Historia de Brasil

La historia de Brasil comienza con su descubrimiento en 1500, cuando el navegante portugués Pedro Álvares Cabral llegó a sus costas.

Aunque algunos creen que el primer europeo en visitarlo fue el español Vicente Yáñez Pinzón, Cabral es quien toma posesión del territorio en nombre de Portugal.

Su expedición, inicialmente destinada a alcanzar la India, se desvió hacia el oeste, marcando el inicio de un nuevo capítulo en la historia de Sudamérica.

historia de Brasil
  1. Descubrimiento.


    Aunque es creencia general que el primer europeo que visitó las costas del Brasil fue el navegante español Vicente Yáñez Pinzón en 1499-1500, el descubrimiento del país se atribuye comúnmente al portugués Pedro Alvares Cabral (1460?-1526?), que el 22 de abril de 1500 desembarcó en las costas orientales de Sudamérica, en lo que hoy es el estado de Bahía, y tomó posesión del territorio en nombre del rey de Portugal. El 8 de marzo de dicho año Cabral había zarpado de Lisboa al mando de una potente armada con ánimo de cumplir la misión que le encomendara su soberano Don Manuel el Afortunado: llegar a la India para asegurar a los portugueses los mercados de especias. Aunque debía seguir el rumbo señalado, es decir, costear África doblando el Cabo de Buena Esperanza, parece que Cabral resolvió torcer la derrota a fin de eludir la región de las calmas ecuatoriales y se internó hacia el oeste del Atlántico. Arrastradas por la corriente del Golfo de Guinea, sin embargo, las naves cruzaron el océano y arribaron a la altura de Porto Seguro (8 grados de lat. S). Una vez desembarcados, los expedicionarios bautizaron el primer promontorio con el nombre de Pascual por celebrarse entonces la octava de Pascua. Creyendo Cabral que la tierra que había tocado era una isla, púsole el nombre de Isla de Vera Cruz, aunque luego, al comprobar que era un continente, lo mudó por el de Tierra de Santa Cruz. Posteriormente se impuso a esta denominación la de Brasil por la abundancia que allí había de la madera tintórea llamada verzino (palo brasil). Este nombre, por otra parte, era ya aplicado a una isla ignota en la época anterior a los descubrimientos geográficos.

    El descubrimiento del Brasil revistió grandísima importancia en el desarrollo histórico no sólo de América, sino del mundo entero, ya que establecía definitivamente los límites terráqueos asignados a Portugal en virtud del Tratado de Tordesillás (1494). La confirmación, de estas posesiones en el Nuevo Mundo, sin embargo, sólo despertó cierto interés en Portugal, preocupado como estaba a la sazón con el comercio asiático. Cabral murió en el olvido; reivindicada su memoria, sus restos, hallados casualmente en la iglesia de Nuestra Señora de las Gracias de Santarém (1839), fueron trasladados a Rio de Janeiro en 1903.


    Conquista y exploraciones.


    Pese a la escasa atención que mostraba por los territorios recién descubiertos, la Corona portuguesa despachó algunas expediciones exploratorias entre 1501 y 1503, principalmente con objeto de frenar la expansión española en el Nuevo Continente. En 1501-04 el florentino Américo Vespucio costeó en dos viajes el litoral brasileño en casi su entera longitud. El navegante portugués Gongalo Coelho descubrió en las costas de este país la entrada de una gran bahía (1 enero 1502), que en 1531 visitó Martim Affonso de Sousa y, por creerla un estuario, la bautizó con el nombre de Rio de Janeiro (nombre que alude al mes de su descubrimiento). A partir de 1506 estos territorios ultramarinos parecieron acrecentar el interés de Lisboa. Muchas armadas que hasta entonces se dirigían a la India comenzaron a visitar Brasil, cuya prolongada costa fue explorada entre otros por los españoles Diego de Solís y Yáñez Pinzón (1508), el portugués Hernando de Magallanes (1519) y el veneciano Sebastián Cabot (1526). Por su parte, los franceses comenzaron también a frecuentar el litoral del país, atraídos por el palo de brasil, muy estimado en Europa por sus propiedades tintóreas, e incluso llegaron a sentar pie en algunos puntos costeros, disputando así los derechos portugueses. Como quiera que las protestas lisboetas ante estos hechos no encontraran el menor eco en la corte de París, Juan III de Portugal envió (1527) un expedición al mando de Cristóbal Jacques con la misión de perseguir el contrabando y desalojar los establecimientos galos, empresa asaz ardua para tan exigua fuerza y cuyo resultado, en el mejor de los casos, sólo podía deparar un éxito parcial. En efecto, pese a que Jacques apresara varias naves corsarias y castigara con todo rigor a los contrabandistas que caían en sus manos, el litoral brasileño era demasiado extenso para vigilarlo eficazmente. Por otra parte, los asentamientos franceses contaban con mayores defensas de lo que se había supuesto en un principio, los pequeños fuertes levantados por los portugueses en la costa para protegerla de los corsarios no eran suficientes y, lo que era peor, existía el peligro de que los intrusos aumentaran con el tiempo y terminaran por expulsar de aquellas tierras a los propios portugueses. En tal coyuntura el monarca luso resolvió apelar a medidas más drásticas y a tal fin dispuso en 1530 que se procediera a la colonización de sus dominios en América. Se organizó una poderosa armada que, al mando de Martim Affonso de Sousa (m. en 1564), debería transportar al Brasil varias familias portuguesas, así como caballos y yeguas, simientes y herramientas con que dar cumplimiento al proyecto. Guiaba también al rey el deseo de extender su soberanía en el Nuevo Mundo hasta el mismo Río de la Plata, que, según él, caía, dentro de la «Línea de Demarcación» establecida en Tordesillas.


