La historia del bordado es un fascinante recorrido que se remonta a civilizaciones antiguas como Egipto y Persia, donde el arte de la aguja floreció con gran destreza.
Excavaciones en tumbas han revelado exquisitas labores que muestran el profundo conocimiento de los antiguos artesanos.
Este arte se expandió hacia Europa, alcanzando su apogeo entre los siglos IX y XV, convirtiéndose en una actividad esencial para la nobleza, como lo demuestra la obra de figuras históricas como la reina Emma.
historia del bordado
Bordado primitivo. Desde muy antiguo, Egipto, Persia, Turquía y otros pueblos de Oriente rivalizaron en el arte del bordado. Excavaciones efectuadas en las tumbas egipcias y en las sepulturas de Crimea han revelado maravillosas y delicadas labores de aguja, realizadas por los antiguos egipcios y griegos, que atestiguan profundo conocimiento y destreza. El arte se extendió desde Oriente a Europa a través
de los países mediterráneos y alcanzó un alto grado de perfección entre los siglos ix y xv. Las labores de aguja eran la principal ocupación de las nobles castellanas. La reina Emma, consorte de Etelredo el Torpe (979-1016), dibujó y bordó gran número de casullas y paños de altar; Aefelda, esposa de Eduardo el Mayor (901-25), confeccionó en 905 la estola y el manípulo de San Cutberto, que se encuentran actualmente en la catedral de Durham (Inglaterra). Una de las obras maestras de las primeras labores europeas es la túnica de seda azul del siglo xii, conocida por la «Dalmática de Carlomagno», que enriquece el tesoro de San Pedro de Roma. Tiene bordado el «Triunfo de Cristo» en la parte delantera y la «Transfiguración» en la espalda.
Bordado religioso. Los bordados religiosos ingleses del siglo xiii eran famosos en toda Europa occidental. El ejemplo más notable es indudablemente la capa pluvial de Syon, actualmente en el Museo Victoria y Alberto, de Londres, que representa figuras y escenas religiosas. Debe su nombre al convento de Syon, cerca de Isleworth, al que perteneció al principio. Fue llevada a Portugal en la época de la Reforma y no volvió a Inglaterra hasta el siglo xix.
Los siglos xv, xvi y xvii sobresalieron por el esplendor espectacular del bordado religioso, particularmente en España e Italia, donde muchos de los bordados monumentales fueron realizados por monjes o bordadores profesionales protegidos por las casas reales. Dentro del arte religioso sobresalieron en España los bordados de Toledo, Sevilla, Madrid, Valencia y Ciudad Rodrigo. Sevilla mantiene hoy en día su tradición gloriosa alimentada sin duda por el esplendor de sus Semanas Santas. Francia produjo también finas labores durante este periodo, como lo demuestra la colección de vestidos del siglo xvii donada por Luis XIII a la catedral de Reims, donde en la actualidad se conserva.
A lo largo de la Edad Media se extendió la aplicación del bordado a los vestidos ordinarios. La moda suntuaria exigía una rica ornamentación de los vestidos. Mas como toda esta inmensa labor ornamental había de hacerse a mano, resultaban las prendas tan costosas que sólo los potentados podían permitirse tal lujo.
Decoración de vestidos. Gran parte de las prendas que componían el vestuario de Carlomagno estaban profusamente recamadas de seda, oro y piedras preciosas. En Inglaterra, durante los reinados de Enrique VIII y de la reina Isabel, ningún traje de corte o vestido elegante estaba completo sin bordados. Los cuadros de Enrique VIII le muestran ataviado de espléndidos ropajes macizamente recamados de oro, cuyo enorme precio está registrado en inventarios de la época. La reina Isabel era una experta bordadora y al morir dejó un guardarropa que contenía casi 3000 vestidos, la mayoría ricamente bordados, muchos por la misma reina.
