La historia de los antibióticos se remonta a los descubrimientos sobre la antibiosis, un fenómeno observado tras las investigaciones de Pasteur sobre las bacterias y su relación con las infecciones.
En 1875, John Tyndall demostró que el hongo Peniciílium glaucum podía eliminar bacterias en un tubo de ensayo.
Aunque Pasteur y Tyndall no buscaron crear antibióticos, sus hallazgos sentaron las bases para que, en 1922, Fleming identificara la lisozima, un primer paso hacia el desarrollo de estos medicamentos.
historia de los antibióticos
El fenómeno de la antibiosis en relación con los gérmenes infecciosos fue observado poco después de que Pasteur estableciese el hecho de ser las bacterias y otros microorganismos los causantes de las infecciones y enfermedades contagiosas. En 1875, el físico británico John Tyndall observó que, si a unos tubos de ensayo, turbios y pululantes de bacterias, se los contaminaba de Peniciílium glaucum, las bacterias caían al fondo del tubo, a la vez que se aclaraba el líquido situado entre ellos y la superficie. El mismo Pasteur, en 1877, comprobó que ciertos microorganismos procedentes del aire estorban el desarrollo de la bacteridia carbuncosa. Sin embargo, ni Pasteur ni Tyndall intentaron obtener substancias antibióticas y se limitaron a registrar el fenómeno de la antibiosis.
En 1922 Sir Alexander Fleming, que más tarde descubrió la penicilina, observó y dio a conocer la existencia de una enzima antibiótica a la que llamó lisozima. Se encuentra en la clara de huevo, tejidos animales y ciertas secreciones corporales (particularmente, las lágrimas); pero, por desgracia, no ejerce ningún efecto sobre las bacterias patógenas.
En este periodo de su vida, Fleming estaba muy interesado en descubrir antisépticos ideales para combatir las infecciones. Sabía que la mayor parte de los antisépticos son muy tóxicos para los tejidos, capaces de dañar no sólo a la célula del gérmen patógeno, sino también a las del propio paciente. Comprendía que un antiséptico no había de ser necesariamente el que matase a las bacterias patógenas, sino el que pudiera colaborar en su destrucción obstaculizando su crecimiento y reproducción, de tal modo que los glóbulos blancos de la sangre (fagocitos) y otros mecanismos inmulógicos del organismo fueran ya capaces de destruirlas fácilmente, y afirmó que el agente antibacteriano ideal debía tener mayor poder frente a las bacterias que frente a los leucocitos. En 1929 realizó el fundamental descubrimiento de que en el crecimiento del moho Peniciílium notatum se produce una substancia antibacteriana (penicilina) que es extremadamente tóxica para varias razas de microorganismos patógenos, particularmente los de tipo gram-positivo. Fleming no prosiguió, por entonces, sus investigaciones sobre la penicilina y su descubrimiento cayó en el olvido.
René Dubos, investigador norteamericano perteneciente al Instituto Rockefeller de Investigación Médica, fue el primero que logró aislar un agente antibiótico apto para emplearse en Medicina. Esta substancia, la tirotricina, se obtuvo de un bacilo inofensivo, el Ba-cillus brevis, hallado entre substancias del suelo. Más tarde se pudieron separar sus dos componentes: gra-micidina y tirocidina. A causa de su gran toxicidad, la tirotricina se usa sólo en heridas superficiales.
En 1938, Sir Howard Florey y Ernst Chain decidieron volver a investigar las posibilidades de la penicilina de Fleming en el tratamiento de las infecciones. Estas investigaciones abarcaron los siguientes aspectos: aislamiento de la penicilina, determinación de sus propiedades antibacterianas, estudio de su toxicidad, naturaleza química, mecanismo de acción y primeros ensayos clínicos. La penicilina es activa principalmente contra las bacterias grampositivas, pero también contra dos gérmenes gramnegativos, los de la gono-cocia y meningitis meningocócica. Es ineficaz contra la gran mayoría de las bacterias gramnegativas y también contra los organismos llamados «rickettsias». Otro inconveniente: es más activa en inyección intramuscular que suministrada por la boca, si bien modernos estudios alemanes tienden a demostrar su efectividad por esta vía, pero se emplea penicilina V (que difiere de la G, comúnmente empleada, en una sola molécula de oxígeno). Además, las bacterias de determinadas especies pueden producir estirpes resistentes. Las esperanzas de poder sintetizarla algún día en su forma primitiva quedaron defraudadas al conocerse su complicadísima fórmula química. Pese a todo, es aún el antibiótico de mayor consumo y se han obtenido derivados de efecto retardador que permiten inyectarla una vez cada 15 días o más con resultados satisfactorios.