    Colonización y gobierno.


    La expedición de Martim Affonso de Sousa es el hito que marca el inicio de la historia brasileña. En enero de 1531 Sousa desembarcó en las costas de Pernambuco y, después de levantar nuevamente la factoría portuguesa destruida poco antes por los franceses, despachó a su lugarteniente, Diego Leite, a explorar las costas de Maranháo, mientras él continuaba en dirección sur a fin de dar remate a su viaje. En el transcurso de éste erigió varias bases costeras, una, la principal, en Bahía de Todos los Santos y otra en Rio de Janeiro. Pero, como a la altura de Punta del Este hiciera naufragar una tempestad su nave, desistió de continuar más al sur y tocó en la isla de Sao Vicente. Aquí fundó (1532) el establecimiento de este nombre, que con el de San Andrés de Borda do Campo constituiría el núcleo de la colonización del país. Esta, en su primer periodo, encontró grave obstáculo en la resistencia que ofrecieron los indígenas. Las numerosas tribus indias que por entonces poblaban el país comprendían dos grandes grupos: los- tupíes (de la familia tupiguaraní), sedentarios y pacíficos, y los tapuyas o tapuyos, nombre con que los portugueses distinguían a todos los naturales que no hablasen tupí, nómadas y belicosos. Tanto unos como otros fueron finalmente sojuzgados.

    Deseoso Juan III de organizar administrativamente sus extensos territorios ultramarinos, los dividió (1534) en 15 capitanías hereditarias, distribuidas entre los nobles que habían hecho las campañas de Oriente. Estas capitanías, sin embargo, inspiradas como estaban en el sistema feudal y asaz insuficientes para resistir los ataques indios, terminaron por desaparecer, salvo la de Sao Vicente al S y la de Pernambuco al N. En vista de ello el rey juzgó necesario modificar su decisión anterior y dar a la colonia una administración centralizada con un gobernador que le representara directamente; con tal objeto instituyó el Gobierno Central del Brasil. El primero en asumir el cargo fue el prestigioso militar Tomé de Sousa, que en marzo de 1549, al frente de una numerosa y heterogénea expedición integrada por colonos, soldados y convictos, arribó a Brasil y fundó la ciudad del Salvador, futura capital del dominio. Venía también en esta primera expedición un grupo de jesuitas, a cuyos abnegados esfuerzos debió principalmente la colonia su rápido desenvolvimiento y creciente prosperidad. En 1553 llegó a Bahía el segundo gobernador (1553-58), Duarte da Costa, y con él el celebre jesuíta español José de Anchieta (1533-97), que ha dejado recuerdo imborrable en la historia brasileña y al que se ha llamado con toda justicia «el apóstol del Brasil» por su labor catequística y educativa entre los indios. Enviado por sus superiores a Piratininga, fundó allí bajo la advocación de San Pablo el colegio de este nombre (25 enero 1554), en torno al cual creció pronto un núcleo humano que con el tiempo se convertiría en la actual urbe de Sao Paulo, baluarte que fue desde sus mismos inicios de la expansión portuguesa hacia el interior.

    En 1555, los hugonotes, mandados por el famoso marino Nicolás Durand Villegagnon, fundaron en uno de los numerosos islotes de la bahía de Guanabara la colonia de «Francia Antàrtica» con objeto de practicar en paz sus doctrinas. En marzo de 1560, gobernando Mem de Sá, los franceses fueron expulsados de su reducto, pero volvieron al poco y esta vez hubo de enfrentarse a ellos el sobrino del gobernador, Estacio de Sá, quien fundó (1565) la población de Sao Sebastiáo de Rio de Janeiro al pie del Pan de Azúcar. La resistencia francesa decidió al gobernador a presentarse en el escenario de la lucha, lo que trajo consigo la derrota definitiva de los hugonotes (20 enero 1567) y la refundación de la ciudad.

    En diciembre de 1572, estimándolos demasiado vastos para que pudieran ser administrados para una sola persona, la Corona portuguesa dividió sus territorios americanos en dos gobiernos, uno en el N, con capital en Bahía, que confió a la administración de Luis de Brito y Almeida, y otro en el S con capital en Rio de Janeiro, que comprendía el resto de las antiguas capitanías meridionales y estaba administrado por Antonio Salema. Esta subdivisión desapareció al asumir en 1577 el gobierno único Lorenzo da Veiga.

