La historia de la ciudad de Buenos Aires está profundamente entrelazada con la de Argentina y el Río de la Plata, reflejando una conexión histórica y cultural.
Desde los primeros viajes de exploradores como Juan Díaz de Solís y Sebastián Cabot, hasta la fundación oficial por Pedro de Mendoza en 1536, Buenos Aires se erige como un punto clave en la conquista y colonización de América del Sur, marcando el inicio de una rica y compleja trayectoria.
historia de la ciudad de Buenos Aires (Argentina)
La historia de Buenos Aires marcha de juntamente con la de Argentina y, en realidad, con la del Río de la Plata por la íntima vinculación entre una y otras. Los antecedentes históricos de la primera fundación de Buenos Aires radican en los viajes de Juan Díaz de Solís, descubridor del estuario platense, Sebastián Cabot y Diego García, que en torno a las tierras del Rey Blanco forjaron una fabulosa leyenda, a cuyo conjuro iniciaron los españoles la conquista de los territorios meridionales de América del Sur. Así, el 24 de agosto de 1535 zarpó de Sanlúcar de Barrameda el adelantado Pedro de Mendoza al mando de una potente armada, con ánimo de llevar a efecto la capitulación que le había otorgado Garlos I y que incluía las tierras del Plata; uno de los objetivos era también impedir por esas zonas la expansión portuguesa procedente del Brasil. Después de tocar en la isla de San Gabriel, Mendoza fundó el 3 de febrero de 1536 el Puerto de Nuestra Señora Santa María del Buen Aire en un lugar que ha suscitado entre los historiadores agudas polémicas, pero que debió situarse junto al Riachuelo de los Navios. El poblamiento hubo de sufrir grandes penalidades; por un lado la escasez de alimentos y por otro los feroces ataques de los indios querandíes y guaraníes quebrantaron mucha resistencia y arrebataron vidas humanas. Finalmente Mendoza, desalentado, resolvió regresar a España, no sin antes designar sucesor a su lugarteniente Juan de Ayolas, que entre tanto había partido al interior en pos de las legendarias tierras del Rey Blanco, y, durante la ausencia de él, a Francisco Ruiz Galán. Muerto Ayolas, le sucedió en el mando Martínez de Irala, que poco tiempo después (junio 1541) ordenó el abandono y quema del establecimiento (hecho que llevó a cabo Juan de Ortega) en provecho de Asunción, en la que se asentaron los 350 españoles que lo componían. Al quedar en libertad, los animales domésticos, particularmente los caballos y yeguas, se reprodujeron fabulosamente.
Poco fue el tiempo transcurrido sin que se echara en falta el fuerte platense y la necesidad de refundarlo, pues, como muchos decían con sobrada razón, era del todo menester acortar las comunicaciones marítimas entre las colonias pacíficas e interiores de América del Sur y la metrópoli evitando el largo y peligroso viaje por el Pacífico o Paraná, plagado de insalubridad y de piratas. Finalmente, el 11 de junio de 1580, Juan de Garay fundó, no lejos del fuerte erigido por Pedro de Mendoza, la ciudad de Santísima Trinidad y Santa María de los Buenos Aires bajo la advocación de San Martín de Tours. Los colonizadores planearon su urbanización en líneas rectas y cuadrículas dividiendo el terreno de E a O en 10 franjas de 151 varas de ancho cortadas perpendicularmente por 25 fajas iguales, con lo que quedaba un rectángulo de 250 cuadrículas o cuadras, núcleo inicial de lo que con el tiempo sería el actual Buenos Aires. El mismo Garay designó alcaldes y corregidores. Esta segunda. y definitiva fundación obedeció no como la primera a exigencias político-militares, sino a una ineludible necesidad mercantil. Empero, casi desde sus mismos comienzos la población hubo de soportar la restrictiva política económica del Consejo de Indias consistente en prohibir el comercio libre con evidente provecho del Virreinato del Perú, del cual dependían entonces los territorios platenses. Esta política restrictiva siguió imponiéndose con todo rigor incluso después de dividirse por real cédula la provincia del Plata en dos gobernaciones: la del actual Paraguay y la de Buenos Aires (con Uruguay). Los primeros gobernadores, bien por medro personal, bien por comprender las consecuencias funestas de tal política, toleraron la práctica del contrabando, que más que una evasión de la ley era una necesidad. José Martínez Salazar (1663-74), sin embargo, implantó tan severísimas medidas para atajarlo que poco faltó para que la ciudad desapareciese; a tal punto imperó la miseria y tan grande fue el éxodo de la población hacia otros puntos.