Han proseguido las investigaciones en busca de antibióticos que llenen los vacíos dejados por la penicilina en el tratamiento de algunas infecciones. El primer éxito de estos estudios fue el descubrimiento de la Estreptomicina,, por Selman Waksman, después de investigar alrededor de 10000 gérmenes del suelo. La estreptomicina fue aplicada en clínica por primera vez en 1945 y demostró su eficacia en varias enfermedades incurables por la penicilina, entre las que se encontraban la tuberculosis, la tularemia y la disentería bacilar. Sin embargo, tiene algunas desventajas, como las siguientes: mayor eficacia por inyección (salvo en infecciones intestinales) que por la boca; mayor toxicidad que la penicilina y producción de lesiones en el sentido del equilibrio y oído. Un derivado más moderno, la dihidroestreptomicina, carece de esta toxicidad electiva para los sentidos del oído y del equilibrio.
Se inició una nueva era en la historia de los antibióticos con el comienzo del empleo del cloranfenicol (Cloromicetina) en 1947. Lo mismo que la estreptomicina la producen microorganismos existentes en el suelo. A diferencia de la penicilina y estreptomicina, su composición química es relativamente sencilla, por lo que puede ser producida sintéticamente en gran cantidad. Se absorbe muy bien por vía gastrointestinal, por lo que se toma por vía bucal. Su efectividad alcanza a un gran número de gérmenes patógenos, mayor que el que pueden combatir la penicilina y estreptomicina, incluidas las «rickettsias». Los efectos tóxicos que puede producir no son muy frecuentes; pero recientemente se han citado casos de anemias mortales derivadas de su administración.
La Aureomicina, introducida en Medicina en 1948, y la Terramicina, que data de 1949, son producidas por microorganismos del suelo y combaten eficazmente muchos tipos de gérmenes patógenos. Son activas por vía bucal: sin embargo, la aureomicina produce trastornos gastrointestinales leves y la terramicina no se tolera siempre bien.
La tetraciclina es uno de los más recientes antibióticos y se prepara por eliminación del átomo de cloro de la aureomicina, también llamada clorotetraciclina. Sus efectos son algo más amplios que los de la aureomicina y tiene la ventaja de no producir náuseas o diarreas.
La Neomicina, descubierta en 1949, es similar a la estreptomicina por sus propiedades y aplicación. De igual modo que ésta, no se absorbe por el tracto intestinal, pero con ella no parece que se desarrollen tan pronto cepas microbianas resistentes. Desgraciadamente no es inofensiva por completo. Produce a veces vértigos, zumbidos de oídos e incluso sordera, así como lesiones renales.
Las polimixinas constituyen un grupo de antibióticos relacionados con las proteínas y se aíslan del Bacillus polymixa. El de mayor consumo es el sulfato B de polimixina, también llamado aerosporina, que es particularmente eficaz contra las pseudomonas que producen infecciones en los niños. También se emplea en las meningitis producidas por gérmenes gramnegativos de tipo corriente.
La eritromicina, aislada en 1952 del Streptomyces erythreus, tiene una actividad parecida a la de la penicilina, pero es más eficaz frente al estafilococo áureo. La bacitraciña tiene un campo de utilización (espectro) muy grande y es eficaz en aplicación local o general contra un gran número de gérmenes. Tiene el inconveniente de su relativa toxicidad para el riñón. Existen otros antibióticos de menor importancia, la mayoría de los cuales no han pasado todavía de la fase experimental, y continuamente se están ensayando otros nuevos, que pueden dar lugar a mayores progresos terapéuticos.