Don Juan Manuel (1282?-1348) fue un prócer y destacado escritor español, nacido el 5 de mayo en Escalona.
Señor de Peñafiel, es conocido como un guerrero y cortesano que dominaba tanto la pluma como la espada.
A los 12 años, se convirtió en adelantado de la frontera de Murcia y participó en importantes eventos de la corte.
Su vida estuvo marcada por su lealtad y conflictos con el rey Alfonso XI, reflejando el ideal del caballero de su época.
Biografía de Don Juan Manuel
(1282?-1348). Prócer ilustre e insigne escritor español, nacido un 5 de mayo en Escalona.
El hombre. Señor de Peñafiel, es llamado inexactamente «Infante», pues era hijo del hermano de Alfonso X el Sabio, el infante Don Manuel: nieto, por tanto, de San Fernando. Guerrero a la vez y cortesano, cumplido caballero, hombre de letras y de armas que manejó con tanta habilidad la pluma como la espada, anticipa en doscientos años, hasta cierto punto, el tipo de caballero ideal de II Cortegiano de Castiglione. A los 12 años era adelantado de la. frontera de Murcia y guerreó contra la morisma. Intervino activamente en los asuntos de la corte durante la revuelta tutoría de Alfonso XI, al que, declarado mayor de edad a los 14 años en las Cortes de Valladolid (junio 1325), entregó el sello real que conservaba en su poder. Mas luego, tras graves desavenencias, se alzó en armas contra el nuevo soberano, que, para aplacar al belicoso señor de Peñafiel, accedió a casarse con su hija doña Constanza. El matrimonio no llegó a consumarse por la tierna edad de la novia. Como Alfonso se negara posteriormente a cumplir su compromiso para casar con la infanta María de Portugal, nuevamente levantó Don Juan Manuel bandera de rebeldía y, aliado con los moros, promovió una lucha que no terminó hasta 1340. No obstante, prestó su ayuda al rey castellano en las batallas del Salado y Algeciras. Pero el filo de su espada no embotó el de su pluma.
El escritor.
La obra de Don Juan Manuel representa la maduración del sentido artístico en la prosa castellana. «Con las más hermosas palabras que yo pude», declara haber compuesto sus narraciones; incluso se preocupa mucho por los errores de los copistas y aconseja remitirse al manuscrito auténtico de su propia mano. Pero, sobre todo, encuentra un símbolo de su actitud creativa en la primera de las pequeñas historias (fabliellas) de su obra maestra El Conde Lucanor. Como proemio a esta colección cuenta de un caballero que había hecho una hermosa canción y que, al oír a un zapatero que la repetía de mala manera, destrozándola, sacó la espada y le destrozó los cueros de la zapatería. Al comparecer ante el juez, el caballero defendió su acción; lo mismo que el zapatero destruia su obra, él también correspondía en la misma moneda. Aparece aquí, pues, en la literatura española un sentido de la obra como realidad perfecta e inalterable, que anticipa la sensibilidad de nuestros días. Don Juan Manuel, de gran personalidad política, guerrera y humana, dejó varios libros, todos ellos de exquisita redacción, muy diversos en su desarrollo, aunque siempre con una intención aleccionadora —aparte de un opúsculo teológico, Tratado en que se prueba por razón que Santa María está en cuerpo y alma en el Paraíso—. Entre sus principales obras hallamos, ante todo, el Libro de los castigos y consejos, dedicado a su hijo y gran ejemplo de la literatura didáctica principesca tan importante en la época; también el Libro del caballero y del escudero, muy influido por una obra de Ramón Llull, es una moralización sobre un tenue pretexto narrativo.
Mayor interés encierra el Libro de los Estados; es algo más que un tratado de educación de príncipes, pues en él, quizá recogiendo el eco de la experiencia de Buda, la observación de los diversos «estados» de la vida —incluso, de la miseria y la muerte— desengaña de toda ilusión mundana y funda una actitud de profundo ascetismo religioso. Pero la obra capital de Don Juan Manuel es el Libro de los ejemplos del Conde Lucanor y Patronio (1335), llamado comúnmente El Conde Lucanor. Patronio, consejero y maestro del Conde, va narrando a éste, para aleccionarle, diversas fabulillas e historias de la más variada procedencia —a veces desconocida—. Abundan las de personificación animal: es conocido el papel importante que en la primera época de la prosa española desempeña el influjo de la literatura árabe y la india, tan dadas a los apólogos con animales, que luego llegan a la forma de las modernas fábulas pedagógicas (Iriarte, Samaniego). Así encontramos ya en esta obra la clásica historia del zorro y el cuervo con el queso, al lado de otras muchas actualizadas (el caso de la zorra que se fingió muerta, la conspiración de los animales para enemistar al toro con el león, etc.). Pero seguramente contienen más interés las narraciones de personajes humanos, de gráfica enseñanza moral. Así, la historia del sabio que comía altramuces a falta de cosa mejor y, al volver la vista, halló que otro le seguía comiéndose las cáscaras que él arrojaba, se ha hecho luego famosa por la décima de Calderón en La vida es sueño: «Cuentan de un sabio que un día...». Muy regocijante es la historia del traje invisible, que unos embaucadores hacían tejer, sin que pudiese verlo nadie que no fuera nacido legítimamente: por no pasar por bastardos, todos aceptan el engaño, hasta la apoteosis del ridículo final (este tema, entre otras muchas versiones posteriores, encuentra eco en El retablo de las maravillas, de Cervantes). «La historia del mancebo que casó con mujer brava» anticipa el tema de La fierecilla domada de Shakespeare. Curiosas por su ambientación son, entre otras, la historia de Alhaquime y la del deán de Santiago.