    En este primer siglo de colonización portuguesa se inicia el desarrollo económico del país con la introducción de esclavos africanos destinados al cultivo de la tierra, especialmente a las plantaciones de caña de azúcar, fundamento económico de la colonia. Las fabulosas riquezas mineras que ocultaban las entrañas del país no habían sido aún explotadas y ni siquiera descubiertas. En este periodo comienza también la larga serie de disputas sostenidas por portugueses y españoles a cuenta de la fijación de límites entre las posesiones de unos y otros, pues la línea estipulada en Tordesillas se había desechado casi desde sus mismos principios.


    Dominación hispano-lusitana.


    En 1580, Portugal y, consecuentemente Brasil, pasaron a poder de España al caer en Alcazarquivir (1578) el joven monarca portugués Don Sebastián y recibir su herencia (1581) su tío, Felipe II de España. De resultas de ello la tradicional enemistad hispano-holandesa halló eco profundo en la colonia brasileña, gobernada ahora por Su Majestad Católica, a quien secundaba el llamado Consejo de Portugal y representaba Manuel Telles de Barreto. Durante la administración de éste quedó anexionado al país el actual Paraiba do Norte (1586) y se instituyó la capitanía de Sergipe. Poco después una junta gubernativa delegó sus poderes en Francisco de Sousa, que incorporó a la colonia Rio Grande do Norte y fundó Natal (1599). Durante su gobierno se produjeron los ataques ingleses a Santos y Pernambuco (1591). En este mismo año los franceses, al mando de Jacques Riffault, establecieron en Maranháo una nueva colonia, que llamaron «Francia Equinoccial», y en 1612 fundaron en honor de su soberano Luis XIII la ciudad de Sao Luis. Con su expulsión en 1614 por Alejandro de Moura y Jerónimo de Alburquerque se inicia la expansión lusa hacia la región del Amazonas, incorporada al Brasil en 1616. En 1621 España, cuya dominación del país iba a concluir en 1640, separó administrativamente de Brasil el nuevo estado de Maranháo y lo confió a Francisco Coelho Carvalho.

    En 1624 Bahía cayó en poder de los holandeses de la Compañía de las Indias Occidentales, mandados por Jacob Villekens y Pieter Heyn, quienes hubieron de desalojarla al año siguiente ante el ataque de Don Fadrique de Toledo. En 1630 se produjo otra invasión, esta vez dirigida por el almirante Lonq, que se adueñó primero de Olinda y luego, ante la impotencia de los españoles, de Recife y la mayor parte de Pernambuco. Durante los veinticuatro años de dominio holandés estos territorios experimentaron un considerable progreso, especialmente bajo la administración de Juan Mauricio, príncipe de Nassau-Siegen (1637-44), cuya renuncia y abandono del Brasil, junto con la tregua de diez años otorgada a los holandeses por Juan IV (elevado al trono de Portugal en 1640), marcaron el comienzo de la reacción brasileña. En efecto, en 1645, los colonos de Pernambuco, acaudillados por Juan Fernandes de Vieira, se alzaron contra los holandeses en completa violación de la tregua y les infligieron dos aplastantes derrotas en los Guararapes (19 abril 1648 y 19 febrero 1649). Finalmente, en 1654, quedó reconquistado el último reducto holandés: Recife. La amenaza holandesa desapareció definitivamente al firmarse en 1661 un tratado por el que las Provincias Unidas abandonaban toda reclamación a territorio brasileño. En 1668 Carlos II reconoció la independencia de Portugal y con ello los derechos de este país a sus posesiones en América.

    Las invasiones extranjeras y las subsiguientes guerras que acarrearon no sólo pusieron al desnudo la incapacidad de la metrópoli para defender su colonia, sino, lo más importante, demostraron la suficiencia de ésta para supervivir por sí sola. Tal circunstancia, junto con el creciente espíritu nacional que estaba gestando la fusión racial de europeos, indígenas y negros, explica la inevitable cristalización de un poderoso sentimiento independentista que estallaría en el decurso de los siguientes lustros. Con la dominación española y en la época inmediatamente posterior, Brasil vio acrecer de manera considerable su extensión territorial merced por un lado a la tolerancia española, ya que la corte de Madrid no parecía tener interés inmediato en hacer observar estrictamente la famosa «Línea de Tordesillas», y por otro, a la constante penetración y exploración del interior por los brasileños, como el viaje de Pedro Texeira (1637-39), que, remontando el Amazonas, llegó hasta los mismos Andes. Buena si no principalísima parte de este ensanchamiento territorial se debe a los mamelucos (mestizos de portugués e indio) de Sao Paulo, llamados por ello paulistas, y los «bandeirantes» que abrieron numerosas rutas al interior, los unos con sus incursiones a la caza de esclavos, los otros con su búsqueda sistemática del codiciado oro, que, a despecho de la seguridad de su existencia, se resistía a mostrarse. Con sus expediciones, que, extendidas a la totalidad del país, constituyeron el preámbulo del poblamiento y cultivo de las tierras vírgenes, paulistas y bandeirantes ampliaron las fronteras brasileñas hasta los ríos Paraguay, Guaporé y Amazonas, triplicando casi la extensión del Brasil.


