Los donatistas fueron una secta cismática que surgió en el norte de África durante los siglos IV y V, impulsada por un grupo puritano que se oponía al secularismo de algunos líderes eclesiásticos.
Este movimiento buscaba purificar la Iglesia de los llamados traditores, aquellos que habían entregado las Sagradas Escrituras durante las persecuciones.
Su rechazo al obispo Cecilio y la elección de Mayorino marcaron el inicio de un conflicto que atrajo la atención del emperador Constantino y resultó en la persecución de los donatistas.
Secta cismática que hizo muchos prosélitos entre los cristianos del N de África en los siglos iv y v. El movimiento estaba encabezado por un grupo puritano opuesto al secularismo laxo de los dirigentes eclesiásticos, especialmente los que habían entregado sus copias de las Sagradas Escrituras durante las persecuciones de Diocleciano (303-305). El movimiento trataba de purificar la Iglesia expurgándola de los denominados traditores. Cuando Cecilio fue elegido obispo de Cartago en 311, los puritanos rechazaron el nombramiento y eligieron y consagraron a Mayorino. Como quiera que Cecilio contaba con el reconocimiento de gran parte de la Iglesia, los cismáticos apelaron a Constantino, primer emperador cristiano. Una investigación realizada favoreció al obispo legalmente consagrado. Los sínodos posteriores de Arles (314) y Milán (316) confirmaron este punto de vista y ordenaron la persecución de los donatistas, denominados así por el nombre de su jefe, Donato de Casae Nigrae. Sin embargo, en 321, Constantino abandonó la política de persecución por la tolerancia. Después de la muerte de Constantino (337) se recrudeció la persecución de la secta africana y se repitió a intervalos durante algún tiempo. El donatismo empezó a declinar durante los primeros años del siglo V. En 411 una gran asamblea celebrada en Cartago, a la que asistieron 286 obispos católicos y 279 donatistas, condenó una vez más la secta. Posteriormente los donatistas fueron objeto de una represión inexorable, pero nunca fueron enteramente suprimidos hasta que la invasión sarracena, a finales del siglo vii, destruyó todo vestigio de Cristianismo en el N de África.