Las fuentes bíblicas se refieren a los textos originales que componen la Biblia, incluyendo el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.
El Antiguo Testamento, conocido como masorético, fue elaborado por gramáticos judíos entre los siglos VI y VII d.C., introduciendo puntuaciones vocálicas.
Por otro lado, el Nuevo Testamento fue escrito en griego, con manuscritos más antiguos datando del siglo IV.
Estos textos son fundamentales para la comprensión de las Escrituras.
El texto clásico hebreo del Antiguo Testamento recibe el nombre de masorético por haber trabajado en él sucesivamente del siglo vi al vii d. de J.C. una serie de gramáticos judíos (masoretas). Por ese tiempo se introdujeron las puntuaciones vocálicas. El manuscrito hebreo más antiguo del Antiguo Testamento es el Codex Petropolitanus (916 d. de J.C.). Un manuscrito de Isaías, que figuraba entre los Manuscritos del Mar Muerto descubiertos en 1947, data por lo menos del siglo i a. de J.C. y es por tanto mil años más antiguo que cualquier manuscrito del Antiguo Testamento de extensión parecida conocido anteriormente. El Nuevo Testamento fue escrito en griego y los manuscritos más antiguos se remontan al siglo iv. Existen numerosos manuscritos primitivos parciales del Antiguo y del Nuevo Testamento; algunos adoptan la forma de rollos, otros de códices. Tres de estos códices primitivos han tenido un valor incalculable en la conservación de las Escrituras: el Codex sinaiticus (siglo iv), el Codex Alexandrinus (siglo v), ambos en el Museo Británico, y el Codex Vaticanus (siglo iv), en la Biblioteca Vaticana. Estos códices contienen textos más o menos completos de la Biblia escritos en griego. Véase Códice.