    Virreinato.


    Tras un periodo de sucesivos gobiernos, en que el país registró una enorme afluencia de inmigrantes europeos, atraídos por el descubrimiento de oro y diamantes, y continuó ensanchándose el territorio brasileño a expensas de las colonias españolas, quedó implantado en 1763, reinando en Portugal José I, el virreinato, por obra y gracia de Sebastiáo José de Carvalho e Mello, Marqués de Pombal (1699-1782). Durante la administración de este insigne estadista, virtual dictador de Portugal de 1750 a 1777, Brasil experimentó un auge nunca conocido antes: se crearon las famosas Compañías Comerciales de Pará-Maranháo y Pernambuco-Paraíba, se alentó la- inmigración, se fomentó extraordinariamente la minería y la agricultura, se fijó la capitalidad del país en Rio de Janeiro (1763), la instrucción pública recibió un decidido impulso, desapareció el estado de Maranháo como entidad política independiente y, sobre todo, se implantó una administración fuertemente centralista. En 1759 fueron expulsados los jesuítas con gran quebranto de la cultura. Al advenir al trono María I (1777) y ser desterrado Pombal, muchas de estas reformas quedaron invalidadas y Brasil hubo de soportar una política de absolutismo a ultranza, caracterizada muy particularmente por el abusivo aumento de los impuestos y las vejaciones sufridas por los indígenas, política que culminó en el decreto de 1785 que clausuraba todas las industrias del país, salvo la del azúcar. El descontento y ansia de libertad ya patentes entre los brasileños se agudizaron con estas medidas y en 1789 se organizó la llamada «Conjuracáo Mineira», que, encabezada por el patriota Joaquín José De Silva Xavier (1748-92), más conocido por Tiradentes, pretendía implantar una república liberad y abolir la esclavitud. La conjura fracasó por la traición de uno de los comprometidos y Tiradentes, apresado y sometido a tormento, fue ejecutado el 21 de abril.

    Durante este segundo siglo de colonización portuguesa el desenvolvimiento económico de Brasil experimentó no pocos altibajos debido principalmente al hallazgo de valiosísimos yacimientos de oro y diamantes. En efecto, aunque el cultivo en el NE de la caña de azúcar, el algodón y el tabaco habían deparado al país considerable prosperidad, las minas recién descubiertas le acarrearon grandes males, pues, si bien por un lado la atracción que ejercían el oro y los diamantes había estimulado el desarrollo del interior, por otro este mismo fenómeno produjo una tremenda inflación que condujo a la pérdida de interés por la agricultura y a la despoblación de ciertas zonas del litoral. El oro, cuyo primer descubrimiento se produjo a finales del siglo xvii (1693) en Minas Gerais, apareció luego, junto con los diamantes, en numerosos puntos, principalmente en Minas Gerais, Mato Grosso y Goiás. Los primeros centros mineros fueron Ouro Préto, Sao Joáo del Rei y Diamantina, todos en Minas Gerais. Estos descubrimientos promovieron violentos choques entre los paulistas y los muchos extranjeros atraídos por el oro. La economía, por otra parte, sufrió los efectos de la rígida política restrictiva que habían impuesto los portugueses a través de su Compañía General, como la prohibición de cultivar la vid y el olivo para evitar la competencia con los vinos y aceites de la metrópoli o cerrar los puertos brasileños a todo comercio que no fuera el de los propios portugueses, con la salvedad de ingleses y franceses, poseedores de ciertos privilegios comerciales. Incluso el tráfico llegó a constreñirse arbitrariamente a unos pocos puertos.

    Como característica fundamental de la colonización brasileña cabe resaltar muy especialmente el desarrollo autónomo de los municipios, considerado por muchos

