La etnografía de la Argentina se refiere al estudio de las diversas culturas y grupos étnicos que habitaron el territorio argentino, especialmente durante la época de la colonización española en el siglo XVI.
Aunque se desconoce con precisión el número y la composición racial de los aborígenes, se estima que alrededor de 300,000 individuos pertenecían a distintos grupos, como los diaguitas, matacos, y charrúas, cada uno con sus propias tradiciones y modos de vida.
etnografía de la Argentina
No se conoce con mucha exactitud ni el número ni la composición racial de los aborígenes en la época de la colonización española iniciada en el siglo xvi, pero se ha calculado aquél en unos 300 000 individuos pertenecientes a razas muy diversas, que pueden sintetizarse en seis grupos según la zona que ocupaban. Los diaguitas o calchaquíes, hoy extinguidos, poblaban el seco NO, donde, se conservan ruinas de algunas viviendas, fortalezas y cementerios, así como muestras de su cerámica y orfebrería; la sequedad del suelo les obligó a practicar el regadío. El Chaco, zona propicia para la caza, estaba habitado por tribus belicosas, cuyos grupos principales eran los matacos y chorotes. La zona litoral, en especial Mesopotamia, estaba también habitada por pueblos cazadores, entre los. que destacaron los charrúas, procedentes del vecino Uruguay. Querandíes, puelches y araucanos —éstos más civilizados— ocuparon la Pampa, mientras las tribus nómadas de Patagonia vivían de la caza. Los onas, que todavía subsisten, y los yamanas se asentaban en la zona meridional e islas adyacentes. El reparto de estos indígenas, antes de la llegada de los españoles era bastante desigual y presentaba su mayor concentración al noroeste.
Inmigración. En el primer medio siglo de conquista española, la Argentina apenas si fue visitada por su situación excesivamente apartada del mundo antiguo. Dos rutas siguieron los españoles para adentrarse en el país: la abierta por el curso del Río de la Plata y la procedente de los países andinos: Perú y Chile, a través del montañoso NO o de los Andes de Cuyo. La colonización tropezó con dificultades, se realizó por etapas y se limitó en los dos primeros siglos al establecimiento de algunos centros dispersos; algo más intensa fue en el siglo xviii, en el que se sentaron los fundamentos económicos y culturales que dieron origen a la unidad argentina. Las causas que favorecieron a mediados del siglo xix la intensa emigración europea hacia Sudamérica en general y Argentina en particular fueron el crecimiento de la población europea, los progresos de los medios de transporte con la aplicación de la máquina de vapor a la navegación, la posibilidad del comercio transatlántico de productos valiosos y el atractivo que ejercieron los grandes espacios libres, aptos para el cultivo de plantas de la zona templada. La conquista económica de la Pampa incrementó extraordinariamente en el decenio 1881-1890 la inmigración a la Argentina, que ya había sido intensa en las décadas anteriores, pero que se había de ver todavía superada en el primer decenio del siglo presente. Argentina, como cualquier otro país, ha conocido notables variaciones en los movimientos migratorios, pues mientras en ocasiones se favorecía la inmigración por las ventajas que representa el aumento del potencial humano, de la mano de obra para la conquista del suelo y de la vigorización de la raza por cruces, en otros casos era preciso restringirla por crisis económicas o al menos regularla, como se hace desde 1932, mediante una selección de los inmigrantes por nacionalidades y profesiones, para obtener así un mayor beneficio social y económico.