Los siguientes gobernadores, no obstante, vistos tan adversos resultados, encauzaron su administración por derroteros más progresistas, pero la ciudad no comenzó a registrar un verdadero florecimiento hasta el advenimiento de los Borbones al trono español y la subsiguiente creación del Virreinato del Río de la Plata (1 agosto 1776). El primer virrey, Pedro de Ceballos (1776-78), optó como primera medida por la libertad, bien que parcial, del comercio, lo que tuvo un efecto decisivo en el ulterior desarrollo no sólo de la ciudad sino también de su dilatado hinterland. El segundo gobernador, el mexicano Juan José de Vértiz y Salcedo (1778-84), emprendió una decidida urbanización de la ciudad, pavimentando sus primeras calles y dotándolas de iluminación. Este gobernador realizó, además, el primer censo. Su sucesor Nicolás Francisco Cristóbal del Campo, marqués de Loreto (1784-89), fue el verdadero creador de la industria pecuaria y derivadas, que, junto con los cereales, iba a constituir la base económica de la nación. A principios del siglo xix aparecieron los primeros periódicos bonaerenses (El Telégrafo Mercantil y el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio), se continuó la labor urbanística y se alentó poderosamente el comercio de importación.
El 25 de junio de 1806 el general inglés William Car Beresford, al mando de una nutrida fuerza expedicionaria, desembarcó en la playa de Quilmes y avanzó hacia Buenos Aires, que ocupó a los pocos días. Habiendo huido el virrey Sobremonte, se produjo un alzamiento popular contra los ingleses, que fueron vencidos por Santiago Liniers y Bremond. La segunda invasión inglesa aconteció en 1808, en que el general Whitelocke, luego de haber tomado Montevideo y derrotado a Liniers, gobernador a la sazón, sitió la plaza bonaerense, fortificada por el alcalde de primer voto Alzaga. A despecho de tan halagüeños comienzos los ingleses sufrieron luego una tremenda derrota a manos de Liniers, que les obligó a evacuar Buenos Aires y abandonar Montevideo. Estos históricos sucesos gestaron en los porteños un sentimiento independista que iba a ser robustecido por la inepta política ulterior de los Borbones. En las postrimerías del mismo año y principios del siguiente, invadida España por los ejércitos napoleónicos e instaurada en Montevideo la llamada Junta del Río de la Plata, se produjo en Buenos Aires la deposición por votación abierta del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y la implantación de una Junta Gubernativa integrada entre otros por los patricios Cornelio Saavedra como presidente y Manuel Belgrano. El continente sudamericano viose entonces sacudido por una serie de trascendentales acontecimientos que tuvieron por escenario Buenos Aires o radicaron en ella (v. Argentina, Historia) y que culminaron con la independencia de diversas naciones sudamericanas y la aparición de las Provincias Unidas del Río de la Plata con capitalidad en Buenos Aires.
Tras un crítico periodo de anarquía y contiendas civiles, la ciudad comenzó a recobrarse lentamente, aunque hubo de sufrir las luchas políticas entre los autonomistas (los crudos) de Adolfo Alsina y los nacionalistas (los cocidos) de Bartolomé Mitre. Finalmente, el 20 de setiembre de 1880 quedó definitivamente liquidada la cuestión al federalizar el presidente Avellaneda Buenos Aires y convertirla en capital de la República. A raíz de esta histórica fecha arranca el tremendo crecimiento urbano y demográfico de la ciudad, impulsado por la construcción del puerto y el tendido de ferrocarriles al interior del país. Durante el siglo xx puede decirse que Buenos Aires ha experimentado una renovación constante de su fisonomía al demolerse ininterrumpidamente vastas secciones de ella y levantarse en su lugar modernas construcciones de airosa arquitectura, que convierten a la ciudad en una de las más bellas y modernas de Hispanoamérica.