    verdadero germen de la independencia nacional. La sabia política que a este respecto siguió Portugal con su gran colonia deparó a ésta un desenvolvimiento municipal pocas veces igualado, como lo prueban las innumerables villas, poblaciones y ciudades que salpican la geografía del país. La inmigración europea y el constante aflujo de esclavos (en 1550-1850 llegaron de 5000000 a 6000000) coadyuvaron también poderosamente a que en el siglo xviii continuara el crecimiento dél Brasil, crecimiento que suscitó varias disputas y más de una guerra con los españoles. Ya la fundación por los portugueses (1679) de la colonia de Sacramento (actual Uruguay) en pleno dominio español había motivado entre ambas naciones un prolongado conflicto fronterizo que sólo quedaría resuelto con la definitiva independencia de Uruguay. Sumábase además la ininterrumpida penetración brasileña en regiones que eran legalmente posesión de España, pero que la desidia y pasividad del Gobierno de Madrid habían abandonado a sus vecinos sin apenas protestas. En 1750, buscando resolver las disputas fronterizas en Sudamé-rica, españoles y portugueses concertaron el Tratado de Madrid que éstos dejaron pronto de respetar al continuar su política expansionista. Refiriéndose a ella decía el ilustre español Félix de Azara, encargado en 1781 de delimitar las posesiones americanas de ambas naciones: «Se pasmarán los venideros viendo en el mapa la extensión de los países que hay entre la línea divisoria del último Tratado (el de San Ildefonso, 1777) y la que lo fue del de Tordesillas, la cual estaba a doscientas setenta leguas al occidente de la línea divisoria del papa Alejandro VI. Y observando que tal extensión es mayor que la de muchos grandes imperios, llena de oro y de piedras preciosas, y que se ha cedido sin violencia a una potencia muy inferior, no dejarán tampoco de admirarse de que hayamos mirado con suma indiferencia una cosa tan grave y de tan graves consecuencias.»


    Independencia e Imperio.


    En 1808 la familia real de Portugal se refugió en Brasil huyendo de la invasión napoleónica. El príncipe regente, que sería coronado en el mismo Brasil con el nombre de Juan VI (1816), introdujo importantes reformas en la gran colonia ultramarina: un tribunal supremo, la primera imprenta, la ampliación de las facilidades docentes, la apertura del comercio a todas las naciones y el libre funcionamiento de las industrias. Durante su posterior administración, en la que Brasil se anexionó Uruguay, el país registró un apreciable adelanto en todos los órdenes: saneamiento de la hacienda, fomento del desarrollo industrial y agrícola, inauguración de la Biblioteca Nacional (1814), apertura del famoso Jardín Botánico (1815), etc. Pese, sin embargo, a tan progresista política, las tendencias absolutistas del monarca provocaron el descontento popular, particularmente el del elemento liberal, que en 1817 organizó la efímera Revolución de Pernambuco, acaudillada por Domingo José Martins. En 1821, como consecuencia de la constitución liberal proclamada en Oporto, el pueblo brasileño se pronunció por una similar, actitud ésta que forzó al monarca a abandonar el país (26 abril) dejando el gobierno provisional en manos de su hijo Pedro.

    El restaurado Gobierno portugués, no viendo desde Lisboa con buenos ojos los recién adquiridos derechos de Brasil y considerando la conveniencia de volver al antiguo mercantilismo restrictivo y las capitanías, pidió el regreso de Pedro a Portugal. Movían a éste empero otras intenciones y, contando con el incondicional apoyo del pueblo, rechazó la exigencia y, tras ser declarado «Defensor Perpetuo del Brasil», proclamó la independencia del país a orillas del Ipiranga el 7 de setiembre de 1822 en un acto que la historia recuerda con el nombre de «Grito de Ipiranga». Dióse así el singular caso de que la independencia se debiera al príncipe heredero de Portugal y fuera hecha, no en el tradicional sentido republicano, sino en el monárquico. Esto mismo impidió, a fin de cuentas, la desunión nacional a que tendía el regionalismo de las provincias al quedar éstas vinculadas a una institución que, como la monarquía, seguía ejerciendo sobre las masas, a despecho de todo, una influencia superior. Proclamado emperador del Brasil el 1 de diciembre de 1822 con el nombre de Pedro I, no tardó el nuevo soberano en dominar las exiguas fuerzas portuguesas y otras que le hacían frente. En 1823 disolvió la Asamblea constituyente, pero un año después dio al país una constitución que instauraba una cámara baja electiva y un senado nombrado por él mismo. Esta constitución, aun cuando de tipo liberal, reservaba a la Corona considerable poder, como, por ejemplo, la convocatoria y disolución del cuerpo legislativo.

    Durante el corto y tumultuoso gobierno de Pedro I se produjeron los siguientes sucesos: el reconocimiento por parte de Portugal de la independencia brasileña (29 agosto 1825): la guerra entre Brasil y la Argentina, continuación de las contiendas luso-españolas sobre la posesión de la Banda Oriental, que acarreó al Imperio en 1828 la pérdida del Estado Cisplatino (Uruguay); y la coronación de Pedro como rey de Portugal con el nombre de Pedro IV (1826), corona que abdicó en su hija de ocho años, Doña María de la Gloria. Las disensiones entre los partidos políticos, el intenso sentimiento republicano que alentaba en muchos sectores de la población y la creciente impopularidad del soberano, que, al igual que su padre, se inclinaba por los procedimientos absolutistas (como lo demuestra su hostilidad frente al insigne procer José Bonifacio de Andra-da e Silva, el «Patriarca de la Independencia»), provocaron numerosas revueltas y, finalmente (7 abril 1831), la abdicación del emperador en favor de su primogénito, Pedro de Alcántara, que a la sazón contaba cinco años.

