La historia de la cama de dormir es un fascinante recorrido a través del tiempo que revela cómo este esencial mobiliario ha evolucionado.
Desde los antiguos egipcios, que utilizaban lechos de madera con bandas de cuero, hasta las elaboradas camas de los griegos y romanos, cada cultura ha aportado su estilo.
En la alta Edad Media, la cama española se caracterizaba por un diseño rectangular y decoraciones distintivas, reflejando la importancia de este mueble en la vida cotidiana.
historia de la cama de dormir
Aunque la fecha de la primera cama como pieza de mobiliario se pierde en la lejanía histórica, algunas pinturas antiguas muestran que los egipcios poseían diversos tipos de lechos. Consistían éstos en armazones, de madera, con bandas entrelazadas de cuero o cuerda, que se plegaban a menudo después de usados. Los griegos dormían en camas de madera de armazones muy elevadas. Parecidas a éstas eran las usadas por los romanos en los primeros tiempos de la República. Se trataba de grandes lechos de origen oriental, esculpidos, dorados y revestidos de marfil, sobre los que se apilaban cojines de lana, plumas y otras materias blandas.
De las ilustraciones de algunos códices, como el de Gerona, se deduce que la cama española de la alta Edad Media consistía en un plano rígido rectangular apoyando en cuatro pies que se adornaban en su parte superior con una pirinola. En los relieves de marfil de San Millán de la Cogolla (siglo xi) se ven camas formadas por un tablero rectangular que descansa sobre cuatro soportes, ligeramente cónicos y adornados con volutas y estrías. El tablero se inserta en tales soportes a un tercio de su altura para formar un conjunto que produce sensación de robustez y estabilidad. En el siglo xii los lechos se adornan ya con doseles, sujetos con hierros a los techos o paredes, de los que cuelgan grandes cortinas que los aislan del resto de la estancia. A veces pende en su interior una lámpara para aliviar los insomnios del ocupante. La altura de estos lechos era tal, que se hacía necesario el uso de escabeles para encaramarse a ellos. Desde el siglo xiii disminuye la altura, pero no tanto que pueda prescindirse del escabel, que a veces adopta la forma de arcón. En el siglo xiv se eleva la cabecera y enriquece toda la cama con tableros esculpidos y cobertores ricamente bordados en oro y plata. En esta época empiezan a usarse dos sábanas para el contacto inmediato con el cuerpo. Las camas cobran en el siguiente siglo tan enormes proporciones que los grandes señores encargan a los mayordomos las golpeen con un palo antes de acostarse para asegurarse de que no albergan a ningún intruso. Entre los humildes una de estas camas sirve para toda la familia. El fenómeno de la magnitud desmesurada es común a muchos países. El gran lecho de Ware, citado por Shakespeare y otros autores, medía 3,65 m2 y podía recibir hasta doce durmientes. A veces se recurría a la solución de la carriola o cama baja sobre ruedas que se introducía bajo otra más alta. En las universidades inglesas, el alumno dormía en la carriola debajo de su profesor. En el siglo xvi se extrema el lujo en doseles y cortinajes. Buena muestra de este lujo son los ricos bordados de dosel de cama correspondientes a la época de Garlos IV, que figuran en la colección de tapices del Palacio Real de Madrid. En el siglo xvii aparece una cama, probablemente venida de Portugal, en que la cabecera y testero se prolongan triangular o rectangularmente en fajas superpuestas formadas por arquerías o balaustradas. De los cuatro ángulos salen delgadas columnas o varillas torneadas para sostener el dosel. En el siglo xviii se importa de Italia la cama imperial, llamada así por adoptar su su techo o templete la forma de corona imperial. Decae el torneado y en su lugar las cabeceras de barandillas superpuestas reciben un remate de imaginería ornamental.
Posteriormente la invención de muelles y colchones eliminó las grandes armazones de madera, que se simplificaron hasta adoptar las proporciones indispensables para que el lecho quedase aislado del suelo. Por todo aditamento se conservó un panel y un breve testero, que incluso se omite en muchos casos. No deja de resultar paradójico que las camas modernas, con sus formas escuetas, nos recuerden al cabo de los siglos a los modelos de los pueblos primitivos.