. Cada componente amarillo del racimo constituye una flor minúscula que produce un fruto en aquenio uniseminal provisto de un penacho piloso (vilano), que facilita su dispersión por el viento (dispersión anemófila).
A veces se elabora un vino con sus flores. Las raíces se utilizan como sucedáneo del café. Los tallos huecos contienen un jugo lechoso o látex, cuyo extracto encuentra aplicación en Medicina como diurético.
En la medicina tradicional, se utilizan las raíces, hojas y flores del diente de león para tratar problemas digestivos, como la falta de apetito, la indigestión y la inflamación del hígado. También se le atribuyen propiedades diuréticas y depurativas, ya que ayuda a eliminar toxinas del organismo.
En la cocina, las hojas jóvenes del diente de león se pueden consumir en ensaladas, ya que tienen un sabor amargo similar al de la rúcula. Además, las flores se pueden utilizar para hacer infusiones, mermeladas o incluso vino.
Las hojas del diente de león se utilizan frecuentemente como verdura para ensaladas en sustitución de la espinaca.
La planta puede alcanzar una altura de 30 cm y sus cabezuelas, un diámetro de 25 a 50 milímetros.