    Durante la minoría de Pedro, los sucesivos regentes (regencia trina, Feijó, el Marqués de Olinda) sumieron al país en un estado de creciente desorden: estalló una revolución en Rio Grande do Sul y durante algún tiempo quedó erigido en república el estado de Bahía. Finalmente, con objeto de aplacar a los liberales, se anticipó la fecha de la coronación del rey niño. El 23 de julio de 1840, contando Pedro quince anos, fue proclamado mayor de edad y un año más tarde coronado emperador con el nombre de Pedro II. Con su gobierno se inicia una de las épocas más progresivas y brillantes de la historia brasileña. Tolerante y bondadoso, dotado de una inteligencia y cultura poco comunes, poseía Pedro II —a quien se ha dado el sobrenombre de El Magnánimo— marcada inclinación por los principios democráticos y un profundo interés por las cuestiones científicas. En sus primeros años de gobierno restableció la paz y el orden, si bien más adelante hubo de enfrentarse con varias sublevaciones y dos guerras, libradas ambas victoriosamente contra el argentino Juan Manuel de Rosas (1852) y el paraguayo Francisco Solano López (1865-70). El emperador llegó a un acuerdo con Argentina sobre la libre navegación por el Paraná y el Uruguay, expandió sobremanera el comercio exterior, gracias a duplicarse el precio del café, abrió el Amazonas a la navegación, estableció líneas férreas y telegráficas, alentó más que nunca la inmigración y afianzó sólidamente el prestigio del país en el concierto de las naciones.

    La liberal postura de Pedro II con respecto a la esclavitud hizo que ya en 1855 aboliera la trata de esclavos; el 28 de setiembre de 1871 quedó decretada la famosa ley de «libertad de vientre», en virtud de la cual se declaraba libres a los niños nacidos de esclavas. Esta ley preparó el camino a la completa abolición de todas las formas de esclavitud, acaecida en 1888, cuando la hija del emperador, la princesa Isabella, que durante la ausencia de su padre en Europa desempeñaba las funciones de regente, proclamó la libertad de todos los esclavos sin que hiciera nada por compensar a sus propietarios. Tal acción enajenó a la monarquía las simpatías de los influyentes plantadores y, junto con la desafección del Ejército causada por las inclinaciones pacifistas de Pedro II, contribuyó poderosamente a que el Emperador perdiera en poco tiempo su popularidad. Tal estado de cosas condujo finalmente a su deposición por una revolución incruenta acaudillada por Benjamín Constant Botelho Magalháes y el general Manoel Deodoro Fonseca.


    República.


    La nueva constitución republicana, proclamada el 24 de febrero de 1891, tuvo por modelo la de Estados Unidos y buscaba conciliar el sentimiento autonomista de los estados con el espíritu centralista. En virtud de ella el país quedaba organizado en república federativa constituida por 20 estados, dotados todos de amplia autonomía, y un Distrito Federal, que, junto con la capital, Rio de Janeiro, gozaba de una administración especial. Formaban el Congreso Federal el Senado y la Cámara de Diputados. Fonseca, que ocupaba provisionalmente la jefatura del Gobierno, fue elegido el 23 de noviembre de 1891 primer presidente de los Estados Unidos del Brasil. Dictador de hecho y administrador incompetente, durante su etapa se produjo la separación de la Iglesia y la implantación del matrimonio civil. Finalmente fue obligado a dimitir (1894) en favor del vicepresidente Floriano Pveixoto, no menos dictatorial e incapaz, a quien dio en llamarse el «Mariscal de Hierro» por su energía en sofocar (1893) la insurrección de la Escuadra y en cuyo tiempo quedaron restablecidas las relaciones con Portugal. La joven república hubo de atravesar entonces un periodo caracterizado por las revoluciones y el descontento popular, todo lo cual presagiaba un triste futuro para el Gobierno constitucional del Brasil. La administración legal, no obstante, sobrevivió a estas vicisitudes gracias especialmente al sabio gobierno de Prudente de Moraes Barros que, elevado en 1894 a la suprema magistratura por voto popular, pacificó Rio Grande do Sul, sofocó la rebelión de Canudos y tras un prolongado pleito obtuvo definitivamente para Brasil la soberanía de la isla de Trinidad. A Manuel Ferraz.de Campos Salles (1898-1902), en cuya etapa se realizó el reajuste económico iniciado con el «Foun-ding Loan», sucedió Francisco de Paula Rodrigues Alves (1902-06), que urbanizó la capital, la libró de la fiebre amarilla y concertó con Bolivia el Tratado de Petrópolis (1903) por el que pasaba a Brasil el territorio de Acre. Su sucesor, Alfonso Augusto Moreira Penna (1906-09), creó la Caja de Conversión destinada a estabilizar el cambio de moneda, reorganizó las fuerzas armadas e implantó el servicio militar obligatorio. Muerto un año antes de expirar su mandato, asumió la jefatura del país el vicepresidente Nilo Pe^anha (1909-10), creador del Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio, al que sucedió Hermes Rodrigues da Fon-seca (1910-14), que tuvo que hacer frente a una sublevación en la Bahía de Rio de Janeiro y cedió paso a Wenceslao Braz Pereira Gomes (1914-18), mantenedor de una estricta neutralidad durante los tres primeros años de la I Guerra Mundial hasta que el torpedeamiento de barcos brasileños por submarinos alemanes le llevó a declarar la guerra a las Potencias Centrales. El siguiente presidente, Rodrigues Alves, murió antes de asumir el poder y con arreglo a la constitución fue declarado sucesor suyo el vicepresidente Delfim Moreira (1918-19), al que siguieron Epitacio Pessoa (1919-22), Arthur da Silva Bernardes (1922-26), durante cuya administración Brasil abandonó su asiento en la Sociedad de Naciones, y Washinton Luís Pereira de Sousa (1926-30), que, a despecho de sus mejoras en el orden económico, fue impopular por su marcada orientación dictatorial.

