La educación del bebé es un proceso fundamental que se inicia desde la temprana infancia, influyendo de manera decisiva en su desarrollo futuro como niño y adulto.
Esta etapa es crucial para establecer buenos hábitos que promuevan la salud y la felicidad.
Los cuidadores deben guiar al bebé hacia comportamientos positivos, asegurándose de que encuentre satisfacción en ellos, mientras que los actos indeseables deben ser desalentados.
La educación también abarca el control biológico, comenzando cuando el bebé está listo para aprender a regular sus funciones.
educación del bebé
La educación iniciada desde la más temprana infancia ejerce una influencia trascendental sobre el futuro niño y adulto, cuya salud y felicidad se cimentan en los buenos hábitos contraídos en tal edad. Para fomentar estos buenos hábitos, los padres o personas que atienden al niño deben procurar que éste obtenga satisfacción en los actos reputados convenientes y que, por el contrario, no la obtenga en los considerados indeseables.
La educación del niño en, lo que se refiere a la regularidad y control de sus funciones biológicas debe comenzar en cuanto su organismo se halle ya normalizado y su mente esté lo suficientemente despierta para comprender lo que se le pide. De manera que, normalmente hacia los ocho o diez meses, se le debe ya enseñar a hacer sus deposiciones en el lugar apropiado. El control de la orina es más difícil y por tanto suele empezar más tarde, generalmente después de que el niño ha establecido ya un control de evacuaciones. Muchos niños saben ya controlar la orina durante el día a los dos años y durante la noche lo suelen conseguir unos seis meses más tarde.
Cada vez es mayor el número de pediatras que aconsejan a las madres que establezcan ellas mismas el programa de lactancia de acuerdo con la demanda espontánea de sus hijos: es decir, que deberán darles el alimento, sea al pecho o con biberón, con tanta frecuencia y en tanta cantidad como el niño lo requiera. Se piensa que, al dar satisfacción a.las necesidades físicas del niño desde temprana edad, se crea en él un bienestar psicológico consiguiente al bienestar físico que siente cuando toma su alimento. Las estadísticas han demostrado que este programa establecido según la demanda propia ha resultado muy satisfactorio entre las madres que lo han seguido. Y no es de difícil aplicación este sistema, ya que se ha comprobado que, a partir de la quinta o sexta semana, casi todos los recién nacidos regularizan las funciones de su diminuto organismo y piden su alimento a intervalos ordenados, parecidos a los que se imponen a muchos otros niños. Además, tales infantes se amoldan de por sí a dicho programa sin sufrir apenas ninguna contrariedad y llegan a reducir el número de comidas diarias mucho más rápidamente que los bebés sometidos a un programa estricto con un determinado número de comidas sujetas desde el principio a un horario inflexible.
Desarrollo mental y muscular. El niño aprende primero a gobernar los músculos de la cabeza y cuello, luego los de brazos y pecho y, finalmente, los de pies y piernas. Al mes puede ya erguir la barbilla cuando está echado sobre el abdomen. Poco después sabe levantar la cabeza y el busto apoyando su peso sobre las manos y, al cumplir los cuatro meses, puede ya cambiar solo de postura: si le han colocado de costado, sabe darse vuelta hasta quedar de espaldas. A los seis meses se ha desarrollado su gobierno muscular en tal forma que puede dar una vuelta completa hasta tumbarse sobre el vientre. Algunos niños pueden sostenerse ya de pie a los siete meses; otros, en cambio, no lo intentan siquiera hasta bastante más tarde, alrededor de los diez u once meses. Por término medio, la edad en que comienzan a andar es la de trece o catorce meses, aunque muchos niños suelen andar antes y otros no empiezan hasta los quince o dieciséis meses. De ahí que nunca se debe forzar a un niño a que ande. El mismo lo intentará de por sí cuando se sienta con deseos y fuerzas para ello.