La literatura en Canadá abarca obras en inglés y francés, reflejando una rica tradición de documentos originales.
Desde los informes de exploradores y comerciantes hasta las Jesuit Relations, esta literatura ha crecido con el tiempo, acumulando relatos de eventos cruciales.
Aunque la historia de Nueva Francia carece de ejemplos destacados de literatura imaginativa, su legado documental es invaluable y sigue enriqueciendo el panorama literario canadiense.
literatura en Canadá: historia
Comprende obras escritas indistintamente en inglés o en francés y es muy rica en documentos originales. Exploradores, comerciantes, misioneros y funcionarios, todos ellos habían de enviar sus informes a la metrópoli. Desde Voyages de Jacques Cartier (1534-35) hasta el empeño de la «Hudson’s Bay Record Society», en el siglo xx, de publicar los últimos secretos del comercio peletero se ha ido acumulando un vasto acervo de narraciones por actores o testigos de los principales acontecimientos. Esta literatura aumenta año tras año con publicaciones nuevas como la autobiografía de Charles Camsell, Son of the North (1954), y las cartas privadas de Sir Henry Lafroy, In Search of the Magnetic North (1955). Entre ellas destacan las Jesuit Relations, escritas en el periodo 1616-72, y las obras de Samuel Hearne y Sir Alexander Mackenzie. Véase Cárter, Jacques; Hearne, Samuel; Mackenzie, Alexander.
Pero si la historia de Nueva Francia carece de ejemplos notables de literatura imaginativa, posee en cambio volúmenes enteros de literatura folklórica, a partir de la de los indios canadienses, recopilada por Marius Barbean (1883-1969) y otros. De parecido modo, los primitivos colonos franceses poseían un tesoro de narraciones y cantos populares, como atestiguan las Chansons populaires du Cañada de Ernest Gagnon (1865-1913) o las Canadian Folk Songs de John M. Gibbon (1927), mezcla de folklore indígena, leyendas del Canadá salvaje o canciones llevadas de su patria por exploradores y conquistadores.
A raíz de la conquista del Canadá por los ingleses en 1763, comenzaron a aparecer algunos periódicos y revistas semiliterarias, escritas en francés, como La gazzette de Québec (1764), La gazette littéraire (1778), Le Canadien (1806), Le Spectateur (1813), L'observateur (1830) y empezaron a editarse en inglés, al buscar refugio en Canadá los leales derrotados en la Guerra de Independencia estadounidense, algunos libros de literatura fantástica. Los ensayos de Thomas C. Haliburton, publicados en Halifax en 1829, y su The Glockmaker; or the Sayings and Doings of Samuel Slick, of Slickville (1837, 1838, 1840) situaron a su autor en lugar destacado entre los creadores del humor americano. Entre tanto, los escritores franceses cultivaban con preferencia la historia, como Michel Bibaud y François-Xavier Garneau en sus respectivos Histoire du Canada (1837) y L'histoire du Canada (1845-48).
John Richardson triunfó como novelista con Wacousta (1832) y The Canadian Brothers (1840), Charles W. Gordon adquirió gran popularidad hacia el 1900 con el seudónimo de Ralph Connor. The Golden Dog (1877) de William Kirby valió a este escritor ser clasificado entre los clásicos, aunque no en lugar tan destacado como Philippe Aubert de Gaspe, con su Les anciens canadiens (1862). Sir Gilbert Parker, con When Valmond Came to Pontiac (1895) y The Seats of the Mighty (1896), alcanzó un éxito de público internacional. Pocas novelas canadienses, sin embargo, superaron en el siglo xix el ámbito de su propio siglo y sólo han dejado eco en los manuales de literatura.
La Confederación de 1867, despertó el orgullo nacional y estimuló la literatura, que halló expresión adecuada en la poesía bucólica. Aunque estos poemas sólo encuentran hoy lugar en florilegios y textos escolares, sus autores fueron los verdaderos fundadores de la literatura canadiense. Entre los escritores de lengua inglesa destacan Sir Charles Roberts (1860-1943), que fue el primer narrador de historias de animales, William Bliss Carman, Duncan C. Scott (1862-1947), Archibald Lampmar y Pauline Jonhson (1862-1913); entre los que emplearon la lengua francesa, Louis H. Frechette, Octave Crémazie (1822-79), Charles Gilí (1871-1918), William Chapman (1850-1917), Pamphile Lemay (1837-1918) y Albert Lozeau (1878-1924).