La zona comprendida entre los dos ejes de la colonización primitiva —el curso del Plata y el ángulo NO— y la zona andina próxima a Chile central fueron las primeras regiones que recibieron un número relativamente elevado de inmigrantes; en cambio, la conquista de las grandes extensiones de la Pampa fue muy posterior y tuvo lugar al iniciarse la expansión agrícola por el progreso de los medios de transporte, ferrocarriles sobre todo. Las latitudes extremas han sido las más recientemente ocupadas. En Patagonia las colonias costeras sólo irradiaron hacia el interior cuando la oveja conquistó la meseta y se pudo vencer la oposición indígena. El Chaco ofreció mayor dificultades en el orden humano, pues sus belicosas tribus sólo pudieron ser domeñadas tras varias campañas militares (1884); en cambio, las condiciones físicas fueron más favorables, pues a la explotación forestal inicial ha podido seguir en los tiempos actuales una intensa actividad agrícola, basada en el algodón. Pese a ser una de las primeras zonas conocidas del país, el NO ha visto paralizado su progreso por las hostiles condiciones físicas derivadas de su gran altitud y acusada sequedad. Terminada la ocupación del suelo continental, se inició, ya en el siglo actual, la de las islas próximas, e incluso del sector antártico, mediante el establecimiento de bases en las Oreadas del Sur (1904).
Por afinidad de clima y costumbres (lengua, religión, modos de vida) los inmigrantes recibidos por Argentina han sido en su mayor parte latinos o sudamericanos; entre los primeros destacan los españoles e italianos y entre los segundos los procedentes de los países vecinos: Chile, Perú, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Brasil.
Población: su evolución. Aunque el primer censo oficial de la República Argentina no se realizó hasta 1869, existen algunos cálculos de la población en épocas anteriores. Muy variables son los referentes a la población indígena precolombina, pero más bien parece haber sido bastante escasa para la extensión superficial del territorio. Al siglo y medio de la colonización hispana, la población blanca, según el P. Nicolás Durán, se calculó en sólo 4200 h; en cambio Torre Revello, en 1776, al fundarse el Virreinato del Río de la Plata, estimó la población argentina en 250000 h, que a fines de siglo habían superado los 300000. En 1819 una estimación de Brackenridge daba cifras de medio millón de blancos y unos 175000 indígenas. El crecimiento demográfico es lento en los dos decenios siguientes por las dificultades surgidas con motivo de la independencia del país; Woodbine Parish calculó en 1837 una población de 600000 h. Iniciada lá inmigración de europeos a partir de la primera mitad del siglo xix, el progreso es más rápido: una estimación de 1860 dio la cifra de 1 180000, pero con sólo 30000 indios, cantidad que parece demasiado exigua, sobre todo si se tiene en cuenta que en el I Censo Nacional (1869) ascendían a 93138 y los blancos a 1737076. Ya en 1857-69 el saldo positivo de los movimientos migratorios daba cerca de 100000 h, que en el decenio 1881-90 subieron—conquista agrícola y ganadera de la Pampa— a más de 637 000. Aunque la última década del siglo sufrió un retroceso migratorio, el II Censo Nacional (1895) dio las cifras siguientes: 3954911 blancos y unos 30000 indios. Se recupera el movimiento inmigratorio con un salto favorable de 1 120000 en el primer decenio del siglo actual de 1 120000 individuos, que hace aumentar la población argentina en el III Censo Nacional (1914), a 7885237 h. Aunque la I Guerra Mundial paralizó algo la inmigración en 1914-20, la depresión económica —secuela del conflicto— en el Viejo Mundo aceleró la corriente de emigración europea, que alcanzó la cifra de 856000 en 1921-30. Las crisis económicas y las restricciones a la inmigración redujeron esa cifra a 201000 en la década siguiente. En 1940 se inicia una decidida recuperación: 360000 en 1940-49 y 444000 en el quinquenio siguiente. El Censo Nacional (1947) arrojó una cifra de 15883272 h, que la estimación de 1958 elevó a 20435000.
En el período censal 1980-1991, la tasa de crecimiento anual medio fue del 14,7 por mil (1,47%), en el decenio 1991-2001 del 10,1 por mil (1,01%) y entre 2001-2010 del 11,4 por mil (1,14%).
El relevamiento de 2001 había arrojado un total de 36 260 130 habitantes.
La población de la República Argentina (de acuerdo a las estimaciones del INDEC) al 1 de julio de 2014 asciende a 42.669.500 habitantes.