    Diversos fueron lo reajustes fronterizos del Brasil con los países vecinos en las postrimerías del siglo xix y principios del xx, periodo de inusitada prosperidad económica para esta nación. Aumentó considerablemente la exportación de café y durante unos años la producción de goma virgen condujo a la formación de grandes fortunas en la región amazónica. Ambos artículos, el café y la goma virgen, monopolio casi exclusivo de este país antes de la I Guerra Mundial, constituyeron buena parte de las exportaciones brasileñas. Durante los años de conflagración universal la República experimentó una gran prosperidad, pese a la dislocación provocada por la contienda, al verse estimulada la industria nacional por la interrupción de las importaciones europeas. Los años 20, sin embargo, fueron críticos. Al repentino auge económico originado por el café siguieron grandes dificultades financieras y la década finalizó desastrosamente con la depresión de la economía nacional, el paro acrecido en forma alarmante y los manejos políticos abocados a un desenlace violento.


    Régimen de Vargas.


    En las elecciones presidenciales de 1930, el candidato de la administración anterior, Julio Prestes, derrotó a su contrincante Getulio Dorneles Vargas, gobernador del estado de Rio Grande do Sul, que había sido apoyado por un nuevo bloque político, la Alianza Liberal. Como fueran muchos los que achacasen la derrota a un fraude electoral, estalló inmediatamente una revolución que puso —legalizando tal vez la decisión del pueblo— las riendas del gobierno en manos de Vargas. En calidad de ministro de Justicia fue designado su amigo y colaborador Oswaldo Aranha. De tal suerte, por vez primera en los anales de la República brasileña, salía triunfante una revolución, que estaba destinada además a rematar el antiguo orden, la llamada «República Vieja», para dar paso a la «República Nueva» o «Estado Nuevo».

    La presidencia de Vargas quedó confirmada en las elecciones de 1934, año en que se promulgó una nueva constitución que robustecía los poderes del Gobierno federal. En 1936 Vargas intervino decisivamente en poner fin a la guerra sostenida entre Paraguay y Bolivia por motivo del Chaco. Poco antes de las siguientes elecciones (1938) el presidente se erigió en virtual dictador, suprimió la oposición política y reorganizó el Brasil según una base corporativa. Aunque posteriormente acentuó su tendencia al totalitarismo, su régimen deparó al país considerable progreso económico y social. Después de mantener una política exterior ora amistosa con Alemania e Italia, ora hostil con las naciones democráticas, Brasil entró a formar en la causa aliada al estallar la II Guerra Mundial. En 1942 declaró oficialmente la guerra al Eje. En junio de 1943 concedió a Bolivia el puerto de Santos como puerto franco, satisfaciendo así la tradicional aspiración de este país a una salida al mar.


    Ultimos presidentes.