Las hazañas realizadas por los canadienses en la I Guerra Mundial luciéronles cobrar nueva confianza en sí mismos. En 1913 Louis Hémon publicó en París, con el título de Maria Chapdelaine, una novela idílica de ambiente francocanadiense que no logró despertar gran entusiasmo; pero, en cambio, la bella traducción al inglés que hizo de ella en 1921 W. H. Blake, fue el catalizador que produjo una amplia gama de vigorosos libros en 1920-30. En esta misma época se dieron a conocer cuatro novelistas notables: Mazo de la Roche, Frederick Philip Grove (1872-1948), Morley Callaghan (n. 1903) y Laura Goodman Salverson (n. 1890). En este despertar surgió un número cada vez mayor de escritores, los cuales utilizaron todas las formas literarias y ganaron constantemente en destreza y aceptación del público.
Edwin J. Pratt publicó en 1923 Newfoundland Verse por el que fue unánimemente reconocido como el poeta canadiense de más talento. La figura paralela en el Canadá francés es Robert Choquette (n. 1905). El drama hizo su aparición por esta misma época con The Unheroic North (1924), de Merrill Denison, seguido por Tit-Coq, de Graden Gelinas, y media docena de excelentes obras dramáticas de Robertson Davies, entre las que se cuentan Fortune My Foe (1949) y At My Heart's Core (1950).
La creciente importancia política y económica de Canadá impresionó a tal punto a los canadienses durante la II Guerra Mundial que ya en 1941 se produjo una nueva floración literaria. Salen a la palestra nuevos e importantes novelistas como Thomas H. Rad-dall (n. 1903), Hugh MacLennan (n. 1907) y Franklin Davey McDowell, que ganó el primer premio anual de literatura del Gobernador General con su Champlain Road (1940). Algunas de las obras más selectas fueron escritas en francés: Trente Arpents (1938), de Phillippe Panneton, publicada bajo el seudónimo de Ringuet, Le survenant (1948), de Germaine Guévremont, y Les Plonjes (1948), de Roger Lamelin. Estas novelas despertaron tan gran interés en el Canadá británico, que fueron traducidas inmediatamente al inglés y muy divulgadas entre los lectores de Inglaterra y Estados Unidos.
A mediados del siglo xx se puso de moda la biografía popular con obras como The Incredible Canadian (1952), de Bruce Hutchison y John A. Macdonald (1952), de Donald G. Creighton, que obtuvieron una favorable acogida. Saddlebag Surgeon (1954), de Robert Tyre, es un relato de gente que por humilde no deja de ser menos interesante.
También la historia se libera violentamente en este periodo de la farragosa seriedad con obras como From Colony to Nation (1946), de Arthur R. M. Lower. Canada: A Story of Challenge (1953), de J. M. S. Careless, es un bosquejo perfecto para quienes se enfrentan con el tema por vez primera. The Story of Cañada, de Brown, Harman y Jeannéret (1950) historia elemental del país que reúne la sencillez de un libro de texto, marca un hito como representativa del nuevo espíritu que informa a la nación. Traducida al francés por Charles Bilodeau con el título de Notre Histoire, se difundió en todas las provincias e hizo por primera vez políticamente posible que en todas las escuelas de había francesa e inglesa se enseñara la misma historia básica.
El desarrollo de la literatura canadiense a partir de 1920 tiene su principal exponente en la aparición de la literatura juvenil moderna, que antes de 1945 brilló por su ausencia, convencidos como estaban los editores de que no había en Canadá un número de lectores suficiente que absorbiera en cantidad este tipo de literatura. Los primeros intentos, realizados en 1946, tuvieron un franco éxito; diez años más tarde los libros juveniles superaban con creces a todo el resto de las publicaciones literarias. Esta actividad hubiera corrido el peligro de convertirse en industria más bien que en arte de no ser por la excelente calidad literaria de tales obras. Muchos de los mejores escritores pusieron su pluma al servicio de la literatura juvenil con más esmero y entusiasmo que el que pudieron dedicar a la literatura destinada a sus propios coetáneos adultos.