Durante la época colonial, Argentina casi no recibió más que españoles, pero en los primeros tiempos de la independencia vio llegar inmigrantes de todas las nacionalidades, especialmente ingleses, italianos y franceses; mención especial merecen los judíos que, aunque rusos, polacos o alemanes por su origen, están unidos firmemente por su raza y religión. No todos los inmigrantes se establecen en el país con carácter definitivo, pues desde la segunda mitad del siglo pasado el 47 % de ellos volvieron a sus países. Hay además una emigración temporal muy fuerte, de italianos sobre todo, en los periodos de máxima intensidad en las labores agrícolas: recolección de cereales, vendimia, etcétera.
El predominio de los inmigrantes en la composición etnográfica tiene como primera consecuencia que la población del país sea en general de sangre casi enteramente blanca, con sólo un 5 % de sangre india, la mayor parte de los cuales viven en el norte boscoso (entre Chacó y Formosa) o en las mesetas patagónicas (entre Chubut, Neuquén y Río Negro). La raza negra, que tuvo cierta representación durante la época colonial, ha desaparecido casi por completo. Otras consecuencias del predominio de inmigrantes en la composición etnográfica son: fuerte porcentaje de población activa (15 a 60 años de edad) y mayor proporción de hombres que de mujeres, especialmente en las regiones de colonización reciente como Patagonia. Las condiciones tienden, sin embargo, a normalizarse por el fuerte crecimiento vegetativo de la población argentina.
El crecimiento natural de la población argentina es elevado (más de un 32 % en 12 años) gracias a la gran natalidad, que determina mejor índice demográfico que su vecino Chile o países europeos como Italia y Francia. La mortalidad es todavía alta, pero se observa disminución en la infantil.
Distribución de la población. Después de las primeras instalaciones colonizadoras, los posteriores inmigrantes se fijaron con preferencia en las ciudades, sin resolver por tanto el problema humano y económico del país, que requiere mayores masas humanas en las zonas de posible desarrollo agropecuario. Las primeras experiencias de ordenación colonizadora no se realizaron hasta 1850; iniciadas en Entre Ríos y continuadas en Corrientes y Santa Fe, se vieron favorecidas más tarde por la ley de 1876 y disposiciones posteriores. No siempre el éxito ha sido completo, pues una serie de factores, difíciles de controlar en toda colonización, ha hecho fracasar algunos de los intentos.
En el proceso histórico de poblamiento no siempre se ocuparon las regiones más fértiles; grandes espacios dotados de magníficas cualidades para el desarrollo humano quedaron despoblados, mientras los argentinos se aferraban sobre todo a las ciudades de fácil comunicación con la metrópoli. La independencia, la fuerte inmigración europea y el progreso de los ferrocarriles en el siglo pasado extendieron las zonas habitadas y permitieron la ocupación de las grandes llanuras argentinas y, más tarde, de algunas comarcas menos favorecidas. El proceso de ocupación del suelo casi terminó antes de la I Guerra Mundial, al acabar la expansión agropecuaria. Después de esa fecha sólo el Chaco ha sufrido un auge considerable; en el resto del país sólo se observa aumento en las regiones ya densamente pobladas, mientras continúan estacionarias las zonas semideshabitadas (ángulo NO sobre todo).
De ahí que la población actual esté muy desigualmente repartida. El Gran Buenos Aires concentra por sí sólo la cuarta parte del total; entre las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y La Pampa, con poco más del 20 % de la extensión total, concentran los dos tercios de la población que, en términos generales, disminuyó desde Buenos Aires hacia el O y el S. Las provincias más densas son: Tucumán, al NO, por sus fértiles oasis; Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, en la Pampa húmeda, y Misiones en la zona N de Mesopotamia; también Córdoba supera esa cifra, gracias a la población de su capital. Corrientes y Chaco, ésta desde el cultivo masivo del algodón, tienen densidad similar a la media del país.
Como todos los países jóvenes —y Argentina lo es, puesto que su colonización data de sólo cuatro siglos—, el progreso de la población urbana ha sido mucho más intenso que el de la rural, pese a su carácter eminentemente agropecuario. Entre 1869 y 1947 (primero y último censos) la población urbana creció en un 1735 %, mientras la rural sólo lo hacía en un 512.