    El descontento producido por el régimen antiliberal de Vargas condujo en 1945 a una revolución incruenta que provocó su renuncia. En calidad de interinato ostentó la máxima magistratura (1945-46) el presidente del Supremo Tribunal Federal, José Linhares, que organizó con absoluta imparcialidad las siguientes elecciones (2 noviembre 1945) y dispuso los medios necesarios para asegurar la transmisión de poderes al candidato electo. Fue éste el antiguo ministro de la Guerra durante el régimen de Vargas, el general Eurico Gaspar Dutra. Getulio Vargas volvió a la escena política en calidad de senador y el Partido Comunista obtuvo numerosos votos. El nuevo Congreso quedó investido con los poderes de una asamblea constitucional y en 1946 se adoptó una nueva Constitución. Pronto se produjeron entre el nuevo gobierno y los comunistas agudos conflictos que desembocaron finalmente en la supresión del Partido Comunista (1947), sin que por ello se apaciguara el descontento provocado por las condiciones sociales y económicas. En las elecciones de 1950 obtuvo mayoría de votos el antiguo dictador Vargas, respaldado principalmente por los partidos Laboral y Social Progresivo. Una vez asumido el cargo, el presidente emprendió un ambicioso proyecto de desarrollo económico, el llamado Plan Salte, al que siguieron otros de igual índole destinados a resolver las dificultades financieras del país. A principios de 1954, a raíz de una prolongada crisis política, Getulio Vargas se suicidó y su vacante fue ocupada por el vicepresidente Joáo Café Filho. Este, alegando razones de salud, abandonó el cargo el 9 de noviembre de 1955, una vez que había sido ya elegido para el mandato que se iniciaría el 31 de enero de 1956 Juscelino Kubitschek. Hasta la toma de posesión del candidato electo, el Gobierno estuvo en manos del presidente de la Cámara de Diputados, Carlos Luz (9-11 noviembre 1955) y luego pasó a las del vicepresidente del Senado Federal, Nereu Ramos, a consecuencia de un golpe militar encabezado por el general y ministro de la Guerra, Henrique Teixeira Lott. Este golpe tuvo por finalidad evitar que los políticos derrotados por Kubitschek asumieran ilegalmente el poder. El 21 de abril de 1959 la capitalidad de la nación fue trasladada a Brasilia. En febrero de 1961 fue elevado a la presidencia Janio Quadros, que en agosto del mismo año, en una histórica alocución al pueblo brasileño, presentó su dimisión. Inmediatamente el ministro de la Guerra declaró que impediría la entrada en el país al vicepresidente Goulart, que a la sazón se hallaba en el extranjero y que con arreglo a la Constitución debía ocupar la presidencia. Tras unos días de tensa expectación, en que el país pareció enfrentarse con la trágica alternativa de una guerra civil, Goulart asumió finalmente el cargo, si bien sus poderes presidenciales quedaron considerablemente mermados con una enmienda de la Constitución que le imponía la colaboración de un primer ministro.


    Los gobiernos provisionales breves sucedieron al fallecido presidente Vargas. Juscelino Kubitschek se convirtió en el nuevo presidente en 1956 y asumió una postura conciliadora con la oposición política que le permitió gobernar sin crisis importantes. La economía y el sector industrial crecieron considerablemente, pero su mayor conquista fue la construcción de la nueva capital, Brasilia, inaugurada en 1960. Su sucesor, Jânio Quadros, renunció en, menos de un año después de asumir el cargo. Su vicepresidente, João Goulart, tomó la presidencia, pero suscitó una fuerte oposición política, y fue depuesto por el Golpe de 1964 que resultó en un régimen militar.


    Se pretendía que el nuevo régimen fuese transitorio, pero se convirtió en una dictadura plena con la promulgación de la Ley Institucional Número Cinco de 1968. La represión de los opositores a la dictadura, incluyendo la guerrilla urbana, fue dura, pero no tan brutal como en otros países de América Latina. Debido al extraordinario crecimiento económico, conocido como «el milagro brasileño», el régimen alcanzó su nivel más alto de popularidad en los años de mayor represión.


    El general Ernesto Geisel asumió la presidencia en 1974 y comenzó su proyecto de redemocratización a través de un proceso, que según él sería «lento, gradual y seguro». Geisel acabó con la indisciplina militar que había asolado al país desde 1889, así como con la tortura de presos políticos, la censura a los medios y, en 1978, luego de anular la Ley Institucional Número Cinco, con la propia dictadura. Sin embargo, el régimen militar continuó con su sucesor, el general João Figueiredo, para completar la plena transición hacia la democracia. La Comisión de la Verdad establecida en 2011 por el gobierno de Brasil contabilizó 434 víctimas mortales y desaparecidos por la dictadura; también recogía testimonios de los torturados —entre los que se encontraba la futura presidenta Rousseff— al tiempo que confirmó la cooperación de algunas multinacionales con intereses en Brasil en la represión política y sindical.


    Los civiles volvieron completamente al poder en 1985 cuando, tras la enfermedad y fallecimiento sin poder asumir del presidente electo Tancredo Neves, lo hizo en su lugar su vicepresidente José Sarney. Hacia el final de su mandato, Sarney se volvió extremadamente impopular debido a la crisis económica y a la inflación descontrolada, y en 1989, su mala administración permitió la elección del casi desconocido Fernando Collor, que renunció tres años más tarde tras un escándalo de corrupción. Collor fue sucedido por su vicepresidente, Itamar Franco, que nombró como Ministro de Hacienda a Fernando Henrique Cardoso, que creó el exitoso Plan Real, el cual trajo la estabilidad a la economía brasileña.


    Fernando Henrique Cardoso fue elegido como presidente en 1994 y nuevamente en 1998. La transición pacífica del poder para Luiz Inácio Lula da Silva, que fue electo en 2002 y reelegido en 2006, mostró que Brasil finalmente consiguió alcanzar la estabilidad política. En 2010, Dilma Rousseff se convirtió en la primera mujer elegida presidente, la segunda persona en llegar a la presidencia sin nunca antes haber disputado una elección y la primera en llegar a la presidencia con plenitud democrática, tras otro gobierno democrático que cumplió su mandato completo.

    Para más información ver: Brasil.
Actualizado: 25/07/2015


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lat. = latín
m. = sustantivo masculino
Mar. = Marina
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