Un tipo de bordado que se empleó considerablemente durante un largo periodo con fines tanto eclesiásticos como seglares fue el pictórico. Su popularidad invadió toda Europa durante el siglo xiv y siguientes adoptando varias formas y estilos. Ejemplo representativo del primitivo estilo es el tapiz de Bayeux, que es en realidad bordado más que tapiz. Esta colgadura, que la tradición atribuye a la reina Matilde, esposa de Guillermo el Conquistador, representa la conquista de Inglaterra por los normandos (1066).
Durante los siglos siguientes cultivaban las damas el bordado de los más diversos estilos como noble pasatiempo. Durante el siglo xvii se empleó el famoso «trabajo de incrustación» para representar escenas y acontecimientos. A la composición se aplicaban pequeñas figuras y flores almohadilladas, hechas por separado, que le daban una especie de tercera dimensión.
Bordado moderno. Los colonizadores europeos llevaron a América sus estilos tradicionales y triunfó el bordado también en estas latitudes a pesar de la falta de materiales y de las condiciones primitivas.
Los primeros bordados coloniales, al igual que las demás artes textiles, eran sencillos y domésticos. Se trabajaban los modelos en estambres y algodones. Gran popularidad adquirieron los bordados de estilo turco que simulaban alfombras orientales. Los maestros bordadores cumplían el fin educativo de enseñar a los aprendices sus puntadas y alfabetos. Los dibujos en cañamazo se hacían generalmente sobre modelos y patrones importados de Europa.
En la alegre corte francesa de los Luises se empleaba el bordado con gran profusión para resaltar la belleza y magnificencia de los vestidos y mobiliario. Luis XIV contaba con un cuerpo de bordadores, en su palacio y en el hotel de Gobelin, encargado de confeccionar colgaduras y fundas de mobiliario.
Hacia fines del siglo xviii declinó la popularidad del bordado como arte decorativo. A su decadencia coadyuvaron la Revolución Francesa, la sencillez democrática de la cada vez más poderosa clase mercantil y el puritanismo de la Iglesia que en esta época perseguía cualquier alarde suntuario.
Tanto en Europa como en América, en la primera mitad del siglo xix, las señoras se ocupaban en hacer finos bordados blancos sobre muselina para emplearlos como cenefa para sus vestidos. Esta moda tuvo su origen en el siglo xv, en que los italianos idearon adornos para su ropa interior de hilo lavable. Tan grande fue la demanda de esta muselina bordada en blanco que Irlanda y Suiza se emplearon miles de mujeres en la producción comercial de semejante artículo. Prácticamente en todos los pueblos de Suiza oriental, los comerciantes entregaban modelos estampados que eran devueltos ricamente bordados. Todo este trabajo se hacía a mano en los hogares y los bordados suizos alcanzaron tal grado de perfección, gusto y belleza que se hicieron famosos en todo el mundo.
En España adquirió el bordado popular verdadera calidad artística, como lo muestra la gracia y galanura de los trajes toreros y regionales, en que el bordado llegó a ser auténtica obra de arte. Todavía hoy gozan de merecida fama los bordados castellanos y salmantinos, especialmente los primorosos bordados «lagarteranos».
La época de las máquinas. Sin embargo, en 1828, la invención de la máquina de bordar imprimió nuevo rumbo al arte del bordado. Esta nueva máquina realiza el trabajo de varios bordadores a aguja. Actualmente no se hacen a mano más allá del cinco por ciento de bordados lavables y sólo cuando se pretende conseguir bordados de especial belleza artesana.
La mayoría del bordado a máquina se obtiene actualmente a bajo coste con máquinas Schiffli, Bonnaz y otras en Suiza, Sajonia y otros lugares. Los grandes centros de producción suizos son St. Gall, Appenzell y Neuchâtel. Se emplean máquinas semejantes en los Estados Unidos, pero en su mayor parte se aplican a labores de seda, gasa, cenefas de fantasía y brazaletes, etcétera.
China y Japón van en la actualidad a la cabeza en la producción de bordados a mano. Los orientales bordan exactamente igual ambos lados del tejido. China fue el primer exportador de esta clase de géneros a Europa y América.