La Chanson de Roland es una obra fundamental de la literatura medieval que se desarrolló entre los siglos VIII y XI.
En un contexto donde las lenguas neolatinas eran menospreciadas, esta poesía oral surgió como una forma de preservar la historia y la identidad del pueblo.
Los clérigos, que dominaban el latín, no podían comunicar las hazañas de la época al pueblo, lo que llevó a la creación de los cantares de gesta, relatos épicos que se transmitían de forma oral y se convertían en un espectáculo público.
la Chanson de Roland, poesía oral y espectáculo público
La chanson de Roland en su versión de Oxford que vemos elaborarse y crecer a través de tres siglos, de fines del viii a fines del xi, pertenece a una época en que nace la literatura de las lenguas neolatinas; esta literatura era toda ella en verso, porque las nacientes lenguas románicas no se escribían, pues eran menospreciadas por los clérigos, poseedores de la lengua de cultura, el latín, y únicos que sabían escribir; de aquí resulta que las concepciones redactadas en lengua vulgar sólo podían lograr una fijeza y perduración, semejante a la de la escritura, siendo redactadas en verso, cuyo metro y rima ayudaba a su conservación en la memoria.
Los clérigos escribían la historia en su latín, en textos que el común de las gentes no podían leer ni entender, y como el pueblo francés sentía la necesidad de conocer su propia historia en lengua vulgar, creó el género literario de los cantares de gesta, cantares «de hazañas» o hechos famosos, que venían a ser una historia cantada, para uso de los que no sabían latín, y éstos eran, la casi totalidad de la nación. Esas chansons de geste se difundían cantadas por los juglares o por cantores no profesionales, ante un concurso de gentes, en las plazas de los pueblos, en los claustros de las iglesias, en los patios de los castillos, en las casas particulares, a modo de espectáculo público, instructivo a la vez que recreativo.
Muchos críticos quieren que la versión de Oxford sea obra de un único poeta, destinada a la lectura en privado y no para la recitación en público, en varias sesiones de canto; pero claramente en esa versión la tirada 271 anuncia muy juglarescamente al público que allí comienza, la última sesión recitativa, cuyo argumento será el juicio del traidor Ganelón. Por su parte, otro manuscrito, el más semejante al de Oxford, el de Venecia 4, nos indica, en términos juglarescos también, su sesión inicial la cual dura 750 versos, hasta el comienzo de la batalla de Roncesvalles.
Además, el hecho de que la chanson de Roland era recitada ante un público, se observa en diversos pasajes en que el poeta se dirige a sus oyentes en segunda persona del plural gramatical: La veisez tant chevalier plorer, «allí veríais tantos caballeros llorar» (t. 27.a, 126.a, 244.a). A veces la narración rebosa en viveza juglaresca, en expresivismo de relato oral, como cuando
describe el ardor de los franceses al oir una arenga de Olivier en el comienzo de la difícil batalla: «A estas palabras los franceses gritan; y quien entonces les oyese aclamar ¡Monjoya! podría comprender lo que es valentía. Luego cabalgan ¡Dios! ¡con qué fiereza!; aguijan afanosos para ir a escape y llegar a las heridas ¿qué otra cosa podrían hacer? (tir. 92.a)». Otras veces el poeta habla en primera persona, sintiéndose presente ante su auditorio; así, considerando el extremo peligro en que Roland se encuentra, finge no saber qué suerte espera al héroe: si est blecet ne quit qu’anme i remaigne, «está tan mal parado que creo no quedará con vida» (t. 139.a). Abundan las exclamaciones en boca del poeta, que quiere comunicar su emoción a los oyentes: «cuando esto oyó Roland ¡Dios! ¡qué gran pena tuvo!» (t. 93.a, 139.a, 228.a, 244.a). Descripciones rápidas, por medio de enumeraciones ponderativas, encabezadas con el adjetivo tanto: «Hieren los unos y se defienden los otros; ¡ tanta asta se ve allí quebrada y sangrienta! ¡tanto pendón roto y tanta enseña! ¡tantos buenos franceses allí pierden su juventud! No volverán a ver a sus madres ni a sus mujeres...» (t. 109.a).
El carácter oral de esta poesía, su destino a la recitación pública, no a una lectura en privado, influye en el uso de frecuentes repeticiones, excluidas del arte de autor único y de disfrute individual. La emoción artística colectiva, propensa al lirismo, gusta de la reiteración, como el niño gusta de la repetición de los mismos incidentes en un relato. Hasta cinco veces se enumera la gran riqueza del fabuloso tesoro con que Zaragoza quiere deslumbrar a Carlomagno; la impresionante pintura del angosto camino de los puertos pirenaicos ocurre también cuatro veces, siempre, claro es, con variantes, y muy felices en cada una. En otras ocasiones, la repetición no es del narrador sino de la acción misma, como cuando cada uno de los doce pares sarracenos van expresando uniformemente a Marsil su intención de matar a Roland. Éstas y otras prácticas juglarescas son propias de este género literario y se hallan igualmente en las demás chansons de geste de tipo tradicional, bien es verdad que en el Roland de Oxford suelen aparecer empleadas con especial parsimonia y con cierto buen gusto que se suma a la notoria superioridad de concepción total que este poema ostenta sobre los demás congéneres. Y aquí surge la pregunta: ¿Cómo explicar esa precelencia de la versión de Oxford, dentro de un arte colectivo en el que colaboran habitualmente diversos autores de diversas épocas y diverso mérito, arte que parece llevar consigo cierta mediocridad igualatoria?